Venezuela en la encrucijada: diálogo fangoso y cepo eleccionario

Por: Luis A. Villarreal P.

 

No imaginábamos los venezolanos hace algo más de dos décadas, que lo que muchos avizoraban tal vez como un confiable camino de correcciones y provechos —progreso y bienestar general—, se convertiría en larguísima y escabrosa senda de abrojos y penalidades,  de resultados tan funestos.  O sea, que en la obtusa búsqueda de la felicidad nos encontraríamos irónicamente con todo lo contrario.

¿Cuántos no cayeron envalentonados —o ingenuos — ante las propuestas populistas y demagógicas promocionadas in situ por los artífices —arteros— de la debacle que lamentablemente vivimos en el país?   Principalmente basadas en una acerba y lunática crítica al timorato  y mediocre desempeño del bipartidismo dominante que ya sufría internamente su deslave.

¿Por qué los venezolanos perdimos el rumbo, y en medio del mar —sin brújula ni compás—  no supimos guiarnos por las estrellas de la intuición y del sentido común que supuestamente nos ha debido dar nuestra historia de luchas, de aciertos y errores, y el discurrir político y social de nuestros vecinos latinoamericanos?

¿Por qué fuimos objeto —víctimas— de planes y propósitos pseudo revolucionarios?, de quienes siempre acariciaron la idea de conseguir —con relativa facilidad— a través de nuestra ingenuidad e ignorancia, y de la riqueza de Venezuela, la desestabilización del subcontinente que sufre las  consecuencias colaterales.

Tontos útiles hemos sido y lo seguiremos siendo si no analizamos, a  niveles necesarios, esas variables que deben ser satisfechas en la ecuación matemática del inédito y triste caso venezolano.  Sean las élites del poder —social, económico, militar y religioso— el entramado político de esas variables, quienes han de configurar un mejor destino de bienestar y progreso para nuestra nación, que más que merecerlo debe estar a la altura de su nacionalidad.

La oposición ha mostrado carecer de simple lógica y capacidad organizacional, y del verdadero protagonismo político principalmente partidista.  Claro, no debemos esperar que sea por siempre, ante el deterioro institucional y el desgobierno;  que se traduce en hiperinflación, flagelo humanitario, atraso y miseria;  a cambio de pan y circo, con más diálogo en agenda, y elecciones amañadas e indignas en puerta, que realmente no resolverán nada.

Hacer posible la presión interna y externa que se necesita —hoy débil e intermitente—  para producir los ansiados cambios, es menester que el accionar político en general sea vigoroso y de permanente intercambio.

¿Pero, por qué la «unidad» opositora no ha podido cohesionarse y enfocarse ante lo más básico y trivial?, como es  evitar su división misma ante las aspiraciones leoninas de quienes sin serlo fungen de gobierno. ¿Por qué no satisfacer en esa ecuación, que es Venezuela, el despeje de esa  variable fundamental?

¿Por qué las élites no se cohesionan con el  interés mutuo que han de tener por el país?  Estas «fuerzas vivas» desaplicadas que tanto representan en el colectivo deben obeder a un mecanismo, tener un reactivo, que las una y las induzca hacer su parte;  a desempeñar un rol para salvar nuestra patria que languidece.

Aunque haya tropel y algarabía de fútiles elecciones, y se aproxime otro diálogo pegajoso y caduco, se trata de agarrar el toro de la Oposición por los cachos, para poder liberar a la Venezuela prisionera.  ¿Y quién, en estas circunstancias de clamor e impotencia, podría realizar esta prioritaria misión? Pensemos y actuemos.

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