¿Qué puedo hacer para liberarme de las enfermedades, sufrimientos y golpes del destino? Gabriele, la profetisa de Dios, nos muestra cómo podemos volver a activar aquellas fuerzas que producen alivio y sanación en el alma y en el cuerpo. Los pensamientos positivos son los mejores impulsos de mando para el funcionamiento del cuerpo; por tanto, es necesario que cambiemos nuestra forma de pensar. Cambiar la forma de pensar significa que, en lugar de pensamientos negativos, temerosos o dudosos, tengamos pensamientos positivos y desinteresados. Especial importancia tiene que reconozcamos nuestras subcomunicaciones, para impedir su actuación perturbadora y destructora.
Si cambiamos nuestra forma de pensar, cambia nuestra vida. El camino del autorreconocimiento y de la purificación.
Nuestra manera de pensar y vivir errónea y egocéntrica, nuestro ego humano, nos limita en todos los aspectos y nos coarta. Y no solamente es un obstáculo para nuestra salud, sino también un impedimento para la relación armoniosa con nuestros semejantes. Impide la confianza en uno mismo, la confianza en el prójimo y la confianza en Dios, o sea, que el obstáculo decisivo es nuestro propio ego. Este lo hemos ido agrandando durante la vida y con él nos aislamos de nuestro prójimo y de Dios. A nuestro alrededor hemos construido muros que ahora nos aprisionan; por lo tanto, debemos superar aquello que nos impide establecer la confianza en Dios.
Hagámonos conscientes: ¡Dios es el Amor! Él desea lo mejor para nosotros, Sus hijos. Y nos ayuda en los casos más difíciles, cuando nos confiamos a Él en la oración y permanecemos en comunicación con Él por medio de esa confianza en Él y de la fe en Él. Entonces actúa la mano invisible de Dios y nos muestra nuestros comportamientos erróneos y faltas, para que podamos reconocerlas y purificarlas con Su ayuda. Si las purificamos, la luz en la cárcel de nuestro ego humano se volverá más clara, hasta que la cárcel se abra y podamos salir de ella sanos y radiantes.
Purificar significa recorrer el camino del autorreconocimiento: nosotros mismos debemos reconocer nuestro comportamiento erróneo. Cuando hemos reconocido nuestro mal comportamiento, se precisa de un arrepentimiento sincero y profundo de lo que hemos hecho mal en la vida. Si sentimos el arrepentimiento profundo, nos resultará más fácil pedir perdón a nuestro prójimo y perdonarle el mal que, por su parte, él nos ha causado. También debemos reparar el daño que nosotros hayamos ocasionado y, lo más importante, no cometeremos de nuevo el mismo error.
Para lograr más fácilmente el arrepentimiento sincero de corazón, podríamos aplicar la frase que podemos extraer del Sermón de la Montaña: “Lo que no quieres que otros te hagan a ti, tampoco se lo hagas tú a nadie”. Si nos ponemos en el lugar de la persona a quien le hemos hecho daño y nos hacemos conscientes de cómo nos sentiríamos si nos sucediera lo mismo a nosotros, podemos despertar entonces en nosotros el arrepentimiento de corazón, el arrepentimiento profundo.