Los altos y gruesos tapiales, revelan el carácter de encierro que tiene la edificación donde vive desde muchacha María Encarnación Briceño y Briceño, en los predios de la ciudad de Mérida. Se abrió el enorme portón y entró una de las jóvenes domésticas, buscando desesperadamente a la Madre Encarnación de San Joseph. Al verla, le dijo con cierto nerviosismo y tristeza:
– ¡Madre, Madre, ocurrió una desgracia! La sosegada monja, con su dulce y cariñosa voz, le respondió:
– Cálmese mija y dígame ¿qué sucedió? La moza recién llegada le dio más que un recado, la infausta noticia:
– ¡Algo espantoso Madre, mataron a su hermano! Encarnación al recibir la virulenta confidencia, reacciona a los pocos segundos, y entre desesperación e ira, gritó:
– ¡Nicolás, mataron a Nicolás! La muchacha moviendo la cabeza le hizo señas que sí, y luego le explicó que los realistas habían fusilado al coronel en Barinas. Con lágrimas en su rostro, se fue a la capilla a orar, se arrodilló, pero antes, como cualquier dolido deudo, reclamó:
– ¿Dios mío, por qué me castigas? Tú que enseñas a ser dignos de ti, que seamos libres y nos liberemos de la esclavitud ¿Por qué mi hermano Nicolás, es víctima de tan horrible crimen? Silenciosa, debatiéndose con el temor a Dios, allí estuvo largo rato con la mirada fija en el Cristo, y de pronto se le escuchó, como duro reproche:
– ¿Por qué a Nicolás?
Las monjas profesas de velo negro y blanco, las de claustro, novicias, sus sirvientas, los que constituían la armónica comunidad que habitaba en el Monasterio de Santa Clara de Mérida, conocido como el Convento de las Clarisas, fueron acercándose a orar, a darle las condolencias y acompañar a la Madre. Fue un día del mes de junio de 1813, también de tristeza para todo el occidente del nuevo país, de la nueva república libertaria que impulsaba el hermano de la Madre Encarnación.
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De las heroínas del Valle del Bomboy, de la estirpe de los Briceño, este es uno de los casos más interesantes y del que se ha escrito escasamente. Sin ser una mujer de la mitología o del cuento, simboliza y encarna con magnificencia el gentilicio trujillano y el patriotismo republicano, quien desde los comienzos, 1808, se mostró colaboradora y partidaria del movimiento independencista, que fomentaban sus hermanos.
Nació en una hacienda de cañadulce y cafetales, en la población de Mendoza del Bomboi (Trujillo, Venezuela), en 1764, con el gen de la estirpe de guerreros y de la justicia social, a pesar de su condición de mujer y religiosa. Hermana del Coronel y prócer independentista Antonio Nicolás Briceño (El Diablo). En contraste con la mayoría de sus hermanos era trigueña, de exquisita hermosura, ojos color café, pelo castaño. Sus padres: Doctor Antonio Nicolás Briceño Quintero (El Abogado) y María Francisca Briceño Pacheco del Toro, ambos nativos de Trujillo. Su nombre completo María Encarnación Briceño y Briceño.
Cuando joven, aquella trigueña, de ensortijados cabellos, rostro prudente y de tierna mirada, decidió dedicar su vida a ser religiosa. En su hogar familiar católico y la formación recibida, desde muy niña estuvo inmersa en una profunda religiosidad, pero también de soledad, donde hubo la ausencia de la madre, recordemos que doña Francisca su madre, murió dando a luz a Antonio Nicolás, el que con el correr del tiempo sería destacado Coronel impulsor de la independencia de Venezuela.
Ante el limitado campo de derechos que tenía la mujer en esa época, se integró a la vida religiosa, donde podía estudiar, leer y escribir, y dedicarse a otras actividades. Después del noviciado y claustro, tomó los hábitos y se hizo monja en el Convento Santa Clara de Mérida. Escribió Picón Parra que, Encarnación, fue trasladada a Mérida por su padre y allí, al pasar de los años, «… llegó a ocupar el cargo de abadesa del convento a finales del siglo XVIII, lo cual era de gran significación, pues además de dirigir la institución, en ese momento, muchas de ellas administraron directamente todas las cuestiones económicas, no solamente internas, sino incluso las relacionadas con sus propiedades y su actividad de prestamista, sustituyendo a los síndicos…” (Picón Parra, Roberto. Fundadores, Primeros Moradores y Familias Coloniales de Mérida. Caracas, 1988). Esto también lo afirma Vicente Dávila en su obra Próceres Trujillanos.
