Francisco González Cruz
El domingo 26 de noviembre de 1820 – tal día como hoy hace 197 años – la Iglesia de Nuestra Señora de la Paz de Trujillo se llena de propios y extraños para la misa mayor. Los delegados de Colombia y España – y sus acompañantes – se mezclan con los parroquianos para rogar a Dios y a la Santa Patrona para que los diálogos avanzaran por los caminos de los acuerdos y terminar así terminar con 9 años de guerra. Ya en la noche anterior los delegados plenipotenciarios habían firmado el Tratado de Armisticio y se negociaba el de Regularización de la Guerra.
Debe haber sido una intensa jornada, aun cuando los términos sustantivos sobre poner fin a los horrores de la guerra a muerte, del trato que se le debe dar a los vencidos y a los prisioneros de guerra y el respeto que se les debe a los pueblos ocupados, pues no existían antecedentes documentales que recogieran tan amplios criterios humanitarios para estos conflictos donde predominaba la violencia más extrema. Es histórico el papel de Antonio José de Sucre por parte de Colombia en la redacción final, pero no son menores los méritos de Ramón Correa por parte de España, así como de Juan Rodríguez del Toro, Francisco González de Linares junto con Pedro Briceño Méndez y José Gabriel Pérez. Y los artífices de todo: Pablo Morillo y Simón Bolívar.
Por primera vez desde 1811 los documentos oficiales expresan textualmente “los Gobiernos de España y de Colombia”. En el borrador del Tratado de Armisticio enviado por Morillo desde Carache el 19 de noviembre, apenas 6 días antes para referirse al gobierno de Colombia decía “El Gobierno Disidente”. Ahora el Tratado de Regularización de la Guerra empieza: “Deseando los Gobiernos de España y de Colombia manifestar al mundo el horror con que ven la guerra de exterminio que ha devastado hasta ahora estos territorios, convirtiéndolos en un teatro de sangre; y deseando aprovechar el primer momento de calma que se presenta para regularizar la guerra que existe entre ambos Gobiernos, conforme a las leyes de las naciones cultas, y a los principios más liberales y filantrópicos…”.
En la noche dominguera trujillana se firmó este documento que marcó un hito en el derecho internacional, pues desde entonces se impuso legalmente el trato humanitario en los tiempos de guerra y se convirtió así en el documento pionero de los derechos humanos. Las personas que habían llegado divididas y enfrentadas luego de la larga y sangrienta confrontación, encontraron en Trujillo el ambiente de sosiego para, mediante conversaciones proactivas, llegar a los acuerdos más importantes entre contrarios en toda la guerra de independencia americana.
Mediante estos tratados quedaba oficialmente derogada la guerra a muerte, en el mismo lugar donde había nacido.