Don Mario Briceño Iragorry (Trujillo, 1897-Caracas 1958) con toda justicia llamado el Trujillano Universal, cuyos restos reposan en el Panteón Nacional, nos legó en cada una de sus obras un paradigma a seguir. Con toda razón Filadelfo Linares, otro notable trujillano humanista y filósofo, lo llamó “El Taumaturgo de las Letras”. Don Mario, en el tema que vamos a tratar, aplicó con gran sapiencia el psicoanálisis freudiano, ya que en un par de sus libros aborda la trama de los dos extremos de la conducta humana: La falsedad en el comportamiento social y la autenticidad como virtud que honra. En su publicación “Casa León y su Tiempo” (1946) Premio Municipal de Literatura, emerge una consigna social para etiquetar al individuo hipócrita, corrompido y marrullero, y ésta no es otra que “casaleonismo”. El prologuista de esta edición, Mariano Picón Salas, perfila con su exordio las flaquezas espirituales de Antonio Fernández de León, quien se convierte en acaudalado, montado en el tráfico de influencias, puntualizando que, “Casa León dejó de ser un personaje para convertirse en una clase social, la del traidor consumado…” guarda parangón este argumento con el currículum del político francés José Fouché (1759-1820) hábil y audaz, quien (coqueteando con diferentes ideologías, logró infiltrarse en disímiles gobiernos, hasta el punto de lograr la caída del honorable Robespierre). Lamentablemente en nuestro país, un Fouché criollo hace de las suyas, burlista y contestatario como su tocayo, el caricaturesco Gallo Claudio. Remata Picón Salas en su prólogo, llamando a Casa León “un vagabundo de mil caras” y advierte, “El libro nos permitirá identificar a nuestro personaje más cercano, teniendo mejores herramientas para desenmascarar sus argucias…” crisis de pueblo, llamó don Mario a esta tara social, en otro de sus libros “Mensaje sin Destino” (1951): “La incomprensión entre unos y otros, es decir, la negación de sentir al otro en su diversidad”. Son las clásicas personas que quieren manejarte a su antojo, no importándoles para nada tu parecer, es decir, buscan manipularte para provecho propio, obviando el daño personal o colectivo que causen. Verbigracia, el proceder del Tartufo, de Moliére. O en última instancia, la conducta criticada por Guillermo Divita en sus Comics de “El otro yo del Dr. Merengue”. Este vicio abunda en los gremios y agrupaciones, donde unos pocos, monopolizan la acción sobre la mayoría. Perversión que dejó de ser materia de la política, para desarrollarse como un monstruo de mil cabezas en todos los estamentos sociales. La antítesis del libro comentado, reposa en la novela “El Regente Heredia o la Piedad Heroica” (1947) Premio Nacional de Literatura, que expone las virtudes del “Regente José Francisco Heredia, íntegro y firme en la aplicación de la ley como Magistrado de la Audiencia de Caracas”. Combatió la doble cara del oportunismo, fue fiel “defensor de la justicia en tiempos de ignominia” y se convirtió en el coco de los que tiran la piedra y esconden la mano. “Levanta los valores de la nacionalidad que se quebrantan fácilmente”. Nace así el factor antónimo del “casaleonismo”, o sea “el heredianismo”. En sus páginas se combate la retórica o sofisterías solapadas y malintencionadas. Exalta al hombre justo y fidedigno, poniendo sus virtudes como ejemplo para trascender bajo la égida del sacrifico propio y no con el acecho de la zancadilla. Pasa a la historia don Mario Briceño Iragorry, como el hombre culto que esquivó la alfombra roja que le tendió el poder y por este motivo, exponía de vez en cuando en su copiosa comunicación epistolar con sus amigos, las penurias vividas con su grupo familiar, en sus tristes momentos del exilio.