Puerto Príncipe, 27 may (EFE).- Frente al Palacio Nacional, en pleno corazón de la capital haitiana, varios motoristas se reúnen en la esquina del parque que alberga la estatua de Le Marron Inconnu. Esperan impacientes el momento en que pasará uno de los camiones blindados de la Policía Nacional Haitiana para ser escoltados a toda velocidad a lo largo de la calle Paul VI.
Las bandas armadas que tienen el control del barrio Bel Air, situado a pocas cuadras de la sede del Gobierno, han creado un corredor entre ese sector y el Hospital General que atraviesa la calle Paul VI.
Los enfrentamientos entre los miembros de las pandillas y la Policía son permanentes por el control del territorio. El sonido de los disparos es algo frecuente y constante en esa zona.
Jean Paul, un hombre de 48 años, dice a EFE que los pandilleros prendieron fuego a su negocio, a su casa y a su carro hace un mes, por lo que ha tenido que irse a vivir a la casa de su madre, en otro sector.
«Perdí todo lo que tenía», se lamenta, mientras recuerda que «en Haití todo empeoró con el asesinato del presidente (Jovenel Moise en julio de 2021), pero desde hace tres meses la situación está peor que nunca».
La desolación es evidente en toda esa zona, que fue uno de los sectores más vibrantes de la capital, con muchas oficinas públicas. Ahora las calles lucen solitarias y abandonadas.
Al menos cuatro de los poderosos carros blindados que ha recibido la Policía están siendo usados en este imparable ir y venir por la calle Paul VI, escoltando, entre disparos, a motociclistas y camioneros que se entregan confiadamente a la seguridad que les otorga este convoy.
La mayoría son chóferes de moto-taxis que se arriesgan a esta mortal travesía para buscar clientes de un punto a otro. En muchas ocasiones, regresan sin ningún pasajero y vuelven otra vez al otro punto a ver si hay más suerte.
Ante la pregunta de si han aumentado los precios por el evidente riesgo que corren, aseguran que no porque «no hay dinero en las calles».
Mastha, un hombre de 31 años, llega al parque con la intención de ir a cambiar un cheque a una sucursal bancaria del otro lado.
Observa cómo parten varios de los convoyes, pero no se decide a sumarse a la veloz caravana.
Después de casi una hora mirando a los otros motoristas, abandona el lugar y comenta: «esto es jugar con la suerte. Esto es una ruleta rusa y hoy día yo no voy a jugar».
El parque y la estatua de Le Marron Inconnu, el famoso Negro Marrón que hizo sonar la caracola que simboliza la libertad de los haitianos, es ahora un lugar en ruinas, donde sólo se reúnen por unos minutos un grupo de conductores, atrapados por el miedo ante el poder de las pandillas que controlan gran parte de Puerto Príncipe.
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