David Uzcategui
El 18 de febrero de 1983, Venezuela despertó en una realidad económica distinta. Lo que hasta entonces había sido un país con una moneda fuerte y una economía relativamente estable, entró en una espiral de crisis que marcaría su historia económica y social.
Ese día, conocido como el «Viernes Negro», el gobierno suspendió abruptamente la venta del dólar estadounidense y estableció un sistema de control de cambio. Fue el inicio de un periodo de incertidumbre, devaluaciones sucesivas y pérdida de confianza en el modelo económico del país.
Para entender el Viernes Negro es necesario revisar los acontecimientos previos que condujeron a ese fatídico día. Venezuela había vivido un auge económico impulsado por la bonanza petrolera, especialmente en los años 70. Sin embargo, el país había abandonado el patrón oro y adoptado un modelo de gasto público descontrolado. La nacionalización del petróleo en 1976 consolidó la dependencia del Estado de los ingresos petroleros, sin crear mecanismos de diversificación económica.
La crisis comenzó a manifestarse con la caída de los precios del crudo a partir de 1981. En tan solo dos años, las exportaciones petroleras se desplomaron un 30%, lo que redujo drásticamente los ingresos del país. A esto se sumó la crisis de la deuda externa en América Latina, una fuga de capitales cercana a los 8 mil millones de dólares y el vencimiento de pagos de la deuda venezolana por casi 9 mil millones en enero de 1983. El gobierno, ante la imposibilidad de cumplir con sus compromisos, tomó medidas que resultaron en el colapso del sistema cambiario.
Hasta ese día el bolívar mantuvo una paridad fija de 4,3 por cada dólar estadounidense que ya duraba una década.
Tras una reunión el 20 de febrero, el gobierno decidió abrir el mercado cambiario el 28 de ese mes con un régimen de tres tipos de cambio: un dólar preferencial a 4,30 bolívares para la deuda pública y bienes esenciales; un dólar a 6,00 bolívares para ciertas importaciones y un dólar flotante a 7,50 bolívares para viajeros y gastos no esenciales.
Este sistema, lejos de estabilizar la economía, generó incertidumbre. La existencia de un mercado paralelo fomentó la especulación, lo que se agravó con el tiempo. Además, la pérdida de confianza en la moneda impulsó una devaluación constante del bolívar, afectando el poder adquisitivo de los venezolanos.
El Viernes Negro marcó un antes y un después en la historia económica de Venezuela. Hasta ese momento, el país había mantenido una relativa estabilidad en el tipo de cambio, lo que permitía el acceso a bienes y servicios importados a precios accesibles.
Sin embargo, con la instauración del control de cambio y la progresiva devaluación, la inflación se disparó, reduciendo la capacidad adquisitiva de la población.
El endeudamiento externo se convirtió en un problema crónico, los controles de cambio dieron paso a problemas aún mayores y la economía venezolana se tornó cada vez más dependiente de decisiones gubernamentales que, lejos de corregir los desequilibrios, profundizaban la crisis.
El Viernes Negro debería haber sido un punto de inflexión para Venezuela. Sin embargo, la historia se ha repetido en múltiples ocasiones. Desde 1983, el país ha experimentado diversos ciclos de controles de cambio y episodios de devaluación que han llevado al bolívar a perder casi por completo su valor.
La falta de diversificación económica y el descontrol del gasto público siguen siendo problemas estructurales que impiden el desarrollo sostenible.
Venezuela debe aprender de su historia. La estabilidad económica no se logra con medidas improvisadas ni con controles artificiales, sino con políticas que fomenten la inversión, la producción y la confianza en las instituciones. Para evitar que episodios como el Viernes Negro se repitan, es fundamental impulsar una economía diversificada, con incentivos reales para el desarrollo de sectores productivos más allá del petróleo. Esto implica fortalecer el aparato industrial, mejorar las condiciones para la inversión privada y garantizar la estabilidad jurídica y económica necesaria para el crecimiento sostenible.
El Viernes Negro fue una advertencia, pero cuatro décadas después, sus lecciones siguen sin ser aplicadas. El desafío sigue siendo construir un modelo económico que no dependa exclusivamente del petróleo y que garantice estabilidad a las futuras generaciones.
Para ello, es necesario adoptar políticas económicas responsables, optimizar la eficiencia en el manejo de los recursos del Estado y establecer un marco legal que invite a la inversión y la proteja, para que permita el crecimiento y desarrollo de una economía competitiva. Solo así Venezuela podrá superar los errores del pasado y construir un futuro próspero y estable.