Mis discípulos de Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana me dijeron: “Profesor: sueñe con la Venezuela ideal y nos cuenta.” Acepté la invitación y aquí va lo soñado.
Lo primero que pasó por mi mente fue una recuperación de la impronta federal consagrada por Juan Germán Roscio en la Constitución de 1811. Soñé con una Venezuela Federal, con autonomía tributaria de los estados, con legislaciones distintas en cada entidad dependiendo de sus realidades, con un desarrollo libre de las potencialidades económicas de cada uno, buscando sus singularidades y acentuándolas. Inmediatamente, se solapó una nueva cartografía municipal en un recodo onírico: en vez de 335 alcaldías, muchas más descentralizando el poder a fondo: 3000 alcaldías atendiendo y prestándole servicios a los ciudadanos.
Dije ciudadanos y vi gente con conciencia de sus deberes y derechos y un amor insobornable por el cumplimiento de la ley. Vi las aulas de la escuela primaria donde imperaba una Diosa omnímoda a la que le rendían todos los honores: la verdad. Vi al Individuo hacerse sagrado. Nada, ni el Estado ni la religión, estuvieron sobre él.
Un primer ministro
Cambié de lado la cabeza en la almohada y vislumbré un sistema parlamentario. Una democracia parlamentaria en una república federal. Vi a un jefe de Estado con funciones muy reducidas y a un primer ministro que formó un gobierno. Ese primer ministro era diputado de un vigoroso parlamento, un congreso donde convivían las posiciones políticas más disímiles que estaban obligadas a pactar, negociar, convenir sus propuestas de acuerdo con un ajedrez intenso. Allí vi la democracia en su esplendor. Diálogo, negociación, acuerdos, obediencia a lo pactado. Vi un poder compartido y un hondo respeto por la opinión ajena, por el otro, por el que piensa distinto.
A aquel primer ministro que formó gobierno lo vi encabezando un gobierno muy fuerte, dedicado a sus tareas urgentes y fundamentales: seguridad, impuestos, resguardo de la integridad territorial y, sobre todo, enfocado en proveerle a los ciudadanos el marco propicio para que desarrollaran todas sus capacidades. Vi trenes, carreteras, autopistas, hospitales, escuelas, universidades, casas, edificios, industrias, haciendas, fincas, todos construidos por la gente agrupada en empresas. Vi a los ciudadanos trabajando, construyendo, afanados por prestarle servicios y salud a sus paisanos y generando riqueza.
Libertades volando seguras
Vi en curso una pasión portentosa: producir los bienes que la sociedad requería para su feliz funcionamiento. Vi las libertades volar seguras, veloces, trinando fuerte, como las guacamayas caraqueñas. Vi a los venezolanos enamorados de la historia de su país, estudiándola, desentrañando los nudos donde crujieron los errores, celebrando los hechos propicios, los personajes de bien, los honestos, los humildes, los que supieron enmendar el rumbo y siguieron el curso ascendente. Vi a los venezolanos ahorrando en bolívares, reinvirtiendo todo en casa, bajo un enorme paraguas de seguridad jurídica y economía de mercado, con libertad cambiaria. Vi bancos sólidos y muchas casas de bolsa democratizando el capital, profundizándolo. Los vi con su mente y su corazón en Venezuela, no en otra parte del mundo, en ninguna. Aquí y ahora.
Entré en las horas de sueño más profundo y hallé un nuevo mapa donde se corregían algunas injusticias históricas. El estado Portuguesa ahora se llamaba Páez, en homenaje a un hombre injustamente proscrito y vilipendiado; el estado Guárico ahora se denominaba Roscio, en celebración de nuestro civil fundacional. El estado Monagas regresaba a su nombre original: Maturín, lo mismo que Margarita, que dejaba de llamarse Nueva Esparta, al igual que Coro sustituía a Falcón.
Medios diciendo la verdad
Celebré en el sueño unas empresas de servicios públicos de primer orden, compitiendo unas con otras, bajando los precios de los servicios, todas en manos privadas. Aplaudí la libertad de expresión, con decenas de nuevas licencias de radio y televisión, y centenares de medios diciendo la verdad, críticos, sin temor alguno, en todas las redes sociales. Levanté mi copa en el sueño más profundo por un poder judicial autónomo, con jueces y funcionarios con sueldos extraordinarios, sin ninguna conexión con el poder ejecutivo.
Escuché hablar a las autoridades con serenidad, sin titanismos patológicos, sin ofrecernos batallas, epopeyas ni grandezas, sino un país discreto en camino de la riqueza, acotado, amable, útil, sin ínfulas. Un país inteligente, que había desterrado de su vocabulario el lenguaje de la guerra. Un país constructor, positivo, creador, erótico. Un país que veía morir al Dios más terrible: el de la Guerra. Un país que vio fallecer a tres demonios de espanto: hiperinflación, escasez y pobreza. Ya no estaba el socialismo para alimentarlos.
Vi volver la gente de paz
Sentí en el sueño que iba hacia la zona cercana al despertar: despuntaba una luz tenue y desfilaron por mi mente los valores del venezolano: humor, llaneza igualitaria, cordialidad, solidaridad, impulso gregario, pensamiento crítico. Vi médicos, empresarios, maestros, madres amorosas, mucha gente trabajando. En aquel destello del amanecer no había insultos, ni violencia, ni extorsiones, ni torturas, ni armas, había una luz serena de paz y conciliación. Habían vuelto los venezolanos, la “gente de paz” de los aguinaldos de mi infancia.
Ya muy cerca de despertar, tocando la puerta de la lucidez, pero todavía somnoliento, una voz me dijo al oído un refrán que siempre me ha hecho sonreír con optimismo: “Póngale atención a lo que sueña, porque puede hacerse realidad.” Desde la cocina llegaba el olor glorioso del café.