Lo que ocurrió el domingo de Resurrección es de una trascendencia infinita, inconmensurable. Eso ocurrió hace dos mil años y todavía miles de millones de personas conmemoran el gran acontecimiento con renovada fe y con renovada esperanza.
El domingo pasado fue la fiesta de la Resurrección del Señor. La fiesta más importante para los millones de cristianos que poblamos el mundo. “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” dice el apóstol Pablo en 1Cor 15,14. Jesús resucitó al tercer día tal como Él mismo se lo había anunciado a sus discípulos y tal como estaba anunciado desde hacía mucho tiempo en el Antiguo Testamento.
Lo que ocurrió el domingo de Resurrección es de una trascendencia infinita, inconmensurable. Eso ocurrió hace dos mil años y todavía miles de millones de personas conmemoran el gran acontecimiento con renovada fe y con renovada esperanza.
Cristo venció a la muerte. La vida sigue, la vida continúa. Estamos de paso hacia la verdadera existencia. La visión beatífica nos aguarda después de esta existencia temporal. Con la Resurrección del Señor triunfa el bien contra el mal. Triunfa la verdad contra la mentira. Triunfa la luz contra la oscuridad. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” dijo el Señor (Jn 14,6). El domingo se ilumina el camino, triunfa la verdad y triunfa la vida sobre la muerte.
“Buscad el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). En estos días tenebrosos en los que el horror de la guerra vuelve a hacerse presente en la historia de la humanidad ¡qué importante resulta recordar la predicación del Hijo del hombre!
Jesús de Nazaret vino a traer un mensaje de paz, de amor, de misericordia. Un mensaje de fraternidad, de solidaridad, de confianza en Dios y en la vida trascendente. Con la fiesta de la Resurrección se renueva nuestra fe y nuestra esperanza en un mundo mejor. Mundo que nos toca construir a los hombres. Nos toca trabajar por la paz, por la justicia, por el amor. Nos toca luchar contra la violencia, contra la guerra, contra el odio, contra la injusticia.
¡Qué diferente sería Venezuela y qué diferente sería el mundo si asumiéramos en plenitud el mensaje del mártir del Gólgota! Podríamos construir en el mundo lo que el Papa Francisco ha llamado la civilización del amor. Podríamos construir en Venezuela una sociedad fraterna en la que prevaleciera el amor, la buena voluntad, la justicia y la libertad.
Seguiremos conversando.
Eduardo Fernández
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