La muerte en cada esquina

Caracas, viernes 22 de febrero, 10,30 am. Esquina de la Avenida Las Palmas con Andrés Bello. Paso el semáforo que atraviesa esta última y veo un gentío arremolinado en torno a un carro que está en la fila del semáforo del lado izquierdo. Hay muchas personas, pero todas están estáticas. No así del lado derecho de la avenida. Los estudiantes del Instituto Cervantes gritan desesperados mientras se aferran a la cerca que los separa de la calle. Una mujer llora desconsolada en la acera. Bajo el vidrio y les pregunto qué les pasa. Ella no puede hablar, sólo solloza y señala hacia el carro. Los muchachos exaltados me cuentan que unos motorizados acaban de dispararle en la cara al señor que iba en el carro.

Me estaciono más arriba y me bajo a ver si puedo ayudar en algo. Me acerco al vehículo. El pobre hombre estaba aún aferrado al volante, pero con la mirada perdida y del hoyo que la bala le había abierto en el pómulo corría profusamente la sangre.  Me dispongo a llamar a emergencia, temiendo que pudiera desangrarse, cuando veo que llegan varias motos de la Policía Nacional Bolivariana. Se organizan para sacarlo del puesto del piloto. Le pregunto su nombre al herido, pero no responde. Le pido a uno de los policías que busque su cédula, pero está demasiado ocupado tratando de sacarlo del puesto del chofer. Le tomé una foto y también a la placa de su carro y la monté en Twitter pidiendo circularla hasta que llegara a sus familiares. Constato que los policías tienen la situación controlada (decidieron montar al señor en el asiento de atrás y llevarlo a la Policlínica Méndez Gimón que está muy cerca) y sigo mi camino.

Llego a mi casa temblando. ¿En qué clase de monstruos nos hemos convertido?… Esos asesinos que sin empacho disparan a matar para hacerse de un celular, de un bolso, o de un automóvil desde niños han sido entrenados a perder la empatía. Por eso no tienen escrúpulos ni sienten remordimiento. Siento una profunda tristeza por el herido, por su familia, por los niños del colegio que presenciaron ese horror y por todo nuestro pueblo.

Tenemos una sociedad enferma. Una sociedad que produce delincuentes porque cada vez hay menos oportunidades de ser o hacer una cosa distinta. Recordé una conversación con una maestra de un liceo público en Maracay, quien hace años me comentaba con preocupación que los populares eran los malandros, porque eran los que tenían posibilidad de invitar a las muchachas, o de hacerles regalos caros. Los buenos estudiantes estaban prácticamente condenados al ostracismo.

Esa zona de Las Palmas -desde hace años- está siendo azotada por motorizados que encuentran presas fáciles. Pero no es sólo Las Palmas, es en todas partes, a toda hora. Mientras escribo, me llega la noticia de que el señor era piloto, se llamaba Johnny Velásquez y que había fallecido. El Twitter comienza a llenarse de pésames y palabras elogiosas para el capitán Velásquez. Un hombre valioso para el país, asesinado por un celular. La vida en Venezuela no vale nada. Desde aquí envío mis condolencias a sus familiares y amigos.

La pregunta que me hago es que si veinte o más motos de la PNB llegaron minutos después de cometerse el crimen… ¿Por qué no estaban patrullando la zona? ¿Por qué en vez de estar sentados bajo un toldito no están dando vueltas o al menos chequeando si los motorizados que pasan están armados o no? Ellos mejor que nadie saben que la muerte acecha en cada esquina.

@cjaimesb

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