- Por haber cambiado el concepto de la historia nacional, por habernos enseñado que Venezuela no es agregado de aconteceres incoherentes sino un firme caminar buscando destino e identidad de pueblo nacional, se ha constituido como el más luminoso de nuestros historiadores
Elvins Humberto González
En estos días, con motivo de cumplirse 60 años de su fallecimiento, se le sigue haciendo justicia a Don Mario. Los críticos literarios coinciden en que fue uno de los grandes escritores de la lengua castellana. Afirmarlo significa que Mario Briceño Iragorry es miembro de un selectísimo club que va de Cervantes a Octavio Paz, para sólo mencionar a dos que nacieron en las orillas opuestas del mar Atlántico.
Cambió el concepto de la historia venezolana. No es que enarboló la bandera de la leyenda dorada frente a la leyenda negra, sino que simplemente se negó a aceptar ese pretendido abismo entre la República y la Colonia. La patria, dijo «la ganaron para mí los abuelos que desde el Siglo XVI fijaron su residencia en la ciudad de Trujillo. Ellos salieron después a defenderla del pirata que amenazaba su integridad y ellos lucharon más tarde por hacerla independiente de España. En esencia, rescató el pensamiento de Bolívar que en lo más cruento de la guerra contra España le buscó fundamento histórico al empeño de construir repúblicas americanas, proclamando que en esos comienzos del siglo XDC éramos ya viejos en los usos de la sociedad civil».
Mario Briceño Iragorry, por haber cambiado el concepto de la historia nacional, por haber demostrado que no hubo abismo entre la República y la Colonia, por habernos enseñado que Venezuela no es agregado de aconteceres incoherentes sino un firme caminar buscando destino e identidad del pueblo nacional, se ha constituido como el más luminoso de nuestros historiadores. Este nuevo concepto de la historia venezolana es el que asumen los historiadores contemporáneos. En esta perspectiva, Briceño Iragorry debe reputarse como el pensador de mayor influencia en la historia venezolana.
Para muchas generaciones, Mario Briceño Iragorry fue el intelectual venezolano que mayor influencia tuvo en el país. Lo cual no era fácil. Él estuvo involucrado en la generación que aparecía en el ojo del huracán, que fue el tremendo conflicto ideológico. En el mundo occidental, y por tanto en Venezuela, las ideologías eran muros infranqueables que separaban a los cristianos y a los marxistas. Entre los jóvenes de aquel tiempo ya lejano, los marxistas eran más numerosos y activos que los cristianos. Sin embargo, Briceño Iragorry, cristiano de agresiva convicción, influyó por igual a todos. Su mensaje sin destino conmovió, motivó y movilizó a todos sin distingos de ideologías.
Nadie ha dado tanto
Escritor excelso, historiador fundamental y gigante de la intelectualidad. Ninguno de los nacidos en la ciudad de Trujillo ha dado tanto lustre a su ciudad como Don Mario. Ninguno ha proclamado su amor por la ciudad como Don Mario. Ninguno se ha sentido tan orgulloso de Trujillo. Hacemos simplemente una referencia a un párrafo de «Mi infancia y mi pueblo». Al hacer el elogio de la extraordinaria mujer que fue su madre, no encuentra expresión más llena de afecto que esta: «Y era de Trujillo. Matrona de verdad. No hubo en el mundo mujer como mi madre. Cuando la pienso he de verla unida al panorama de mi tierra nativa. Y porque amo desmedidamente el recuerdo de mi madre he de amar con pasión semejante el lugar donde ella me dio a luz, y donde me nutrió para la vida».
No era parroquialismo, ni siquiera regionalismo. Era el fundamento de uno de los legados más importantes que nos dejó Briceño Iragorry. La cuestión de la identidad. Toda su obra tiene la intención de ahondar en las entrañas de la patria venezolana, “al buscarme a mí mismo en función de venezolanidad, tropiezo con Trujillo y con la historia». Es la búsqueda de la identidad. Para encontrar su propia identidad, la identidad de Venezuela, se empieza por buscarse a sí mismo, sus raíces, su suelo, su historia.
Tierra, lenguaje y tradición
Somos una tierra de hombres, lenguaje, tradición, de usos y costumbres compartidas, de compartir fe y voluntad. Para Don Mario, entonces, la identidad nacional arranca de la tierra de nacimiento. Por su convicción de que no es posible la noción de patria nacional sino se tiene raigambre en la patria local, en el afecto inconmovible del pueblo, del barrio, de la calleja, en fin «donde corrieron los tiempos sin igual de nuestra infancia».