El viejo y católico abogado realista Antonio Nicolás Briceño, siempre sintió predilección por su hija Encarnación, de la cual estuvo pendiente permanentemente de su bienestar, al punto que en una oportunidad, “donó 250 pesos para la compra de una mulata esclava para el servicio de la monja Lorenza de San Rafael y de su hija María Encarnación Briceño, niña depositada en el monasterio” (Ramírez Méndez, Luis Alberto. De la piedad a la riqueza: El Convento de Santa Clara de Mérida (1651- 1874). T. I Fondo Editorial UNERMB. 2016). Era una exigencia del Monasterio, que las enclaustradas tuvieran su propio personal para que las asistieran y cuidaran en la clausura.
Excluyente y como privilegio para pocos, el Monasterio de las Clarisas contaba con una instructora de novicias y niñas, que les enseñaba la tradicional educación escolástica, en una mezcla de doctrina aristotélica con la filosofía cristiana. En la época colonial, el Convento donde se encontraba Encarnación Briceño y Briceño, además de su función de recinto de formación y vida eclesiástica, fue una especie de institución o ente financiero con actividad rentista de capital para su sostenimiento económico. Esas facultades que ejercía la abadesa, la madre presidenta y directivas de la comunidad religiosa, coinciden con los variados préstamos otorgados a los próceres Briceños, para la compra de armamentos, municiones, caballos y bastimentos para la tropa patriota. Poseían los hermanos Briceño, de propiedades con las que con total desprendimiento solicitaron préstamos, en lo que la madre Encarnación estando dentro del convento facilitaría la obtención de tales censos. Como ejemplo emblemático el caso de su hermano Francisco Javier el coronel, que dio al Monasterio, su hacienda “La Plata”, ubicada en Valera, en garantía de préstamo (Censo) para comprar armas para la guerra, consagrado como estaba a la causa de independencia y sus deudos no pudieron recuperarla.
La Madre Encarnación de San Joseph, del Convento de las Clarisas
La Madre Encarnación, fue monja sobresaliente, sus padres, hermanos y su familia toda, se sentían orgullosos de ella y de su vida de religiosa, además de darles el prestigio y el poder que ello significaba para aquel tiempo. Ejerció el priorato en los años 1821-1824. La historiadora Mailyn Lira Sequera, en un interesante trabajo sobre esta familia, escribió: “…En ese último aspecto, se notará lo indispensable de vincularse con las instituciones religiosas, que detentaban la mayor disponibilidad de capital ostensible de ser prestado por el sistema de censos. Frecuentemente los Briceño se endeudaron, en cantidades que oscilaban entre 100 y 1500 pesos, con las instituciones religiosas de Mérida…” (Lira Sequera, Mailyn. La familia Briceño: Un linaje protagónico del siglo XVIII merideño. Presente y Pasado. Revista de Historia. 2008). A pesar de sus limitadas posibilidades por su condición de monja, fue solidaria y como uno de los objetivos superiores de la mayoría de su familia, trabajó por la causa de emancipación de Venezuela.
La Madre Encarnación y el priorato de los Briceño
Procuraba hacer tiempo, para visitar la hermosa casa de la hacienda familiar “La Concepción”, en el valle de Bomboy, (Mendoza) donde nació, allí podía reencontrarse con sus parientes y conversar de lo divino y de lo humano. Siempre podía tener información fresca de boca de sus familiares, comprometidos con la causa republicana.
Su aislamiento, no llegaba al punto de obviar lo que ocurría desde 1808, en su país, ni de la azarosa vida de su hermano Antonio Nicolás como activo cabecilla de la Conspiración de los Mantuanos en Caracas, lo que le ocasionó su primera condena. Los aires escolásticos que se movían en el Convento en la ciudad de Mérida, fueron objeto de un fenómeno que se venía gestando y qué causó internamente una división o un cambio en la manera de asumir el momento que vivía la nación. Las ideas venían siendo propiciadas, entre otros, por su joven hermano y abogado Antonio Nicolás Briceño, ideas que no rechazaban las ideas cristianas. La idea de libertad e independencia, y «derechos iguales a los hombres» irrumpieron y se fijaron frente al modelo y sociedad colonial y monárquica. Por eso hablamos del priorato de los Briceño y su culto y devoción por un objetivo superior: la independencia de la Confederación Americana de Venezuela.
Seguía con mucha atención las acciones épicas de sus revolucionarios hermanos; eso fue templando su alma de patriota, por lo que allí, en su retiro, encendió la llama libertaria entre sus condiscípulas.
