Esta es una investigación de: insightcrcrime.org
El presidente Gustavo Petro le ha ofrecido a Colombia la tentadora perspectiva de la “paz total”: las negociaciones que pondrán fin a todos los conflictos armados que han asolado al país durante generaciones. En el primer lugar de su lista se encuentra el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
La posibilidad de que un exguerrillero desmovilizado (Petro fue miembro del grupo insurgente M-19), que ha llegado a la presidencia gracias a su victoria en las urnas convenza a la última gran insurgencia de Colombia de dejar las armas y perseguir sus objetivos políticos de forma pacífica es incitador. Y es una visión que los líderes del ELN han asumido públicamente.
“También nos sentimos responsables de cumplir con ese mandato de que haya cambios en Colombia, entre ellos, que haya paz”, dijo a EFE en septiembre el principal negociador del ELN, Israel Ramírez, alias “Pablo Beltrán”.
Pero Petro enfrenta muchos obstáculos, y uno de los más importantes puede estar fuera de su control: el vecino problemático de Colombia, Venezuela.
El ELN ya no es solo un grupo colombiano; actualmente es un grupo binacional, y la seguridad, la riqueza criminal, el apoyo militar y las alianzas políticas que el régimen venezolano proporciona a la guerrilla son un estorbo para la paz en Colombia. Y aunque el gobierno venezolano hasta ahora ha expresado su apoyo a un renovado proceso de paz, no está claro qué papel jugará, ya que las conexiones entre la guerrilla y el Estado venezolano también han ayudado al régimen autocrático del presidente Nicolás Maduro a consolidarse en el poder.
“Para el próximo gobierno colombiano, cualquier negociación de paz tendrá que pasar por Venezuela, y esto va a influenciar las relaciones binacionales y diplomáticas”, dijo Charles Larratt-Smith, académico y coautor del estudio “¿Por qué es tan difícil negociar con el ELN?”.
“Mientras se permita al ELN operar en territorio venezolano, no habrá paz”.
Venezuela y la esquiva paz en Colombia
En las seis décadas transcurridas desde que el ELN inició su revolución, siete presidentes colombianos han intentado negociar con el grupo insurgente, pero ninguno ha logrado llegar a un acuerdo con la guerrilla. Aunque cada fracaso ha sido único, en todos los casos los negociadores han tenido que enfrentarse a muchos de los mismos obstáculos a los que hoy se enfrenta Petro.
Las demandas de los guerrilleros son complejas, y en el pasado han ido más allá de las cuestiones específicas como la pobreza y el subdesarrollo, e incluso han pedido cambios políticos estructurales al modelo político y económico de Colombia.
Las negociaciones también se complican por la naturaleza del ELN. El grupo no es una insurgencia jerarquizada, rígida y centralizada, sino una federación de redes regionales semiautónomas conocidas como Frentes de Guerra. El proceso de toma de decisiones del ELN requiere que estos frentes, a menudo díscolos, lleguen a un consenso para las decisiones importantes.
Además de estos históricos obstáculos, Petro también tendrá que superar el legado de fracasos de los acuerdos de paz de 2016 con los primos insurgentes del ELN, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El hecho de que el Estado no haya cumplido sus promesas de desarrollo rural y de ayudar a los combatientes desmovilizados a reintegrarse de forma segura en la sociedad ha desgastado la confianza en el Estado colombiano y en sus promesas.
“Uno de los retos que se plantean ahora es: ¿por qué iba a creer el ELN en todo lo que ofrece el Estado colombiano cuando ha visto cómo ha fracasado a la hora de hacer avances con las comunidades desmovilizadas [de las FARC]?”, dijo Mathew Charles, periodista y académico de la Universidad del Rosario en Bogotá, quien estudia la dinámica criminal en Colombia.
El fracaso del Estado en ocupar los territorios dejados por las FARC en el proceso de desmovilización también creó un vacío en el hampa, que en muchos lugares ha sido llenado por el ELN, haciéndose con los antiguos territorios de las FARC y sus economías criminales. Este fortalecimiento ha cambiado el balance de poder para cualquier negociación.
