Gabriele, la profetisa de Dios, nos enseña cómo dar los pasos que conducen a una felicidad verdadera y permanente. ¡Tú no estás solo: Dios está contigo!
¿Quién quiere tan siquiera pensar que uno ha causado algunas cosas y que por ello tiene que “cargar” con los correspondientes efectos?; pero algo sí que es seguro: ninguna energía se pierde. Los contenidos de nuestros pensamientos, palabras y actos son energías. En el Más Allá, como almas, estaremos confrontados con nuestro propio juicio, que valorará lo que se encontraba detrás de nuestros pensamientos, palabras y actuaciones, es decir, de sus contenidos. O quizás en una nueva encarnación volveremos a hacer cosas iguales o parecidas, para que un día finalmente nos cuestionemos y, con la fuerza del Espíritu, nos reconozcamos a nosotros mismos, dejemos lo malo y no lo hagamos más.
Si analizamos la Ley de Siembra y Cosecha, la Ley Causal, en la consciencia de la justicia y el orden, sentiremos que es la expresión del amor de Dios, pues nadie puede hacer responsable al otro por algo que este no ha hecho.
La Ley de Siembra y Cosecha muchas veces no es tomada en serio porque, en la mayoría de los casos, el efecto no llega de hoy a mañana. Visto desde una perspectiva más alta, el efecto que nos alcanza es, al fin y al cabo, la compensación de las culpas que hemos creado, teniendo en cuenta el amor divino, que abarca también la justicia. El efecto, la compensación de nuestra culpa, quizás se hace notar recién en el ámbito de las almas o en una de las próximas encarnaciones; pero hasta que haya llegado ese momento, el amonestador en nosotros, nuestra conciencia, nos habla. La energía del día nos trae más de una advertencia para que reconozcamos nuestros errores, nuestras debilidades y deficiencias de carácter, y podamos evitar a tiempo el amenazante infortunio, el efecto.
Quien en su corazón capte y reconozca como verdad que la Ley de Siembra y Cosecha se desprende de la justicia y de la misericordia de Dios, creando el equilibrio, podrá confrontarse cada vez mejor con las inclemencias de su destino. El consejo del Espíritu eterno, que dice: “acepta todo con agradecimiento”, le servirá de guía, porque entonces también será capaz de dar las gracias por el sufrimiento. Esta es una ayuda inestimable, pues el verdadero agradecimiento nos hace libres. El agradecer fortifica la confianza en Dios, fortalece el amor hacia ÉL y nos conduce a acercarnos paulatinamente a Dios. La mejor prueba de ello es la alegría interna que entonces va surgiendo, el agradecimiento, la confianza y la fuerza de acción incrementada; y si todo eso es bueno para el alma, quizás también lo sea para la salud.
Dar las gracias de corazón ante más de una situación que nos parece injusta, no le resulta fácil a ninguna persona en el camino hacia Dios, sino que tiene que practicarlo. Exige siempre de uno mismo cierta cantidad de autosuperación, un gran esfuerzo espiritual.