Ven Espíritu de vida y sálvanos

 

Todos nos sentimos perdidos: investigadores, médicos y médicas, epidemiólogos, biólogos y todos los saberes que tenemos, ninguno conocemos el coronavirus, ni sabemos cómo hacerle frente eficazmente con una vacuna. Ojalá no sea lo que algunos biólogos temen desde hace mucho: el NBO (Next Big One), “el gordo”, el virus que hará desaparecer a la especie humana.

Además del virus de la covid-19 y de los distintos virus ya conocidos, estamos enfrentándonos a tiempos ecológicamente amenazadores, con el calentamiento global, la sexta extinción en masa, la erosión de la biodiversidad y otras.

Aparte de usar los medios científicos que nos están dejando desamparados, tenemos una referencia de otro orden, que no va contra la inteligencia, pero que va más allá de su alcance: es la inteligencia espiritual, que capta el Espíritu Creador. No está fuera de nuestra realidad cuando es entendida holísticamente.

Este Espíritu Creador es responsable de la parición del Universo, con sus miles de millones de galaxias y billones de estrellas y planetas, el que existía antes del antes… y que hizo surgir aquel ínfimo punto cargado de energía que al explotar, el (big bang), dio origen al Universo. Continúa presidiendo todo el proceso cosmogénico, nuestro planeta y a cada uno de nosotros, pues es el Spiritus Creator, el Pneuma, el Soplo de Vida. En las lenguas mediorientales es siempre femenino, como la mujer, que genera Vida.

Estos momentos de crisis son ocasión para invocarlo y suplicarle: “Tú que eres Fuente de Vida, salva nuestras vidas, las vidas de los más desvalidos, las vidas de toda la humanidad”.

Dice el Génesis que en el principio aleteaba sobre el touwabou (en hebreo), el caos original; de él fueron sacadas todas las cosas y puestas en su debido orden en el cielo y en la tierra; y, finalmente, nosotros los seres humanos, hombres y mujeres.

Ampliando el horizonte, es importante reconocer que su creación está amenazada, más allá de los efectos letales de la covid-19. La amenaza no proviene de un meteorito rasante, como el de hace 65 millones de años, que exterminó a los dinosaurios, que llevaban más de cien millones de años sobre la Tierra. El actual meteoro rasante se llama homo sapiens, que también es demens, doblemente demens (inteligente y demente, doblemente demente). Debido a su agresiva relación para con la Tierra y para con todos sus ecosistemas, puede eliminar la vida humana, destruir nuestra civilización y afectar seriamente a toda la biosfera.

En un contexto así, reflexionaremos sucintamente e invocaremos la acción sanadora y recreadora del Espíritu Santo. Nuestras fuentes de referencia son los dos Testamentos judeocristianos y la experiencia humana, cuyo espíritu es animado por el Espíritu Creador, llamado por la liturgia “Luz beatísima”.

Pensar en el Espíritu Santo nos obliga a ir más allá de las categorías clásicas con las cuales se elaboró el discurso occidental, tradicional y convencional de la teología. Dios, Cristo, la gracia y la Iglesia se pensaron dentro de las categorías metafísicas de la filosofía griega de sustancia, de esencia y de naturaleza. Por lo tanto, por algo estático y circunscrito ya siempre de forma inmutable. Este paradigma fue convertido en oficial por la teología cristiana.

Sin embargo, pensar el Espíritu implica asumir otro paradigma, el de movimiento, de acción, de proceso, de emergencia, de la historia y de lo nuevo y lo sorprendente. Este no puede ser aprehendido con la terminología sustancialista sino con la del venir-a-ser.

Este paradigma nos acerca a la cosmología moderna y a la física cuántica. Estas ven todas las cosas en génesis, emergiendo de un fondo de Energía Innombrable, misteriosa y amorosa que está antes del antes, en el tiempo y el espacio cero. Sostiene el Universo y todos los seres en él, penetra en el Cosmos de punta a punta, y nos penetra totalmente. Esta Energía de Fondo, llamada también Abismo Originador de todo ser, es la mejor metáfora del Espíritu Creador, que es todo esto y más.

Volver a decir el tercer articulo del Credo cristiano, “Creo en el Espíritu Santo”, en estos nuevos moldes tiene un significado nuevo, conscientes de que siempre nos quedamos cortos acerca de lo que debemos decir sobre el Espíritu Creador.

Por último, hay que reconocer que hemos tocado el Misterio. Éste no se opone al conocimiento, porque el Misterio es lo ilimitado con lo que se encuentra todo conocimiento. Éste conoce siempre más y más, pero en todo conocimiento permanece el Misterio. Por naturaleza, ilimitado. Ese Misterio se revela pero también se vela. La misión de quienes lo acogen y se entregan a su reflexión sistemática como los teólogos y teólogas, también los que se dedican a la filosofía (como F. Hegel, cuya categoría central es el Espíritu Absoluto) es buscar incesantemente esta revelación.

Es propio del Espíritu esconderse dentro de los procesos evolutivos y de la historia. Es propio del ser humano descubrirlo. El Espíritu “sopla donde quiere, y no sabemos ni de dónde viene ni a dónde va” (cf Jn 38). Esto no nos exime de la tarea de desocultarlo.

Es lo que esperamos ardientemente, que este Espíritu se manifieste e inspire a los espíritus de nuestros investigadores para que descubran una vacuna que salve nuestras vidas. Y cuando Él irrumpe sorprendentemente a través de su investigación, nos regocijamos y celebramos, llenos de gratitud por su acción mediada por el espíritu humano.

El pasado domingo 31 de mayo hemos celebrado la fiesta de Pentecostés, una de las mayores de las iglesias cristianas. Es una fiesta sin fin, porque el Espíritu está permanentemente en acción, se prolonga a lo largo y ancho de la historia y llega a nosotros hasta en los días que sufrimos, nos angustiamos y tememos la letalidad del coronavirus. El Spiritus Creator nunca abandonó su creación, ni siquiera en las quince grandes destrucciones por las que pasó. Y no nos abandonará ahora. Veni Creator Spiritus y sálvanos.

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