Los Patriots son de otra Galaxia. De otro tiempo. De un mundo épico en el que hay animales mitológicos e infinitas dimensiones. Y así ganaron su Sexta Súper Bowl. Jugando a su manera. De esa forma distinta que solo saben hacerlo ellos. Aburridos, meticulosos.
Diseccionando almas mientras al resto del universo el corazón le salta incontrolado por el cuerpo. En un estadio de Atlanta convertido en sala de tortura desmembraron a unos Rams que nunca fueron ellos mismos porque no les dejaron serlo. Ni un segundo. Ni un instante. Un guiñapo en manos de la dinastía. Un partido en el que el espectáculo fue que no había espectáculo. Solo masacre. Solo New England. Solo los Patriots de Bill Belichick. El equipo más grande que nunca ha pisado un emparrillado. Victoria contundente 13-3. Julian Edelman, fue elegido MVP después de un partido portentoso. Quizá no haya sido la Súper Bowl más bonita. Pero sí ha sido la obra maestra de Bill Belichick. Probablemente el partido del que siempre se sentirá más orgulloso. La cima de una forma de jugar al football tan práctica, tan sencilla, que parece imposible.