El tema de la identidad ha sido controvertido. Pero Mario Briceño Iragorry tenía razón al presentarlo como asunto clave. Como pueblo, como sociedad y como nación, es indispensable saber qué somos y quiénes somos. Para ello es indispensable saber de dónde venimos y cuál es nuestra historia. Si ignoramos la identidad, no podemos saber a dónde ir. El que ha perdido la memoria no sabe quién es, de dónde proviene, quiénes son sus familiares y amigos. No sabe quién es y por lo tanto, no sabe qué hacer, a dónde ir, hacia dónde caminar. Lo mismo ocurre con los pueblos sin identidad. Son pueblos sin memoria, sin historia. Por lo tanto son incapaces para comprenderse a sí mismo, para asimilar el entorno, para entender su tiempo y las circunstancias que vive. Un pueblo sin identidad es como el enfermo de amnesia, no sabe a dónde ir, no tiene caminos claros, no tiene cómo concebir objetivos. En una palabra, un pueblo sin identidad es un pueblo sin destino. Ese fue el gran mensaje de Don Mario. Su temible advertencia fue que si no tenemos clara la identidad somos como enfermos de amnesia. Y un enfermo de amnesia, para orientarse tiene que darle la mano a alguien. Puede ser a una persona noble, con alma grande y generosa, que lo ayude y oriente, pero puede también en algún momento dar la mano y entregar confianza a cualquier parlanchín disfrazado de buen samaritano.
Valoración de lo nacional y regional
La insistencia en la valoración de lo nacional y regional ha determinado que algunos críticos pierdan de vista el sentido ecuménico, universal del pensamiento de Don Mario. Quienes parecen como si percibieran olor a naftalina en el pensamiento de Don Mario, son simplemente unos ignorantes.
Mario Briceño Iragorry fue un adelantado al deber de hoy sobre la globalización. Era un espíritu profundamente compenetrado con los principios universalistas de la doctrina cristiana. Era una mente ecuménica. Entrevió a distancia el fenómeno contemporáneo de acentuado internacionalismo, pregonando que la anfictionía universal tenía que reivindicar los valores locales y regionales. No fue entonces una tesis retardataria, como se atreve a susurrar la ignorancia. En esta proximidad cuando se hablaba del tercer milenio lo que observaba era el desarrollo de dos procesos paralelos: globalización y regionalismo. Que no son incluyentes, sino al contrario, complementarios. Tanto que los futurólogos han predicado que el mundo globalizado es una confederación de regiones y ciudades. Regiones y ciudades con identidad, con orgullo y conciencia de su propia identidad, dentro de un marco de referencia de solidaridad internacional y desarrollo a nivel planetario de los principios de respeto a la dignidad del ser humano.
Modernidad de su pensamiento
Así como hoy destacamos la modernidad precursora del pensamiento de Don Mario, se puede hacer referencia a una de sus obras que según muchos especialistas ha sido de las menos comentadas, «Los Riveras». Su incursión en la novela en «Los Riveras», Don Mario intenta, liberado del rigor que se espera en el historiador, con la libertad para crear e imaginar que tiene el novelista, adentrarse en los seres humanos que tuvieron autoría en la vida nacional en tiempo de encrucijada. ¿Cómo eran? ¿Cómo se comportaban? ¿Cuáles eran sus virtudes y debilidades? En síntesis, esfuerzo por entender la historia a través de la condición humana de sus personajes.
“He de amar con pasión semejante el lugar donde ella, mi madre, me dio a luz, y donde me nutrió para la vida».
Mario Briceño Iragorry
Don Mario y el amor por el terruño
Don Mario nos dijo que el amor al terruño era una condición indispensable para el nacimiento de la patria. El infortunio le permitió dejarnos el testimonio de su concepción más auténtica del regionalismo, del nacionalismo. Cuando se cumplieron los 400 años de la fundación de Trujillo, Don Mario estaba en España purgando destierro por sus luchas por la democracia. El día que la capital del estado cumplía sus 400 años de fundación, Don Mario se fue a la ciudad española del mismo nombre, al Trujillo de Extremadura, al pueblo de Don Diego García de Paredes, el fundador. Nos dejó dicho que allí había encontrado este Trujillo, no porque llevara el mismo nombre, sino porque era la misma tierra, los mismos hombres y las mismas mujeres; en lengua que era común, adoraban al mismo Dios. Una vieja iglesia, como está de al lado, en su arrime. En el silencio de ese tiempo -dice- como en oración, “siento la inmediatez de América. Mi imaginación absuelve la distancia que llenan las ásperas aguas oceánicas y me siento en tierra propia, me considero deambulando sobre mi vieja patria distante como un iluminado, pues el espíritu se le ha llenado de luz”. Mario Briceño Iragorry encuentra el signo de la identidad. Ningún sitio mejor para conmemorar los 400 años de la ciudad de Trujillo, que la antigua urbe extremeña, de donde vino el fundador, de donde vino el nombre, de donde vino la cultura que nació en Atenas y Roma «lo que ata nuestro destino al mundo imperecedero de Cristo». Ese fue Don Mario, un paradigma trujillano y venezolano, un hombre universal. ¡EL TRUJILLANO MÁS UNIVERSAL!