El sector Santa María de la ciudad de Trujillo, está ubicado en la parte superior de la Alameda Ribas, dice la señora Carmen oriunda de ese lugar desde su nacimiento hasta estos días.
Este sector, geográficamente hace una cruz en donde la columna central la constituyen la calle principal que se inicia en la Alameda hasta donde se inicia el sector La Guaira. Mientras que los brazos, son los caminos que se unen con la plaza Sucre de la parroquia Chiquinquirá, el otro llega hasta Don Tobías que pertenece a la parroquia Matriz.
Nos cuenta muchas vivencias agradables vivencias de otro tiempo. Comienza diciendo, esto era muy despoblado, los caminitos eran de tierra, las casitas eran de bahareque, techos de carruzo, tenían palmas y algunos eran de zinc. Con la lluvia se hacían muchos huecos, charcos en la calle; agua para los alimentos no había, la Inos colocaba unos tubitos en diversas partes y nosotros íbamos a recoger el agua a donde nos quedaba más cerca para llenar una o dos pipas que había en la casa, nos parábamos temprano a cargar para todas las necesidades.
Aquí no había bodegas, bajaban los burritos de Sabaneta, de la Macarena, traían saquitos de yuca, cambures para la venta. El transporte era a caballo, yeguas, burros. En unas jarras grandes traían la leche, un señor llegaba con una camioneta muy vieja, y nosotros salíamos con una olleta y un litro a comprarla. Recuerdo que otro señor viejito, con una lata de manteca, traía mondongo, chicharrones, venía caminando, se la montaba en el hombro y le decíamos “la pesada”, y en esas condiciones expendía casa por casa.
Otro viejito a quien le decían “Chico”, bajaba con una brazada de escobilla, se le compraba para barrer, agarrábamos un palo y con un pote de sardina lo ajustábamos con la escobilla, además soltaba un buen olor y con eso se espantaban los zancudos y era suavecito para barrer. Para acá venían los soldados, que mandaba el gobierno a regar el DDT en las casas, los solares y calles.
No había luz, nos alumbrábamos con velas que se compraban en las pulperías en el centro. Las paredes donde se colocaban las velas siempre estaban negras. Nosotros fuimos fundadores de este lugar, mi mamá Lourdes Ribas venía de las Tres Flores de La Chapa y mi papá Ramón Hernández de Boconó.
La ciudad de Trujillo para esa época era muy sola, había muchas casas viejas, era muy lluvioso, llovía casi todos los días, mucha neblina, parecía un páramo, las montañas eran verdecitas y resaltaban más por la lluvia. En la Peña de la Virgen, lo caminos eran de piedra, cuando íbamos para allá nos parábamos temprano a caminar. Al llegar rezábamos a la Virgen, dejábamos las reliquias que eran pago de promesas, se paseaba, veíamos el paisaje, las casitas, los caminos eran de tierra. No estaba el monumento, se pasaba un día distinto. Hacían muchas peregrinaciones, llevaban velas, flores, estampas; hoy esos caminos tienen pavimento.
Yo estudié en la escuelita de la señora Amparo Briceño Perozo, solo para 30 alumnos de pocos recursos, era como una protección de menores. El primer grado lo cursé en la avenida Bolívar en la casa donde vive hoy la profesora Diana Rengifo. Después la cambiaron para la calle Comercio, donde estaba la escuela Rosario Almarza, luego nos mudaron cerca del Ramón Ignacio Méndez, un lugar que lo llamaban el colegio de los padres, criaban muchos chivos.
Yo llegué hasta tercer grado, que era lo que daba la escuelita, creo que después la cambiaron de nuevo para Chiquinquirá y se transformó en lo que hoy es la Unidad Educativa “Rafael María Villasmil”. La señora Amparo era muy preocupada por nosotros. Nos daban la alimentación desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde; corte y costura, religión, manualidades. Hacíamos la primera comunión con el uniforme y los zapatos. Nos ayudaban con los textos y los cuadernos. Estudié con el libro de Juan Camejo, recuerdo la frase “pala, hacha y machete”.
Continué estudiando en el Grupo Escolar «Estado Carabobo», cuarto grado, hoy es la misma sede. Bachillerato lo comencé en el liceo Pedro Carrillo Márquez, conocida como la femenina, en donde existía una escuela de comercio. Luego frente a plaza Bolívar en la calle Miranda estudié mecanografía y aprendí a escribir a máquina, ahí funcionaba el Ince y venían instructores desde Valera.
«Una de las cosas que más me gusta es rezar, tengo la vocación de rezar el santo rosario todos los días a los difuntos en los nueve días, en los novenarios, cabo de año, se pide por la salvación y el descanso de su alma en el paraíso eterno. Existen muchas jaculatorias como: Cristo derrama su sangre por salvar al pecador. Sangre por mí, derrama misericordia Señor. El rosario de la Virgen tiene muchas letanías, una jaculatoria de la Virgen del Carmen es: Virgen del Carmen alegría del mortal, por vuestro santo escapulario libra esta alma del mal».
Las jaculatorias dependen de la advocación mariana, la Virgen de la Paz tiene una así, que siempre la decimos en la catedral, donde está ella. Virgen de la Paz, danos la paz en nuestras almas. Danos la paz a cada uno de nosotros, eso se va adaptando según la circunstancia. Los difuntos tienen muchas jaculatorias.
Otra. «Para donde va paloma blanca con el rosario y la cruz. Se responde; a llevar esta alma buena al Sagrado Corazón de Jesús. ¡Qué bello!, se ve el altar, vestido todo de blanco. Se contesta. Lo vistió la virgen María para el Espíritu Santo. A medida que va pasando el tiempo uno va oyendo, va aprendiendo y recopilando.
Por ejemplo este: la virgen lloraba al pie de la santa cruz, Se responde; lloraba lágrimas de sangre por la muerte de Jesús. Ese es un poema de la “staba mater” dolorosa que uno va acomodando. Todas estas cosas hay que decirlas para que no se vayan perdiendo. Para que todos estos aprendizajes se cultiven, para otras personas que quieran seguir por este camino, que es muy lindo, porque está Dios nuestro Señor Jesucristo y la Virgen María. Da lástima que todo este conocimiento se pierda.
Otra cosa que hacíamos cuando éramos niñas es que salíamos casa por casa con una olleta, a vender empanadas con queso, carne mechada, molida, papa con queso. Bollos pelones y tostadas de harina de trigo con azúcar. Las hacía mi mamá para ayudarnos y aprender a trabajar, cobrábamos a locha y a medio, nos gustaba ponernos la ropa del uniforme porque los bolsillos eran más grandes para echarnos la platica.
Aquí había familias muy grandes con muchos hijos y los más grades trabajaban. También nos rebuscábamos vendiendo rifas de lotería. La lotería de animalitos. En una hoja de papel examen se escribían los números y anotábamos los nombres de las personas que compraban la acción, era a medio, para ganarse cinco bolívares; cuando la radio por la tarde daba el ganador de una vez se entregaba el premio, un fuerte o un billetico de cinco bolívares color rosado.
El tiempo no vuelve atrás, las cosas que se aprenden, a veces se van olvidando. En muchas ocasiones no resaltamos las cosas bonitas. Todo en la vida es un aprendizaje, tenemos que valorarlas. El aprendizaje se tiene que cultivar, no todo es comercio. Da lástima que todo lo que uno aprende se pierda. “El viejo es sabio por los tropezones que ha llevado”.