“Las FARC llegaron a la mesa de negociaciones de La Habana en un momento de declive militar y político, mientras que el ELN está en ascenso”, afirma Luis Trejos, académico de la Universidad de Norte, de Barranquilla, e investigador experto en el conflicto colombiano.
Quizá el elemento más importante de este ascenso no se ha producido en Colombia, sino en Venezuela.
Dos de los frentes más fuertes y beligerantes del ELN, el Frente de Guerra Oriental y el Frente de Guerra Nororiental, han utilizado durante mucho tiempo a Venezuela como refugio y fuente de ingresos, pero su expansión tras las FARC les ha llevado a dar los últimos pasos para convertirse en grupos binacionales.
Con ayuda de sus relaciones con líderes políticos locales y militares venezolanos, los frentes operan ahora con casi total impunidad en gran parte de la frontera entre Colombia y Venezuela, e incluso más allá. En esta región se han apoderado de lucrativas economías criminales, como el narcotráfico, la minería de oro y el contrabando, al tiempo que han creado redes sociopolíticas dentro de las comunidades y alianzas militares con las fuerzas de seguridad venezolanas.
“Mientras sigan consolidando el poder y expandiéndose en Venezuela, el Frente de Guerra Oriental, al menos, tendrá aún menos incentivos para negociar”, afirma Sebastián Zuleta, experto en negociaciones de paz y el conflicto colombiano, que ha asesorado al gobierno colombiano en las conversaciones con el ELN.
Tanto el Frente de Guerra Oriental como el Nororiental han rechazado los anteriores intentos de negociación del ELN. Ambos frentes votaron en contra de las conversaciones de paz en la conferencia del 50 aniversario del ELN en 2015. El comandante más importante del Frente de Guerra Oriental, Gustavo Aníbal Giraldo, alias “Pablito”, asestó el golpe mortal a un proceso de paz que comenzó en 2017, cuando presuntamente ordenó la detonación de una bomba en una academia de policía de Bogotá, atentado en el que murieron 22 cadetes y otros 70 resultaron heridos en enero de 2019, al parecer sin el conocimiento de los otros líderes nacionales del ELN.
Desde la desmovilización de las FARC, su creciente fuerza a lo largo de la frontera con Venezuela ha convertido a estos frentes radicales en las facciones más ricas e ideológicamente influyentes dentro del ELN. A medida que se expanden, tienen menos razones para someterse, sin importar el acuerdo al que lleguen los dirigentes.
“Hay muchos comandantes poderosos, sobre todo Pablito, que nunca aceptarán ninguna condición que el gobierno colombiano sugiera o aplique porque ahora tienen su proyecto en la frontera con Venezuela», dijo Larratt-Smith.
Un Estado venezolano dependiente de la criminalidad guerrillera
Aunque el ELN es ahora un grupo binacional, no es una insurgencia binacional. Lejos de intentar derrocar al Estado venezolano, la guerrilla ha actuado más bien como una fuerza paramilitar que apoya al gobierno de Maduro. Por lo tanto, cualquier nuevo proceso de paz debe involucrar al gobierno venezolano.
Petro parece reconocerlo. El 13 de septiembre envió una carta oficial a Maduro solicitando que Venezuela actuara como garante de las conversaciones de paz con el ELN. Maduro aceptó a las pocas horas, declarando en un programa de televisión que “la paz de Colombia es la paz de Venezuela”.
El movimiento de Petro para involucrar a Venezuela en este proceso es reflejo del proceso de las FARC, cuando el expresidente Hugo Chávez fue una pieza clave para llevar a los insurgentes a la mesa de negociaciones en 2012. Aunque Chávez murió a menos de un año de las conversaciones, Maduro siguió apoyando el proceso de paz después de sucederle como presidente.
Este apoyo se debió, al menos en parte, a un astuto cálculo político. Durante años, el gobierno de Chávez había cultivado relaciones con las FARC no solo por simpatía ideológica, sino además como estrategia para socavar a una Colombia hostil y a su respaldo militar, Estados Unidos. En 2012, el cambio de gobierno en Colombia supuso un descongelamiento de las relaciones y un cambio de prioridades, al mismo tiempo que Venezuela quería disipar cualquier acusación internacional de apoyo al terrorismo.
