Por: María Eloina Conde
Si aún queda alguna duda sobre la importancia de la prudencia, bastaría con recurrir a Maquiavelo, quién en su célebre libro” El Príncipe», afirmaba que es la prudencia “la virtud más necesaria para el gobierno de un estado.” Y aunque también creía el estratega toscano que un príncipe debía ser fuerte, decidido e incluso despiadado si fuera necesario, nunca dejó de resaltar que consideraba la prudencia la base sobre las que se construían las demás virtudes.
En la acera opuesta a la prudencia, la temeridad, la que lamentablemente ha acompañado a líderes y también al pueblo trabajador en el proceso político venezolano a lo largo de su historia y muy especialmente en las últimas décadas nos ha hecho olvidar que los tiempos decisivos son el patio de diversión para quienes, viven con la premisa de que el fin justifica los medios y en ese camino el peligro, cuando se recorre sin previsiones, es enorme.
A diferencia de lo que mucha gente cree las encuestas no ganan elecciones, nadie puede asegurar definitivamente que ha alcanzado la victoria en la elección a un cargo público hasta que no llegue el escrutinio definitivo del día de los comicios. Con esto no digo que las encuestas no sean necesarias o importantes, de hecho, por décadas han sido un buen termómetro de la voluntad social y política de cualquier país de cara a los eventos electorales, pero el que sabe de organización política entiende que no importa lo favorecedor que sea un escenario, el triunfalismo es el peor enemigo de quien se sabe ganador pero que deja a la suerte esa victoria o descuida los pequeños pero fundamentales detalles del día D, desatendiendo la observación del arquitecto Mies Van Der Rohe “El diablo está en los detalles», es casi redundante decir que la oposición venezolana ya debería tener al menos un doctorado en esos detalles.
En un contexto mundial —del que no escapa Venezuela— que vive un escenario político tan complejo y polarizado, la prudencia es fundamental. Se necesitan líderes que conduzcan el país con sabiduría y moderación a través de los enormes desafíos que tenemos adelante. Un político prudente debe tener la capacidad de analizar objetivamente el escenario y cada situación para tomar las mejores decisiones y actuar consecuentemente y con mesura en especial cuando el bienestar, el futuro y la vida de otros está en sus manos. El político debe ser tan prudente al prometer como al ejecutar sus acciones e incluso al evaluar su desempeño y el de otros.
A diferencia de lo que puede parecer, la prudencia no se traduce a la falta de valentía, mucho menos a timidez, falta de capacidad o decisión. Quizá el problema es que la prudencia es menos vistosa que la temeridad, que se puede comparar con la del apostador que confiando en su instinto arriesga todo por una corazonada mientras oculta que el riesgo asumido es inmenso y puede ser fatal. El político prudente sin duda, como lo demostraron Nelson Mandela o Angela Merkel por ofrecer dos ejemplos notorios, tiene también una enorme competencia para tomar riesgos cuando es necesario, evaluando siempre las consecuencias de tomarlos.
La prudencia puede significar en las horas críticas del desarrollo de un hecho noticioso la diferencia entre la cristalización de una alternativa o el descalabro de todo un plan, y sabemos que vienen los días más complejos y las horas más delicadas para la definición de la transición que tanto hemos esperado en el país y cuya expectativa se muestra en cada calle, barrio, sector, carretera y rincón de la geografía nacional como vivimos recientemente en Trujillo hace tan sólo una semana cuando las imágenes de calles desbordadas de entusiasmo fueron tendencia en redes sociales y hasta dignas de mención en los pocos espacios libres que han quedado en la prensa.
Por eso, si algo hay que exigir a nuestros líderes es que en esta coyuntura que puede resultar decisiva para nuestro futuro y el de todo el país asuman como propia la tarea de practicar la prudencia, esa virtud esencial para el arte y el ejercicio de la política.
Lo que llevó a Mandela a negociar con el gobierno sudafricano después de salir de su injusta prisión durante 27 años, así como la motivación de Gandhi para negociar con el gobierno británico la reforma del impuesto a la sal a principios del siglo XX, fue la prudencia, y su práctica diaria.
Esa misma que es imprescindible en estas últimas semanas que nos separan del 28 de julio y la elección presidencial, así como en los días inmediatamente posteriores para que esta vez la transición, que sin duda Venezuela necesita y tanto ha buscado y esperado, no se quede en un nuevo espejismo.
María Eloina Conde
Mayo, 19, 2024
@MariaEloinaPorTrujillo