Todo el mundo habla de unidad en relación con la situación actual y el qué hacer. Una buena parte de quienes predican en este sentido realmente no la quiere, pues la unidad les impediría hegemonizar el proceso político por venir. Y ésta no es una afirmación gratuita. Los cuatro jinetes del Apocalipsis venezolano lo han más que demostrado desde hace por lo menos dos décadas. Y hoy lo demuestran día a día con su sectarismo desde la Asamblea Nacional. Son sectarios y excluyentes hasta con su propia gente.
Primero Justicia, Voluntad Popular, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo sólo se unen entre ellos y eso con mucha desconfianza y obligados por la necesidad apremiante de salir de la crisis. Ni que hablar de Vente Venezuela, Alianza Bravo Pueblo y quienes juegan alrededor de ellos.
Todos, absolutamente todos, quieren sacarle el mayor provecho político electoral a lo que venga, aparte de no coincidir en las estrategias para enfrentar al gobierno de Maduro.
Hay otra oposición, no reconocida por los cuatro jinetes ni por quienes son aún más extremista y tampoco muy tomada en cuenta por el gobierno, que se proclama partidaria de cuatro principios: salida electoral (democrática), constitucional, soberana (venezolana) y pacífica. Es descalificada como colaboracionista del régimen de Maduro precisamente por los extremistas opositores que, con sus dislates, le han dado dos décadas de gobierno al chavecismo y trabajan para darle mucho más tiempo. A este relativamente nuevo sector opositor le ha sido difícil terminar de conformarse como una opción real de gobierno, se le ha dificultado internamente aglutinarse en torno a propuestas y acciones comunes, que llamen la atención al hacerla aparecer como una opción capaz de interpretar a ese vasto sector electoral mayoritario, que rechaza a Maduro y su claque pero también a quienes nos prometen más sufrimientos con invasiones y sanciones.
La unidad tiene que comenzar y cimentarse sobre los cuatro principios ya señalados, a los que habría que agregar, como acciones derivadas, la negociación con el gobierno para la designación de un nuevo CNE independiente como Poder del Estado, integrado pluralmente, imparcial en sus ejecutorias y designado de común acuerdo, que organice todos los procesos electorales venideros establecidos en la Constitución. Y negociación también para enfrentar urgentemente la hiperinflación, los bajísimos salarios, la devaluación permanente, la escasez de medicamentos, vacunas y otros insumos para la salud; el caos de todos los servicios, el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el total respeto de los derechos ciudadanos. Quienes estén de acuerdo con esta fórmula serían los susceptibles de ser unidos.
Hay que recordar que los procesos sociales y políticos tienen sus tiempos y no pueden ser empujados atropelladamente, como se ha querido hacer en Venezuela desde prácticamente el inicio del primer gobierno de Chávez. No son los deseos los que determinan su velocidad. Nuestra práctica social de este siglo así nos lo ha hecho ver en multitud de ocasiones, aunque haya todavía quienes se nieguen a aceptar que el sol sale por el Este.