La actualidad es sorprendentemente similar. En los últimos años, las relaciones entre Colombia y Venezuela han caído en picada, mientras que el gobierno venezolano albergaba serios temores sobre una invasión estadounidense lanzada desde Colombia para destituir a Maduro del poder.
Una vez más, había una ventaja estratégica para el gobierno venezolano al permitir que la guerrilla operara en la región fronteriza. Esto quedó al descubierto en los informes de inteligencia colombianos publicados por Noticias RCN en julio de 2022, los cuales InSight Crime no ha podido verificar de forma independiente, que informaban que el ELN había elaborado planes para desplegarse como fuerza paramilitar para proteger al régimen de Maduro en caso de una invasión extranjera.
Con la llegada de Petro, sin embargo, se han restablecido las relaciones diplomáticas entre ambos países por primera vez desde 2019. Incluso ha habido esfuerzos para restablecer las relaciones con Estados Unidos, que, aunque tentativos y limitados, son una señal de que al menos la acción militar ya no está sobre la mesa.
“Cuando Colombia logre convencer a Venezuela de que no es una amenaza para su soberanía, llegará la cooperación de Venezuela contra el ELN”, afirma Trejos, el experto en guerrilla.
Con estos cambios geopolíticos, el clima actual podría favorecer el apoyo venezolano a un proceso de paz. Sin embargo, los cálculos políticos internos de Maduro son muy diferentes a los de Chávez en 2012.
“Ahora es mucho más complicado porque el gobierno venezolano y estos grupos armados se necesitan mutuamente”, señala Zuleta.
Esta necesidad mutua proviene de las formas en que las guerrillas han ayudado a Maduro a aferrarse al poder, sorteando crisis económicas, sociales y políticas. Hoy en día, la guerrilla sigue ayudando a sostener al Estado.
El ejército venezolano sigue cooperando con el ELN. La guerrilla se ha asociado con las fuerzas de seguridad para atacar a los enemigos que representan un riesgo para la seguridad o un obstáculo para los objetivos del régimen, como la milicia criminal colombiana de los Rastrojos, los disidentes de las FARC del Frente 10 y las bandas mineras de Bolívar.
Las amenazas a Maduro han sido tanto políticas como militares. En esto también ha ayudado la guerrilla, especialmente en la región fronteriza, que es un tradicional foco de apoyo a la oposición política venezolana. Allí, la guerrilla ha interferido en las elecciones, según varios informes de los medios de comunicación y fuentes locales de InSight Crime. En las zonas donde la oposición ha ganado elecciones, la presencia del ELN suele ser lo suficientemente fuerte como para impedir que las administraciones opositoras gobiernen libremente.
“El gobierno municipal tiene que trabajar con la guerrilla. Si eres de la oposición, tienes que aceptarlo y respetar sus normas y regulaciones”, dijo a InSight Crime un funcionario del gobierno local de un municipio fronterizo en Táchira, quien pidió permanecer en el anonimato por razones de seguridad.
El declive económico de Venezuela supone una amenaza más perniciosa pero, en última instancia, incluso más desafiante que las directas amenazas militares y políticas al poder de Maduro.
La economía de Venezuela sigue sufriendo tras años de hiperinflación, una corrupción rampante y sanciones internacionales. Esto ha dejado al Estado al borde de la bancarrota, ávido de divisas extranjeras, e incapaz de pagar salarios dignos a las fuerzas de seguridad y otras ramas del Estado.
Una vez más, las actividades criminales del ELN han ofrecido un respiro a estos desafíos.
El control de la guerrilla sobre los territorios de los estados ricos en minerales, Amazonas y Bolívar, le ayuda al Estado a reclamar una parte del oro producido en las operaciones mineras ilegales. El comercio internacional de este oro le ha ayudado al gobierno a eludir las sanciones de Estados Unidos y le ha proporcionado ingresos extranjeros necesarios.
