La periodista Ana Black está escribiendo un “peniario”: la relación del diario penar en revolución. Un diario que podríamos escribir todos los venezolanos de a pie, que penamos para salir a la calle sin que nos asalten o nos maten, para encontrar productos, para localizar medicinas, para estirar nuestro dinero, que cada vez compra menos cosas.
“Querido peniario:
Hoy fui al mercado.
Necesitaba comida, cualquier cosa que llenara mi nevera que se mantiene vacía, más que nada, por miedo. Me da miedo -y mucho- ir a comprar, lo confieso.
Me da terror entrar y sumarme a la fila de zombis que empujan carritos y se detienen ante los estantes (donde hay mercancía) a revisar los precios como con la esperanza de que en la tercera mirada ocurra el milagro y aparezca la rebaja en ese mismo paquete que lleva cinco minutos auscultando. Me da miedo porque he notado que yo también estoy pareciéndome a ellos, a los zombis, que no más traspasar el umbral del local también me encorvo, pierdo la mirada, arrastro los pies y disminuyo la velocidad de mis movimientos en un 43%…”
En mi peniario de esta semana me estacioné en un segundo sótano de un centro comercial. Un vigilante estaba sentado –tan delgado que no podía sostenerse en pie, pensé- con la expresión de llevar toda la tristeza del mundo encima. Cuando le dije “buenas tardes” saltó… No se había percatado de mi presencia. Le pregunté si le pasaba algo y me dijo “tengo hambre”. Así de simple. Así de directo. Así de desgarrador. Él gana sueldo mínimo y ya todos sabemos para lo que alcanza un sueldo mínimo. ¡Si hace dos semanas una recipiendaria del carnet de la patria me dijo que los Bs. 500.000 de “aguinaldo” le habían alcanzado para cuatro chuletas ahumadas, un ñame y dos zanahorias!… Subí a la calle, entré a una panadería, compré un cachito y se lo llevé. Me vio turbado… “gracias, señora, se lo voy a aceptar para mis hijos”. Se llama Rómulo, tiene tres hijos entre cinco y nueve años, trabajaba en una empresa que fue expropiada por el gobierno (y ahora está cerrada) y lo único que consiguió fue este empleo de vigilante en un segundo sótano, donde no ve la luz del día, respira gases tóxicos y gana una miseria. Volví a la panadería y compré cachitos para toda la familia. Pero con la desazón de que mañana ni Rómulo ni su familia tendrán que comer.
Pensé entonces en los videos y fotos que han circulado de los festejos navideños de las instituciones públicas, las decoraciones cursis y costosas, las celebraciones de cumpleaños con cantantes extranjeros que quién sabe cuánto costaron y una vez más sentí indignación ante tanta injusticia, ante tanta hipocresía, ante tanto caradurismo.
Jhoan Fajardo era un niño de 13 años que el miércoles pasado falleció en Guanare. Lo mataron de hambre. Lo mató la hiperinflación por la incapacidad del régimen de cambiar sus políticas económicas de décimo mundo que en ninguna parte han funcionado (y que mientras sigan haciendo negocios con el control de cambio nada va a cambiar), la desidia y la corrupción. Encima, el ministro de salud (minúsculas adrede) y padrino lópez (ídem) se unen al coro de canallas que dicen que aquí no hay por qué abrir un canal humanitario.
No sé cuánto más tendremos que penar… el dolor de patria que tengo es intenso. Los niños desnutridos no aprenden. No crecen, ni se desarrollan. Y hay quienes han muerto de hambre. Eso en un país petrolero es un genocidio. Y todos sabemos los nombres de los culpables. Ellos pagarán por sus crímenes. De hecho, parece que unos ya empezaron a pagar…
@cjaimesb