¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne, a la ley del pecado. Romanos 7:25.
Ayer mamá me preguntó cuál era mi plan para hoy. Le dije que planeaba levantarme temprano para escribir el trabajo de teología, e ir a pagar los servicios, luego regresar a casa y escribir un poco más. Ella sabe que me concentro bastante bien, así que no tenía que preocuparse por mantener la casa tranquila. Sin embargo, ella también sabe que detesto ser interrumpido cuando estoy trabajando.
Esta mañana mientras investigaba y escribía sobre una parte de la Escritura bastante difícil -sobre la cual Dios acababa de proporcionarme una perspectiva fresca- ella entró al cuarto con un litro de leche para que se lo abriera. Tenía un seguro que impide que se derrame camino a casa, y se hace difícil de abrir. Dejé de escribir el tiempo suficiente como para darle un tirón, por supuesto se zafó y se derramó la leche encima de mí y en el piso. Ella dijo: «¡Ay!» Comencé a reírme. Me levanté y fui a la cocina para limpiarme y comencé a tararear un viejo himno:
¡Que todos aclamen el poder del nombre de Jesús! Que los ángeles caigan postrados; Traigan la diadema real, y corónenlo Señor de todos. Traigan la diadema real, y corónenlo Señor de todos.
Que los nobles serafines afinen la lira, y al afinarla, caigan ante el rostro de aquel que afina su coro, y corónenlo Señor de todos. Ante el rostro de Aquel que afina su coro, y corónenlo Señor de todos.
Esta última línea tiene un significado especial para mí: «¿Ante el rostro de Aquel que afina su coro?», y es por eso que decidí compartir esta experiencia bastante común y corriente. Al escarbar el contenido del libro de Romanos, he quedado impresionado por la fealdad de mi carne. Todavía a veces mi carácter se dispara, sin embargo el Señor me dice una y otra vez: «Recuerda José, eres libre. Pero no es un principio lo que te libera, así que no lo escribas y aprendas de memoria. Es una relación conmigo. Pasa el tiempo, más tiempo conmigo.»
Es Jesús quién afina su coro. Él es quién me libra de cantar descompuestamente, desafinado, o perdido y me trae a la armonía perfecta. Esta mañana mi carácter no se disparó cuando la leche se derramó encima de mí. No me irrité por la interrupción. ¿Por qué? Porque Jesús me tenía cantando con Él en armonía perfecta. «¡Qué todos aclamen el poder del Nombre de Jesús!» ¿Se siente usted un poco gruñón? ¿Desearía que los asuntos financieros fueran un poco más fáciles? Tómese un momento ahora: Abra su Biblia, léala, medite en ella, y relájese en el Señor. Jesús le volverá a poner en armonía con Él. Él afinará su coro si pasamos tiempo con Él. ¿Lo hará usted? ¿O prefiere sentirse miserable? Nos toca decidir.