Desde que es concebido, el ser humano vive inmerso en un mundo de signos donde “todo significa sin cesar”. Salirse de esta enorme placenta significante es imposible, aquí residimos y recibimos todos los efectos y afectos. También una enorme membrana de lenguajes hila, cruzan, hieren y curan la vida en ese mundo demasiado humano. Quienes creemos en la vida comunitaria, debemos trabajar con mucho cuidado las palabras amatorias para ayudar a curar-nos, es decir, cura entre nosotros. No estoy hablando de finura o refinura. Buscamos desde este oficio medicinal, sobar la parte enferma para que se active de otra manera. Si volvemos a caminar, ese volver a caminar no puede ser igual al primero. Después de una enfermedad si repetimos el ciclo, volveremos a enfermar. El lenguaje sufrido ha invadido la vida, también ha enfermado. Después de la enfermedad, si repetimos el lenguaje, volveremos a enfermar.
Si usted está enferma o enfermo, según sea el caso, usted no puede curarme. Si yo estoy enfermo, menos. Lo medicinal no puede surgir desde el padecimiento sino a partir de la invención de nuevas formas de con-vivir. Vivir con el otro inventando en comunidad para no repetir ciclos y lenguajes. La convivencia no debe concebirse como recurrencia, como combinación de padecimientos y repeticiones, sino como esa capacidad curativa para evitar que aquello que maltrata vuelva a repetirse. Sencillamente es imposible curarse si una persona o un pueblo no están resueltamente conscientes de su enfermedad, si no asume con valentía que está inmerso en un mundo radicalmente enfermo, es decir, enfermo desde la raíz. Si ese mundo-casa-placenta-membrana nos ha vuelto sufridos, las formas liberadoras deben serlo de tal manera para realmente lograr sobar, salvar, liberar la vida que pareciera para algunos estar condenada a la muerte. Esas formas liberadoras “están por ahí” en el “arroz con mango” de la “sabiduría milenaria de los pueblos”. Formas que combinan todos los “hablares posibles” desde un “yo con yo” a un esplendoroso “entrenosotros”. Cuando escribimos vamos a hablar, es una invitación a conversar, a mirarse un poco sin prejuicios para ver quien lanza la primera palabra. Para hilar fragmentos y crear la imagen sensible de la trascendencia y no insistir en el fragmento porque ahora ya es parte de ese “arroz con mango” sabroso de lo pluriversal y pluriverbal. Para todo esto debemos aprender a querer y comunicarnos desde la diferencia. La procesión va por dentro, los murmullos y cantos se confunden y una voz extraña, plural y multiforme irriga los colores de la tarde…