El día que no murió nadie

Noel Álvarez

 

Al nacer solo tenemos una certeza: algún día moriremos. Pero ¿qué pasaría si la muerte dejara de laborar? ¿Cuál sería la reacción de los seres humanos? ¿Desesperación y terror en un mundo poblado por seres matusalénicos? ¿Tendrían cabida los dictadores y asesinos en un país sin la Catrina? “¡Quién sabe sobrino! En un país donde hasta la cucarachas vuelan, esos malucos, inventarían algo a través de alguna disposición exprés”, me dice mi tía Filotea.

El día en que no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causa en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado… ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante. Que transcurriera un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas. Bajo esta y otras hipótesis el escritor lusitano José Saramago realizó la novela Las intermitencias de la muerte, en la cual, ninguna de las instituciones humanas escapa a las críticas del autor.

No era una simple casualidad o buena fortuna para el país, del cual, el poeta Saramago no dice su nombre, pero se sospecha que quien lo gobierna es un dictador y por eso, el escritor comunista se cuida de mencionarlo para evitar que le censuren su obra. Hecho muy común en países como el nuestro, donde la culpa de todo lo que pasa, siempre la tiene otro. Si bien es cierto que, en esta novela las personas ya no mueren, eso no significa que el tiempo se haya detenido. El destino de los humanos será una vejez eterna e incontrolada por la falta de medicinas. En Venezuela sucede todo lo contrario: morimos por la falta de ellas.

Después que este curioso acontecimiento fue concebido como un milagro, pasó a transformarse en la peor pesadilla experimentada por la humanidad. Diversas reacciones causó en la colectividad la noticia de que la “calaca” había suspendido sus actividades. Se suscitó un gran espíritu patriótico y todos salieron a izar la bandera nacional en señal de regocijo por el inusual regalo que estaban recibiendo.

En Las intermitencias de la muerte, el escritor portugués realiza una profunda reflexión sobre la vida, la muerte y la condición humana. Todo en una trama donde se mezcla la realidad, la ficción, el humor y el caos, para luego desembocar en una conclusión donde se afirma que solo el amor podría defendernos de nuestro inevitable destino. En la novela, justo cuando se espera la llegada de un nuevo año, sin previo aviso, los habitantes de este innominado país dejan de morir, consiguiendo la “ansiada inmortalidad”, aunque, eso sí, quien está muy enfermo o a punto de morir, permanecerá en las mismas condiciones, ya que su salud no mejorará, solo se mantendrá latente.

Saramago desarrolla con sarcasmo, las consecuencias que la desaparición de la muerte ocasionaría sobre la vida de un país, narrando como actuarían los poderes fácticos ante tal fenómeno. Así, quien detenta el poder, al igual que ante las crisis sobrevenidas, no sabría cómo reaccionar ante tan insólita situación. El sistema de pensiones se derrumbará; los hospitales y las residencias de ancianos no se darán abasto; las bolsas de comida que reparten, ya no serán necesarias; las farmacias y periódicos cerrarán sus puertas; las funerarias deberán cambiar de ramo. La Iglesia sufrirá una profunda crisis porque al no haber muerte, tampoco existirá la resurrección, y en consecuencia, la religión no tendrá razón de existir.

En la segunda mitad de la obra el escritor presenta a los dos principales protagonistas de la novela: la muerte, primero con su imagen típica de un esqueleto para luego transformarse en una hermosa y sensual mujer, de unos 36 años. El otro personaje es un anónimo violonchelista de 50 años que se suponía debía morir a los 49. Confundida por el hecho de que el músico siga viviendo, la muerte decide conocerlo y termina enamorándose de él. Saramago construye una novela en donde los únicos compañeros que tienen los protagonistas son: para la muerte, su guadaña y para el músico, su perro. Al igual que el músico, en el mundo siempre habrá charlatanes que se negarán a partir, aun a sabiendas de que les ha llegado su hora.

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