¿Por qué fracasan los países? Esa está lejos de ser una pregunta retórica. Basta con revisar las noticias en los portales informativos nacionales e internacionales, tanto las más recientes como las proyecciones para muchos países incluyendo Venezuela y esa pregunta regresa una y otra vez junto con la siguiente interrogante: ¿cómo puede esto cambiar?
Un bucle de pensamiento sobre el destino de Venezuela interrumpido por una canción que suena una y mil veces en la cabeza (un verso que repite “nos fue genial en otra vida”) ha marcado mi última semana en la que se ha otorgado el Premio Nobel de Economía a tres investigadores, James A. Robinson, Daron Acemoglu y Simón Johnson, quienes han estudiado las desigualdades en ámbitos económicos pero también sociales y políticos en todo el planeta durante largos años y cuyos principales hallazgos están recogidos en un libro que precisamente se titula “Por qué fracasan los países”. Allí se repasan las causas principales detrás del éxito o el fracaso de las naciones en una lectura fascinante y fundamental para entender dónde estamos como país y región latinoamericana, cómo llegamos aquí y, aún más importante, a dónde vamos.
La lectura la comencé antes de anunciado el premio que reconoce cómo lograron el complejo ejercicio de resumir el resultado de siglos de historia en algunos puntos claves que los hacen más fáciles de digerir y entre las claves para entender dónde estamos hablan principalmente de las instituciones como piezas fundamentales para el éxito o el fracaso de cada país.
Las instituciones ponen las reglas del juego y así terminan moldeando el comportamiento de cada individuo así como las empresas y pueden ser inclusivas y capaces de fomentar la participación amplia tanto en la economía como en la política, así como de promover también creatividad e innovación. Cuando no persiguen estos objetivos estamos frente a instituciones que concentran el poder y la riqueza en manos de pequeñas élites y desalientan el desarrollo económico y político. Dejaré al criterio del lector evaluar el tipo de instituciones que tenemos en la Venezuela actual, aunque no necesita demasiada pericia.
Hablar con propiedad sobre el círculo vicioso de la pobreza como lo hacen James A. Robinson y Daron Acemoglu es, al mismo tiempo, una dosis de claridad y un balde de agua fría. Resulta sencillo ver el estancamiento económico producto de esas instituciones que son incapaces de generar incentivos reales para invertir y emprender y que a su vez siguen afianzando en sus posiciones a esas élites en un ciclo terrible.
De igual manera, la investigación recuerda que no se puede hacer a un lado la historia y el impacto de la colonización, las revoluciones y los conflictos que generaron un impacto duradero en las instituciones del Estado desde su formación porque, al contrario de lo que muchos suelen creer, no se trata de un asunto geográfico o de recursos naturales sino justamente de cómo se usa en cada país lo que tiene a su favor. Ejemplos significativos hay muchos pero tres son precisos para entenderlo: Corea del norte y Corea del Sur, Estados Unidos y América Latina, particularmente México, y también Inglaterra y España. Es inevitable sufrir el sinsabor que queda al recordar que Venezuela tiene las reservas probadas de petróleo más grandes del planeta y está entre los primeros 10 países en reservas de otros minerales igualmente valiosos.
Pero mientras pensaba en esto, sonaba en mi cabeza una canción que parecía conectar con un sentimiento de tristeza y derrota, “En otra vida” colaboración de Yami Safdie y Lasso, que mientras nos repite que a veces un futuro mejor que se sueña parece tan real, nos da razones también para indagar en esos confines de la mente y sentimientos nacionales, esos que parecen alejarnos del país y querer salir corriendo.
Pero es bien sabido que los países no se terminan como tampoco lo hacen las soluciones, y ese Premio Nobel termina por ser una brújula para que los países pobres puedan comenzar a andar en la dirección correcta, desde el entendimiento como punto de partida.
Sin lugar a dudas, el trabajo que tenemos por delante como nación es monumental. Y mientras se buscan caminos para la salida de la crisis económica sabemos que también hay que buscar la luz al final del túnel de los problemas políticos en esta y no otra vida como en la canción.
Necesitamos una profunda evaluación de nuestras instituciones y lograr que en ellas la cultura sea de valoración de la igualdad, la meritocracia y la innovación, instituciones en las que la educación sea prioridad y puedan garantizar un sistema educativo de calidad que proporcione a todos habilidades y conocimientos necesarios en todos los ámbitos del país, que impulsen la productividad y la creación de nuevas industrias.
Seguramente será un proceso largo, complejo y difícil el que tenemos por delante para cambiar el destino que nos ha condenado desde hace siglos y nos sigue persiguiendo, pero el surgimiento de una nueva generación de líderes sociales y políticos en todo el país y el apoyo de la sociedad civil en cada paso del proceso puede hacer una diferencia significativa en una nueva Venezuela.
En cualquier caso, a diferencia de la canción, sé que la mayoría de los venezolanos esperamos que ese cambio sea en esta y no en otra vida y no sea cosa de sueños o fantasías. Mientras tanto como decía Winston Churchill: “Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa”
María Eloina Conde
Octubre 20, 2024
atiempomec@gmail.com
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