En los sucesos de 1811, su hermano Nicolás, quien resultó electo como diputado por Mérida, tuvo un protagonismo destacado, el 4 de julio, a objeto de apresurar la declaratoria de independencia. Al ser declarada, en su discurso como diputado por Mérida, dijo que la Provincia que tenía <<el honor de representar, solo aspira a un gobierno hábil y a una administración enérgica que provea su felicidad, y bajo estos datos, y fundado en su ilustración, no dudó asegurar que se prestará gustosa a reconocer nuestra absoluta independencia, como parte que es de la Confederación que la ha sancionado>> (Dávila, 23), esta es la idea fundamental en el pensamiento de los Briceño.
Pero aquel Mendocino patriota <<filósofo sombrío, republicano cartaginés, de genio inquieto>>, venía madurando la idea quizás programática, de quebrar la ambivalencia ante la causa emancipadora, entre los criollos que se creían españoles y los que se sentían solo americanos, y los españoles que estaban avecindados en Venezuela. Su mente, conocimientos y capacidad no los tenía de adorno. Caída la primera República, los principales líderes republicanos salen del país. Antonio Nicolás va a Cartagena y de ahí pasa a Cúcuta con su tropa. Allí, se reúne con Bolívar y con Castillo, les presenta su propuesta de «Guerra Sin Cuartel», la que deslindaría definitivamente aquellas parcialidades, pasando de un conflicto interno civil, a una guerra entre americanos independentistas y los españoles monárquicos. Esta definición en lo ideológico y militar, se convirtió en un paso definitivo hacia la conformación de la conciencia americana, que por supuesto, y si no hay mezquindad histórica, es idea exclusiva de Antonio Nicolás y forma parte del priorato teórico de los Briceño.
El 15 de junio de 1813, Bolívar en Trujillo, asumió la tesis de Antonio Nicolás Briceño y dicta su célebre Decreto de Guerra a Muerte, suspendiendo el debate y dio paso a la acción militar. Ese mismo año sus hermanos Pedro Fermín y Francisco Javier Briceño, se fugan de la cárcel en Puerto Rico, regresan a Venezuela y se incorporan a la lucha revolucionaria, esto, la reconfortó un poco, a pesar del duelo intenso que sufría, por lo de Nicolás.
¿Cómo se materializa el macro conflicto emancipador a lo interno del Convento de Santa Clara? El enfrentamiento con el Obispado realista
En el marco de la guerra independentista, era lógico que se demarcara la sociedad, los grupos sociales, étnicos, el clero, los hacendados, sectores de poder y asimismo, las instituciones, universidades, sociedades, gremios y hasta los conventos, en un bando de monárquicos o realistas y otro de patriotas, lo que aparejaba sin duda, discusión y pugnacidad.
En un interesante trabajo del investigador Luis Alberto Ramírez Méndez, titulado La ruptura de la proximidad en una sociedad polarizada: el caso del Convento de Santa Clara en Mérida-Venezuela. 1810-1827, apuntó que <<La incidencia de la polarización de la sociedad independentista determinó la ruptura de los lazos de proximidad en el interior del convento Clarisas emeritenses motivando la separación tanto física como ideológica de las religiosas, cuyas incidencias y efectos fueron traumáticos para las enclaustradas>> (Ramírez Méndez, 880); Convento en el que las monjas se dividieron y participaron en los bandos ideológicos en confrontación; se entiende que María Encarnación, como monja de dicha institución, se involucró en el conflicto.
Ramírez Méndez, incorpora una nota interesante, que pudo ser el detonador que acentuó el conflicto, que después del terremoto, y en un ambiente revolucionario y separatista, el Deán Francisco Xavier Irastorza, <<inició con el pretexto del lamentable estado en que había quedado Mérida, un trabajo constante y tenaz para trasladar a Maracaibo la capital de la Diócesis, La Universidad y Seminario y el Convento de Clarisas>> (Ramírez Méndez, 891); lo que rechazaron categóricamente los ciudadanos merideños.
La Madre Encarnación asume el liderazgo de las Clarisas rebeldes
Uno de esos días, en los que el Obispo Milanés, dio misa dominical en el templo de las Clarisas, la Madre Encarnación de San Joseph y el resto de las hermanas de Congregación, escucharon cuando dijo: – Merideños, tened entendido que la insurrección a nuestro legítimo monarca es pecado mortal. (La Bastida, 1983, p.22); lo que inmediatamente y con algunas escatológicas voces, repudiaron los fieles asistentes.
Las monjas Clarisas plantearon su rechazo a la mudanza, ante el Tribunal Eclesiástico, en los siguientes términos: <<que el convento había sido dotado por los habitantes de Mérida para beneficiar a las emeritenses y que a consecuencia de su traslación se favorecerían a extraños que no habían sido sus promotores. Por último, se significó que sin los auxilios espirituales de las monjas y cuidado permanente de sus capitales, éstos se aniquilarían destruyendo totalmente las rentas del convento>> (Ramírez Méndez, 894). La respuesta del tribunal eclesiástico, fue negar el pedimento de permanencia, y se les amenazó con relevarlas de los cargos, negándoles su derecho a elegir su abadesa y las ocupaciones de la comunidad.
