¿Ya no sé cómo hacer para que pare el dolor? Relato de una madre en Venezuela

Escondida en lo alto de La Montañita en Valera, en un ranchito de latas, vive Noelia junto a sus siete hijos y su esposo. El trabajo del campo les daba "aunque sea" para comer hasta que el trágico pronóstico médico desde hace unos meses los sacó de sus habitual sobrevivencia: "tengo cáncer de matriz y sangro todo el tiempo"

«300 dólares nos cobra una ambulancia para llevarme a Caracas ¿De dónde voy a sacar yo? Si mire en donde vivo y como tengo la casa, ¿Ya no sé qué hacer para que pare el dolor?», inicia Noelia Terán, cuyos rasgos de alguien que desde siempre ha trabajado en el campo la aleja de los 37 años que avala su documento de identidad.

Poco después de enterarse del fatal pronóstico, cáncer de matriz, y desde hace tres meses que cayó en cama, sus siete hijos tienen que ingeniárselas entre todos para poder atenderse y atender a las más pequeñas: una niña de dos años con mirada extraviada y otra de meses que permanece en la cama.

«Mi marido fue a ver si conseguía unas toallas sanitarias, yo sigo sangrando y a veces no tengo ni para comprarlas», comparte con dificultad la mujer que desde hace seis años habita en lo más alto de La Montañita, en Valera, desde que dejó atrás El Paradero, para ver si alguno de los hijos lograba estudiar.

«Hay días que me cargan y me sacan al patio para agarrar un poquito de aire pero muchas veces ni ganas de eso tengo. Le pido a Dios que me libre de este sufrimiento como él quiera, pero tengo mucho miedo porque no sé qué será de mis hijos cuando llegue a faltar», revela con lágrimas en los ojos, mientras la hija de 10 años, que se afana en el fogón volteando las arepas para darle de almorzar a sus hermanos, evita mostrar su pesar.

Algunas matas de cambur se asoman desde detrás de la estructura de zinc, compuesta por tres espacios, uno en donde se atiza el fuego en la leña para que salga el característico humo que envuelve todo el lugar, el mismo al que ya están más que acostumbrado los niños descalzos que observan expectantes, aunque tímidos, la visita.

«Noelia junto a su esposo están acostumbrados a sembrar, acá sembramos yuca, caraotas, maíz y a veces hasta cambures, pero ya ni eso se puede niña, aquí no tenemos ni agua para regarcada día es más difícil sembrar», agrega doña Carmen Cedeño, una abuela vecina de 80 años.


Yoerli Viloria
yoerliviloriaduque@gmail.com

Gráficas: Alexander «Chaparro» Viloria

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