En 1930, la gran mayoría de la población trujillana era rural… Al llegar la explotación petrolera, comenzó una alocada carrera hacia los campos petroleros del estado Zulia, había comunidades completamente solas, no había un alma, algo parecido a una guerra donde lo que queda es desolación y mucha soledad.
El ferrocarril de La Ceiba se convirtió en el transporte ideal para dejar atrás hambrunas y olvidos, y buscar la tan anhelada prosperidad económica… Los vagones del ferrocarril se iban repletos de trujillanos, especialmente jóvenes que marchaban en busca del “paraíso perdido”. Las familias quedaban sin “el hombre de la casa”, pero a cambio, mensualmente recibían una buena cantidad de dinero que mucho servía para calmar necesidades financieras.
Los trujillanos que aquí se quedaron trabajaban de sol a sol como jornaleros y medianeros, la mayoría tenían vasta experiencia como soldados en sangrientas guerras civiles que llenaron estas tierras de drama y sufrimiento… Había ejércitos que se formaban de la “noche a la mañana”, dirigidos por algún bravo terrateniente que buscaba venganza, estos señores dueños de las tierras, ellos mismos, se nombraban generales y coroneles; y “palante es pa´ ya”.
Aquel Trujillo, aquella Valera de hace 90 años, sobresalía con muchas necesidades; la salud y la paridera de muchachos estaba en manos de curanderos, sanadores y parteras. El vestido de las mujeres eran batas holgadas que llegaban hasta las piernas. Los hombres usaban pantalones que se iban alargando a medida que avanzaba la edad; chinelas, alpargatas y cotizas para el diario vivir, y zapatos para ir a misa o eventos especiales.
En las pequeñas ciudades, las familias más adineradas formaban una élite cerrada, adoptaban relaciones de superioridad hacia las personas de bajos recursos económicos- Las familias con mayores recursos mercantiles debían sus fortunas a la tenencia de las tierras o a una llamativa herencia… Aquellos que tenían mayor poder financiero vivían cerca de la plaza, iglesia, y en las calles principales que no eran muchas… Los momentos de diversión fueron en elegantes clubes o centros sociales, donde no entraba “todo el mundo”.
Algunos de estos personajes con buen dinero les acompañaba un distinguido título universitario de abogado, en otros casos; eran honorables bachilleres… Luego, venían los comerciantes, los pulperos y artesanos que vivían en la ciudad, estos se habían entrenado en diferentes oficios. Y por último estaban los que trabajaban en oficios domésticos.
José Gregorio Hernández en Valera
Hablando de nuestro terruño, en 1888, José Gregorio Hernández, en carta a un amigo, le escribió: “Valera es una ciudad donde llegan todos los caminos que van a otros pueblos. Todos los que quieran ir a otra población; forzosamente tienen que pasar por aquí; eso hace que Valera sea un punto central y de mucho movimiento comercial. Tiene aproximadamente cuatro mil habitantes; la mayoría italianos que son los comerciantes y por consiguiente los más acomodados. Luego viene la sociedad fina que es muy pequeña, como son casi todos los de la familia Salinas. Después viene el pueblo, en su gran mayoría, se mantiene con la cría de marranos».
Finalmente, José Gregorio Hernández, en su carta de 1888, destaca: “Valera es muy pintoresca en su situación topográfica y sirve de asombro a todo el mundo, porque es una sorpresa poco común en la Cordillera Andina, puesto que está en el corazón de la serranía, tiene una temperatura bastante elevada, mientras que a su alrededor hay una multitud de pueblecitos a tres o seis leguas, en las cuales el clima es bastante frío”.
Pelea entre Trujillo y Valera
El gran ferrocarril de La Ceiba, desde 1895, brindaba sus servicios hasta su terminal provisional en Motatán. Valera y Trujillo se peleaban la sede definitiva del famoso ferrocarril, a la final de tanta “peleadera” se quedó en Motatán. El pero es que, Valera tiene una ubicación topográfica privilegiada, y la cosa se puso buena para los valeranos en el momento en que se construyó una carretera de granzón, desplazó a Motatán como gran centro comercial trujillano, convirtiéndose en “alma y corazón del comercio” en la región andina.
Un Dios les pague a los italianos
Valera tiene mucho que agradecerle a la colonia de hombres y mujeres que un día llegaron de las lejanas tierras italianas. Con una vasta experiencia se dedicaron a fundar múltiples empresas artesanales para el consumo local. El comercio de víveres lo asumieron comerciantes criollos, muchos dejaron sus pueblos para venir a Valera donde estaba “la gallinita de los huevos de oro”. En pocas palabras, Valera se tragó el comercio de Escuque, Trujillo, y Urdaneta.
Fuente consultada: historiador Arturo Cardozo