La guerrilla también comparte con las fuerzas de seguridad venezolanas las ganancias de la minería y de otras economías criminales, como el contrabando, el tráfico de combustible y el narcotráfico, según señalan múltiples funcionarios y exfuncionarios de las fuerzas de seguridad, fuentes políticas locales y nacionales, expertos, investigadores y fuentes en las comunidades de la región fronteriza, quienes hablaron con InSight Crime bajo condición de anonimato.
Como el gobierno no tiene recursos para pagarles salarios dignos a las fuerzas de seguridad, les permite a los policías y militares de todos los rangos engordar sus ingresos con dinero sucio para mantener su lealtad.
“[Los militares y la guerrilla] tienen un acuerdo, prácticamente un negocio corrupto, que llevan juntos en la frontera”, afirma Romel Guzamana, representante indígena de la Asamblea Nacional por el estado Amazonas.
Las alianzas del Estado con el ELN le ayudaron a Maduro a resistir las tormentas de la crisis política y económica de Venezuela, y ahora ha llegado a lo que puede ser su posición de poder más estable en años. La oposición está debilitada y dividida, las relaciones internacionales se están descongelando y la economía venezolana se ha estabilizado y experimentado un crecimiento limitado. Para Maduro, mantener al ELN activo puede representar mayores beneficios que facilitar un proceso de paz.
“Hay una relación parasitaria y simbiótica entre el gobierno de Maduro y el ELN y esto será muy difícil de deshacer”, afirmó Zuleta.
¿Saboteadores mutuos o mutuamente dependientes de la paz?
Por el momento, parece cada vez más probable que se inicie un nuevo proceso con el ELN y que Venezuela dará su apoyo público al presidente Petro.
Las mayores dudas tienen que ver con la sinceridad de la participación de Maduro en el próximo proceso de paz y con la dependencia mutua del Estado venezolano y los Frentes de Guerra Oriental y Nororiental del ELN, que ahora son binacionales, lo cual afectará tanto a los frentes como a la voluntad del gobierno venezolano de participar plenamente.
Incluso si Maduro se convence de que negociar la paz vuelve a ser políticamente más beneficioso que permitir la guerra, podría descubrir que la guerrilla ya está demasiado arraigada en Venezuela y que su poder ha crecido demasiado para ser controlada por él.
“Si, por la razón que sea, llega el momento en que ellos [el ELN y el régimen venezolano] ya no se necesitan mutuamente, entonces no veo al ELN recogiendo sus tiendas y sus armas y regresando a Colombia, se van a quedar allí”, afirma Zuleta.
Los militares venezolanos ya han aprendido dolorosas lecciones sobre cómo enfrentarse a grupos guerrilleros atrincherados. Cuando los militares intentaron expulsar al disidente Frente 10 de las FARC de Apure a principios de 2021, la campaña terminó con una humillante retirada. Y el ELN, mucho más grande y fuerte, sería un oponente mucho más potente.
“Lo que pasó con el Frente 10 sería un juego de niños comparado con lo que pasaría si se enfrentaran al ELN”, dice Zuleta.
Esto por sí solo podría ser suficiente para disuadir a Maduro de apoyar los planes de Petro para la paz con el ELN, o por lo menos para cubrir sus apuestas jugando a ambos lados. Tanto para Petro como para Maduro, y para Colombia y Venezuela, hay mucho en juego.
“Creo que Venezuela se va a encontrar en una encrucijada: si apoya a Colombia en la búsqueda de una solución negociada al conflicto con el ELN, pero el proceso no tiene éxito, entonces podría pagar el precio de un conflicto armado en Venezuela”, sentencia Trejos, quien ha estudiado ampliamente el conflicto armado y los procesos de paz de Colombia.
Las divisiones internas del ELN, el aumento de la fuerza de los elementos rebeldes colombianos en Venezuela y su creciente circunscripción venezolana, junto con la relación simbiótica con el régimen de Maduro, significan que la rápida resolución de las negociaciones de paz sigue siendo una perspectiva lejana.