De la escuela al trabajo informal, el trayecto de los educadores venezolanos

Facahada de la Unidad Educativa José de Jesús Arocha, el 25 de agosto, en Caracas (Venezuela). EFE/Rayner Peña R.

Caracas, 27 ago (EFE).- A sus 42 años, Jonathan González ha pasado 17 dedicado a la enseñanza pública, pero ahora, este antiguo maestro se ha convertido en uno de los casi 200.000 docentes que, según fuentes sindicales, han abandonado las aulas por su exiguo sueldo en busca de una alternativa.

«Me dio un poco de tristeza dejar mi trabajo porque es parte de una vida, pero tomé la triste decisión de arrancar esto de raíz, retirarme y, como yo, cantidad de profesores», explica a Efe González, que hoy se gana la vida como tatuador en el centro de Caracas.

El maestro de artes, tras casi dos décadas en las aulas, confiesa que «entró en una depresión» al dejar a sus alumnos y adaptarse a una nueva vida que comenzó en diciembre del año pasado, cuando dijo «basta».

«Estaba acostumbrado a esto, al contacto con los profesores, administrativos, con los muchachos, los representantes, estás ocupado conviviendo con tantas personas y esa cuestión de enseñar que es algo positivo, hay muchachos que aprenden de ti, te conviertes en una figura (para ellos)», asegura.

Sin embargo, tiene clara la razón por la que dio marcha atrás: «El sueldo no nos daba ni para medio cartón de huevos».

Ahora, con una vida que transcurre entre tinta y «piercings» asegura que echa de menos la anterior porque «ha sido difícil volver a empezar con otro trabajo».

También le empuja el apoyo de compañeros ya que, recuerda, hace un año en la escuela en la que trabajaba había entre 40 y 45 profesores, «de los cuales hoy deben quedar unos 25».

El licenciado en educación, Jonathan González, pinta un boceto en su estudio de tatuajes, el 23 de agosto, en Caracas (Venezuela). EFE/Rayner Peña R.

ALUMNOS EN LA CALLE

La mayor punzada que siente González se la trae el recuerdo de sus antiguos alumnos, que todavía se cruza hoy por las calles donde vive y trabaja: «Los he visto vendiendo en la calle o jugando (…) hay niños que no leen bien, no saben coger el lápiz o hacerte una exposición».

«Esto, a futuro, va a traer más ignorancia para mucha gente», concluye.

Como González, Morelis Carruido, de 54 años, ha dejado la enseñanza y se dedica a la costura porque «casi todos los profesores» están en la misma circunstancia.

«El sueldo base que deberíamos tener no lo tenemos y el que nos asignan no nos alcanza (…) Lamentablemente hay que dejar la profesión y dedicarse al oficio porque es lo que ahora podemos hacer», comenta.

Sus ingresos han crecido gracias a su habilidad con los tejidos y explica que, dependiendo del trabajo, lo que puede ganar en un mes como maestra, lo puede «ganar en un día haciendo la costura».

Según los datos de los que dispone el Sindicato Venezolano de Maestros, González y Carruido son dos entre cerca de «200.000 educadores que abandonaron la profesión, bien sea porque renunciaron o porque simplemente ya no fueron más», según explica su secretaria de reclamos, Gricelda Sánchez.

Actualmente, precisa la sindicalista a Efe, el número de empleados en el sector es de 451.895 en todo el país.

La licenciada en educación, Morelis Tarruido, trabaja con su máquina de coser en su vivienda, el 25 de agosto, en Caracas (Venezuela). EFE/Rayner Peña R.

«UNA GRAN TRAGEDIA»

Este panorama supone, a juicio de Sánchez, «una gran tragedia», porque muchos alumnos «sencillamente se quedan sin profesor».

Por si fuera poco, Sánchez advierte que la situación puede ir a peor porque los maestros trabajan desde casa por la pandemia desde marzo de 2020, mientras perciben un salario que no llega a 20 dólares al mes.

La sindicalista denuncia también casos de acoso laboral, docentes suspendidos de salarios o que no les permitieron vacunarse en lo que define como una «violación total de los derechos de los trabajadores».

Además, siete de cada 10 escuelas que visitó el sindicato «tienen unas condiciones físicas terribles», sin agua, baños, luz o «salones (aulas) totalmente deteriorados» donde, cuando llueve, el agua cae «dentro y fuera».

«Si mañana dicen: hay clase (presencial), y no tenemos cómo ir a las escuelas, lo que vienen son renuncias masivas», afirma.

Mientras educan desde casa a sus alumnos, muchos docentes mantienen trabajos informales paralelos como venta de alimentos, preparación «de pastelitos» o de tequeños que les permiten completar los ingresos.

«Hoy, el docente, lamentablemente, no va a dejar de hacer esta labor de reinventarse (con trabajos informales) para ir a la escuela porque no puede llevar así el sustento a su hogar», destaca.

Para ella, lo que sucede es deliberado y existe una voluntad de «controlar la educación», porque supone «controlar el país», mientras le causan «un daño irreversible» a Venezuela.

«Imagínate cuáles van a ser esos bachilleres, esos jóvenes que van a ir a las universidades sin ningún tipo de conocimiento, no están preparados para ir a las universidades, salir adelante con una profesión o hacer algún oficio», concluye.

Gonzalo Domínguez Loeda

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