Betijoque, matria de Rafael Rangel, padre de la parasitología nacional y el Dr. José Gregorio Hernández, el santo del pueblo…
Morada de la Virgen de La Cancelaria y del Santo Negro de Palermo, sus entrañas manan de forma natural las cristalinas aguas de La Abejita para saciar la sed de sus pobladores y como queriendo contar su historia a propios y visitantes, tranquila y vigilante emerge la piedra del Zamuro. Betijoque, atractivo terruño donde cada atardecer aflora el crepúsculo para revelar a sus pies la cuenca del lago de Maracaibo.
En ese mismo lugar, en predios del populoso sector El Arenal, durante la madrugada del 14 de junio de 1914, las maravillosas manos de la matrona local asisten el trabajo de parto para que llegue a este mundo el primogénito de dos hijos, resultante del amor entre María Fonseca y Antonio Romero, un niño varón a quien colocan el nombre de Miguel Ángel, quien vivió una infancia en armonía con los tiempos de la época, en una acogedora y sencilla rancha cercada de un hermoso jardín donde florecían de manera natural los nardos, las azucenas, los novios, las rosas, los capachos, ahí sus padres inculcan a él y a su otro hermano el respeto a Dios, sus semejantes y lo ajeno, identificación con los números y las primeras letras del abecedario y a ganarse el sustento diario cumpliendo a diario trabajos acordes a su edad.
Los campos petroleros
En 1936, Miguel Ángel Romero Fonseca, habiendo ya cumplido los 22 años de edad se aventura a viajar hasta la población de Campo Rojo de Lagunillas, estado Zulia, buscando nuevos horizontes, en esa comarca realiza diversas tareas, hasta que prontamente marcha hasta Cabimas y alcanza enganchar como obrero en La Creole Petroleum Company, compañía petrolera donde aprende y desarrolla variados oficios durante diez y ocho años ininterrumpidos de labores.
A la par conoce y se une sentimentalmente con la hermosa valerana Ángela Martínez, juntos forman y procrean una pequeña familia conformada por tres hijos biológicos: José, Omaira, Ricardo, más otros dos hijos de crianza: Rafael Ángel y Aurora, todos gente productiva, útil al país.
El retorno
Ya retirado como trabajador de la empresa petrolera, al final de 1968 resuelve hacer maletas para retornar a su matria con todo y familia, trasladándose desde Cabimas hasta una modesta pero espaciosa vivienda adquirida previamente con sus ahorros, ubicada exactamente en la entrada principal al pasaje uno, en la avenida principal del sector El Amparo, municipio San Rafael de Carvajal, estado Trujillo.
Ya instalado nuevamente en su estado natal, se inicia en el comercio de mercancía seca al mayor y detal por espacio de varias décadas entre las localidades de San Rafael de Mucuchíes, Timotes, La Puerta, Mendoza, Tuñame, Jajó, La Quebrada, Santiago, San Lázaro, Trujillo, Pampán, Pampanito, Monay, la Zona Baja, Sur del Lago, donde utiliza una camioneta tipo panel, marca Chevrolet, modelo Apache 100 de su propiedad.
Las Cuatro Esquinas
Luego, en el año 1972, mediante un contrato de cinco años extensivo a tres más, le alquiló a Juan Olmos un fundo de comercio ubicado diagonal al Nuevo Bar, frente a la actual Plaza Negra Matea, la bodega Las Cuatro Esquinas, donde aplicó sus conocimientos de mercadeo y relaciones públicas para ganarse el cariño, confianza de asiduos e incrementar su cautiva clientela del sector y sitios aledaños.
Aún muchos de sus clientelas le recuerdan con estima y consideración por su esmerada atención, bonhomía, además de la inmensa cantidad de artículos que ofrecía para la venta, los cuales eran de primera calidad. Cuando alguien le solicitaba algún producto, a pesar de no tenerlo en existencia, jamás se le escuchó decir «no hay», simplemente contestaba: “Déjeme buscarlo con calma y luego se lo envío a su casa”, procediendo a mandarlo a buscar donde sus proveedores en Valera, para de esa forma compensar a sus clientes. Si la pregunta era relacionada a cualquier comestible: crema, jamón, nata, mantequilla, mortadela, queso… Siempre respondía con su célebre expresión: “Calidad, ya lo vais a probar, está calidad”, extendiéndoles un trozo de amasijo timotero con cierta cantidad de lo solicitado, un pocillo de café o un vaso de guarapo para que lo degustara antes de adquirirlo, la frase «Calidad» lo puso tan en boga, que al transcurrir el tiempo ya la gente no lo llamaba señor Miguel, sino que se dirigían a él de la siguiente forma, “Calidad hay tal cosa”, “Buenos días Calidad…” al final era conocido por niños, jóvenes y adultos más como Calidad, que por su verdadero nombre. Sus innumerables clientes continuamente manifestaban “Los víveres, frutos y otros que oferta Calidad en su bodega Las Cuatro Esquinas, son calidad garantizada”.
Sus clientes predilectos eran los niños, a quienes premiaba con una sonrisa y un caramelo de ñapa, apoyaba todo quehacer cultural o actividades deportivas que se desarrollaban en el sector, de manera particular el fútbol, disciplina que practicaba su hijo Ricardo. En el mes de junio, cuando Calidad cumplía años, como buen betijoqueño, lo celebraba con el pago de promesa a San Benito de Palermo, donde contaba con el apoyo incondicional de Luis “el de Colón”, quien religiosamente hacía presencia con la imagen del santo y su acoplado chimbanguele constituido por siete tamboreros; en este fiesta nunca faltó la espirituosa cañandonga y el tradicional sancocho de gallina negra.