La cultura de la cercanía. Al escribir esta oración pienso en su contraparte. La cultura de la distancia, algo así como “eso ocurre por allá lejos”. Todos los terrícolas somos del mismo lugar. Si esto funciona significa comprender que todo lo que acontece, acontece cerca, aquí mismo. Nos acontece. Pero fíjense, tremendo problema. A veces ni siquiera conocemos a la persona que tenemos al lado nuestro, a la diestra, a la siniestra, al frente o detrás. Nos volvimos expertos en distancias, competimos en el sacrificio del otro, desconociendo, promoviendo “diferencias de la fantasía” agregadas a las diferencias comunes en los espacios sociales que ocupamos. La cultura de la cercanía, entonces, es la sumatoria de todas las capacidades humanas para sentirnos en comunidad. La comunidad es sensible como los seres integrantes de la misma. Cualquier acto puede romperla. La cultura de la cercanía se convierte así en una capacidad extraordinaria para estar juntos a pesar de las diferencias.
Estoy pensando en voz alta, escribo lo que pienso. Hablar y escribir lo pensado es un acto de magnífica comunicación al otro. Hablar al otro de mí reconociéndole. El otro soy yo mismo cercano al otro, en comunicación. El otro son todos los otros en movimiento liberador. La cultura de la cercanía exige un ego liberador frente al ego conquistador. El ego conquistador no me libera, ese ego me convierte en lo que él es. El poder no es un instrumento, así como lo es un jarro para beber agua o una computadora. El poder es un conjunto de formas, sentidos, sentimientos que hacen de mí “un ser distante a los otros”. Esa distancia es un generador terrible de fronteras, peajes, puertas reales y virtuales que producen una cultura de lo distante. Esa cultura de lo distante es falsa, irresponsable, traicionera porque, y ahora lo sabemos todos, todos estamos aquí en la misma casa. El misil que se dispara desde un país a otro caerá en el mismo lugar que habitamos. El doce por ciento del territorio nacional dedicado al “arco minero” es un espacio del planeta cedido al asesinato del planeta. Ningún discurso puede justificar la cultura de la distancia aunque muchos discursos la ocultan, la infunden.
Debemos atender a la sabiduría milenaria, a las distintas formas de convivencia que hasta ahora hemos inventado desde los primeros tiempos. En los difusores de las ideologías sobresale su irresponsabilidad en el cuidado del otro. Atrapados por la cultura de la distancia y de la división nos han conducido a la zozobra constante por la vida. Debemos inventar y recrear formas de cercanía que nos permitan vivir en medio de esa zozobra y superarla, empezando por no confundir los conceptos de convivencia y de conveniencia en el trayecto de vuelta a casa.