Por: Juan(cho) José Barreto González
Una de las consecuencias más atroces de la imposición mediática sobre la población es la pérdida de los espacios deliberativos, es decir, aquellos lugares donde se conversa para tomar decisiones. La mayoría de los espacios han sido afectados por el virus de la incomunicación o, máxime se informa sobre las decisiones que deben tomarse para… Todas las operaciones de propaganda están marcadas por lo que Enrique Dusell llamó “el paradigma sacrificial de la modernidad”, es decir, la impotencia para convivir con el diferente, ese miedo que nos ha llevado a “distinguir” al otro como el lado malo del mundo y lo debemos: Exterminar y/o convertir. La imposición mediática debe ser considerada como los múltiples mecanismos para lograr la imposición paradigmática sobre el enemigo a vencer. Es imposible en las breves líneas de esta mudanza explicar tales mecanismos a través de la historia, pero, es muy importante advertir que, la historia de esos mecanismos la encontramos en los relatos, textos, canciones, oraciones y llantos, acciones y sentimientos expresados por el hombre por los signos de los signos, amén. Para ponerle el cascabel al gato debemos revalorizar, animar, insistir en la conversación como el acto más extraordinario desde esta angustia existencial. El cara a cara surge como el medio humano más directo para la comprensión. De allí viene “el careo”, vaya, quién está dispuesto. Perder la cara, es perder la palabra ante el otro, es perder la boca, los ojos y las ideas, es prolongar el exterminio, “como si fuésemos el último hablante de esa lengua humana”.
(No es el “vuelvan caras”, no es fingir que se huye para regresar sorpresivamente para aniquilar al enemigo). Esta treta forma parte de la guerra entre nosotros hoy expresada en niveles inimaginables y desbastadores de la sociedad venezolana. Pongamos un ejemplo específico, sencillo. En un proceso electoral, aparentemente histórico, los candidatos se sienten incapacitados para, así lo demuestran, verse cara a cara. Terrible, una muestra palpable de la pérdida en las élites del dominio mediático de la capacidad de deliberar, conversar con el otro. Se expresa así, la preponderancia del paradigma sacrificial, exterminar y/o convertir. Lo peor de lo peor de la presión y astucia mediática se vive en la cotidianidad social, hemos perdido la capacidad de conversar. Este es el signo más letal de la guerra entre nosotros, la pérdida de la capacidad deliberativa. Ya lo anunciaba en esa mudanza llamada “Carta a dos asambleístas”.
Los jefes políticos latinoamericanos se volvieron irresponsables (no es un fenómeno exclusivo de Venezuela como pareciera). Son las más importantes víctimas de la pérdida de nuestra capacidad de pueblo para inventar futuros desde la sabiduría milenaria. Las mejores expresiones de nuestra cultura sólo sirven de perfil publicitario para encubrir la sustitución, y cito al querido Briceño-Iragorry, “del decoro antiguo por el disfraz del rendido pitiyanqui”.
inyoinyo@gmail.com