Al pasar unos 6 meses, abandonan el pueblo de San Juan de Lagunillas y regresan a Mérida. Hay un dato esclarecedor, extraído de la revisión documental, que aporta y transcribe el historiador Ramírez Méndez, en su trabajo, según el cual se demuestra que <<En el expediente para justificar el traslado del Monasterio de Santa Clara de Mérida a la ciudad de Maracaibo, que tiene fecha del 7 de setiembre de 1816, la madre presidenta Encarnación de San Joseph refiere la fecha de su regreso al monasterio de Mérida, al señalar que mediante las: <<…disposiciones del superior al tiempo de su prelacía mandó selebrar el capítulo conventual para la elección de la Abadesa y demás funciones religiosas que en el tiempo oportuno se nos había privado y nos restituimos a nuestro antiguo convento de esta ciudad el primero de julio de mil ochocientos trece, donde con sumo gusto y tranquilidad vinimos todas juntas…>> (AAM. Sección 54. Religiosas. Caja N° 19 Doc. 54-0409. Expediente para justificar el traslado del Monasterio de Santa Clara de Mérida a la ciudad de Maracaibo. Comunicación dirigida por Encarnación de San José, presidenta de la comunidad de Santa Clara de Mérida al ilustre obispo Rafael Lasso de la Vega. Mérida, 7 de septiembre de 1816. f. 7v. (Ídem). Es obvio, que la participación de la Madre Encarnación Briceño, fue protagónica en este conflicto, contra las autoridades de la iglesia, y desafiante al imperio español.
El <<grupo formado por dieciséis religiosas patriotas, entre las cuales estaban la madre presidenta Clara de San Ignacio Rivas y Paredes, quien era tía del Coronel Rivas Dávila…Ángela Regina de la Santísima Trinidad, Nicolasa del Cristo y María de las Nieves de San José, familiares de Cristóbal y Juan José Mendoza, Antonia de Jesús, hermana del entonces vicario y posterior arzobispo de Venezuela, doctor Ignacio Fernández Peña y María Joaquina de la Concepción Méndez de la Barta, hermana del canónigo y también posterior arzobispo Méndez Barta, se negaron a abandonar Mérida y mantuvieron el monasterio en la ciudad>> (Ramírez Méndez, 896); y por supuesto, la monja María Encarnación Briceño, hermana de los patriotas trujillanos Antonio Nicolás, Francisco Javier, Pedro Fermín, Indalecio y José Ignacio Briceño.
El conflicto interno de las Clarisas trascendió de tal manera a la comunidad merideña, que de sus poetas populares, se generó un estribillo, que describía, por una parte las monjas a favor del Rey de España, don Fernando VII y por otra, las que apoyaban al Libertador Simón Bolívar (Ramírez Méndez, 896), el estribillo es el siguiente:
Las Clarisas están rezando;
en abierta oposición;
unas piden por Fernando;
otras rezan por Simón.
La historiografía burlona y la Madre Sacudona
Sobre Encarnación, se fue tejiendo un mito, más que leyenda, y el historiador tachirense Vicente Dávila, al reseñarla en la estirpe de los Briceño, menciona que llegaron a llamarla “La Madre Sacudona”, lo que se entiende como una mujer de carácter fuerte y resuelto, de verbo claro y áspero, con ella no había retórica ni medias tintas.
Algún publicista, se le ocurrió escribir que Encarnación Briceño y Briceño conoció al joven Juan José Flores en Trujillo el año de 1814, después ilustre General y Presidente del Ecuador, y se habría enamorado. Quizás imbuido y apasionado por la heroicidad de los próceres Briceño, con los que tenía parentesco, Vicente Dávila le dio contenido y le dedicó unas pocas páginas a dicha leyenda romántica, en sus Investigaciones Históricas. Roberto Picón Parra, desmontó la falsedad de los hechos absurdos que se le atribuían a la monja.
Son muchos los pasajes, hechos y aspectos de la vida y obra por estudiar de esta trujillana, que no solamente atañen al mero contexto familiar, sino que son claves para entender nuestro pasado regional y nacional. La Madre María Encarnación Briceño y Briceño, dejó huella de su virtuosidad, de su fe católica y de su comportamiento bondadoso, decidido y patriota en el Monasterio de Santa Clara, por eso, se le debe reconocimiento como figura destacada en la guerra independentista y como patriota trujillana. En Mérida, murió esta ilustre religiosa, de nuestra gesta libertaria.