El comercio informal había desaparecido de las calles de Villa del Rosario -conocida como La Parada- y de la ciudad de Cúcuta en el Departamento Norte de Santander – Colombia antes del cierre de frontera decretado por Nicolás Maduro en agosto de 2015.
La crisis humanitaria que enfrenta Venezuela y la migración ha generado que de nuevo Villa del Rosario esté repleta de vendedores informales, pero en esta oportunidad la mayoría son de nacionalidad venezolana. Mientras unos ofrecen café, comprar cabello, cortar cabello y comprar teléfonos en buen o mal estado, otros venden en plena calle arepas fritas, pasteles, tequeños, arroz con pollo, chupetas, blister de medicinas para la fiebre, ropa usada, ropa nueva, zapatos en buen y mal estado, verduras, cajas de cigarrillos y pare de contar.
La imaginación se vuelve corta al llegar a este sector, en donde confluye la realidad de la frontera colombo- venezolana. La mayoría de quienes venden en la calle vivían en la ciudad de Caracas, Valencia, Cumaná, entre otros sectores del centro del país.
El calor en el lugar es sofocante, las calles son de tierra, y el venezolano que vende en estas condiciones viste por lo general short, franela, una gorra y cholas. Hablan casi a gritos, por lo que se distinguen desde lejos, y así nadie pregunten aparecen de la nada, se atraviesan para ofrecer y ofrecer.
Desde 1000 pesos
Las ventas van desde 1000 hasta 50 mil pesos. En una de las aceras una señora venden leggis para niña por 25 mil pesos, son de varios colores y tamaños. Al ser consultada porqué no hace lo mismo en su país de origen, indicó que con lo que gana en Colombia puede reponer mercancía y hacer mercado, mientras que en Venezuela tendría que viajar hasta Cúcuta para reponer, hacer mercado y gastaría más.
Juan Delgado es de Caracas. Vivía en Petare pero desde hace un año se fue a Villa del Rosario «a probar suerte». Sabía que existía un comedor popular de la iglesia católica en el que podría alimentarse, y dormía en cualquier calle que le fuera permitido.
Posteriormente empezó a lavar carros y con eso fue reuniendo hasta lograr ubicar un carrito alquilado en el que pudiera hacer y vender arepas fritas, y así está haciendo. Las vende a 1000 pesos, rellenas de carne o de pollo. «Hay quienes miran de reojo y hasta dicen que asco, pero a mi no me importa, muchos comen aquí hasta de los que trabajan en las calles, así me rebusco y le envío alguito a mi familia, no es mucho tampoco», añadió.
Tres puestos después, en la misma acera, estaba Carlos Alvarado, quien vende perros calientes a 1000 pesos. Aunque no quería contar su historia y estaba un poco serio, dijo que era habitante de Cumaná, se había quedado desempleado después de trabajar como albañil y ante la desesperación de no conseguir trabajo decidió viajar a la frontera con Colombia. Después de dos meses sin hacer mucho, buscando en un lado y otro, una persona le ofreció trabajar en el carrito y pagarle 200 mil pesos y que se quede con la propina, accedió y allí sigue.
Como ellos, decenas van y vienen, y se confunden entre los demás venezolanos que van a comprar alimentos en los supermercados y bodegas de la zona, o que camninan buscando un autobús que los lleve a los supermercados de Cúcuta.