Occidente, mitad del planeta donde, no obstante sus imperfecciones, vivir es una aventura menos penosa que en la otra mitad, atraviesa lo que para no entrar en detalles podemos llamar un mal momento. Mientras sus contradicciones de intereses y sus vacilaciones éticas se traducen en una disminución de la eficacia, en la otra mitad, por cierto con su ayuda, China es un gigante retador que le burla hostilizándole por interpósito poder -Corea del Norte-, y Rusia le desconcierta con la elasticidad que le confiere un liderazgo inescrupuloso y eficaz, el de Vladimir Putin. Nuestro sistema se encuentra en clara desventaja frente a regímenes cuya capacidad de acción y reacción no necesita atender a la opinión del ciudadano común. Es así como la nación económica y militarmente por gran distancia más poderosa del planeta, se ve desbordada por otras de menor calado cuyos gobernantes tienen completa libertad de movimientos. El caso Venezuela está probando esta patética situación.
Estados Unidos logró movilizar a las Naciones Unidas en una inspección sobre los derechos humanos en Venezuela. El resultado de esta investigación donde si algún sesgo hubo sólo pudo ser en favor de la dictadura, fue tan alarmante que la jefa de la operación, insospechable de animosidad contra el régimen de Maduro, concluye destacando la urgencia de una intervención que impida el colapso de Venezuela como nación operativa, lo cual provocaría una devastadora crisis regional. Ya no se trata de defender los derechos humanos, sino de impedir que en Venezuela se produzca el desastre que se presenta inminente y desquiciaría a toda la región.
La reacción de la dictadura ha sido abofetear a las Naciones Unidas y retar a Estados Unidos golpeando a la Oposición en el punto donde Washington dijo que no lo toleraría: Juan Guaidó. La perplejidad de Washington ante este atrevimiento indica que no esperaba tanto atrevimiento y, aún peor, que no tiene capacidad para reaccionar cuando su poder simplemente es ignorado.
Una respuesta retórica y tardía lesionaría fatalmente la autoridad de Estados Unidos como primera potencia mundial y obligado garante de la supervivencia de la civilización occidental que fuerzas como el fanatismo islámico se declaran dispuestas a destruir. Sentiríamos algo muy parecido al escalofrío de la muerte.