Capital Social | Por una verdadera democracia: liberal y pluralista | Por José María Rodríguez

 

¿Entendemos los latinoamericanos qué es una sociedad liberal o el “liberalismo”? La verdad es que para la mayoría es, simplemente, una “etiqueta” que significa lo opuesto al “socialismo”, de lo cual sí sabemos, por todo lo que hemos sufrido en carne propia, en muchos de los países de la región. En el caso venezolano, por ejemplo, llevamos más de dos décadas padeciéndolo, con el llamado Socialismo del Siglo XXI. Debemos, sin embargo, tener mucho cuidado con cualquier tipo de “etiqueta” política, para evitar nuevos desengaños. Un muy reciente y celebrado libro de Francis Fukuyama, politólogo estadounidense, apunta en esa dirección, la de los desencantos del liberalismo (Fukuyama, 2022). Las democracias liberales no funcionan de modo automático.

 

 

El rol de los ciudadanos es fundamental para que una sociedad liberal cumpla con los principios generales que deben guiar la formulación de políticas. El principal reto es que las instituciones se han vuelto “rígidas y difíciles de reformar, y que están siendo monopolizadas por las élites” (Ibid.: 155). Por eso hacemos énfasis en la necesidad de una democracia que no sólo sea liberal sino también pluralista, aunque el primer término, en teoría, incluye al segundo. Creemos en un modelo pluralista de democracia, que no sea ni elitista ni populista (Dahl, 1989): Participación efectiva de los ciudadanos, garantizada a través de unos mecanismos tecnológicos apropiados.

 

 

 

Entre los principios liberales generales que propone el Prof. Fukuyama en su libro antes referido, llama la atención la primacía de los derechos individuales sobre los de los grupos culturales, en relación a las instituciones (políticas públicas). Propone una política identitaria que no se centre en características fijas (tales como: la raza, la religión y el sexo); según él, las políticas “deberían centrarse en categorías fluidas, como la clase”. En nuestra opinión, se trata más bien es de la búsqueda de consensos, no entre élites sino entre ciudadanos, como lo propone el pluralismo político (principio ideológico), reflejando así la mayor cantidad posible de intereses y valores, en la sociedad (muchos grupos, muchos centros de poder), por una democracia liberal y pluralista.

 

 

Como dice el refrán: “El diablo está en los detalles”. Nadie debería llegar al poder amparado en una hipnosis colectiva producto de una “etiqueta” política, sea ésta “socialismo”, “liberalismo” o cualquier otro -ismo. Los ciudadanos no debemos permitir que nos sigan gobernando las élites. Debemos propiciar la mayor cantidad posible de consensos, desde la base de la sociedad y en torno a temas de interés colectivo: económicos, sociales y políticos. Las democracias liberales tienen que lograr que seamos los mismos ciudadanos quienes trabajemos en su defensa, para que las pretensiones del Foro de São Paulo, en el contexto latinoamericano, no se materialicen.

 

 

 

Es necesario poner en funcionamiento una auténtica democracia participativa y para eso existen herramientas como la Tecnología Social SAI, que nos permiten auscultar la opinión de todos y cada uno de los ciudadanos, de manera individual o conformados en tantos grupos como sea preciso. Esa sería la manera más legitima de practicar el pluralismo político, en la sociedad. En la medida en que nosotros mismos (como ciudadanos) sin tener que esperar a que lo intente el régimen de turno, logremos estimular la formación de capital social comunitario a nivel nacional, en esa misma proporción, iremos estimulando la generación de consensos, de manera natural.

 

 

Referencias:
Dahl, R. (1989). Democracy and its critics.
Fukuyama, F. (2022). El liberalismo y sus desencantos: Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales.

 

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