Por Ramón Rivasáez
El escritor Rafael Zárraga Parra, nació el 24 de junio de 1929 en el caserío Agua Blanca, conformado por cuatro viviendas del municipio La Trinidad, estado Yaracuy y falleció el 8 de febrero de 2006, en la localidad de Cocorote, muy cerca de la capital yaracuyana San Felipe, luego de una exitosa carrera literaria como cuentista, dramaturgo, periodista y poeta, no sin antes haber ejercido un sin de oficios para mantener a su familia.
En un esfuerzo titánico para solventar las serias dificultades de orden económico que sufrían sus parientes, el futuro escritor tuvo que hacer de muchacho de mandados, como él mismo lo repetía con orgullo; aprendió algunos rudimentos de escritura y lectura e hizo otros trabajos rudos, propios de las zonas rurales; hasta que se marchó a Caracas a terminar su bachillerato que había comenzado en San Felipe.
La suerte, no obstante, le sonrío en la gran urbe, donde un 29 de noviembre de 1949, en los inicios de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, tuvo la dicha de ingresar como trabajador en el diario El Nacional; allí conoció al novelista y poeta Miguel Otero Silva, quien en adelante le orientó en su proyecto de vida y le sirvió un tanto como su mecenas, tras observar en el joven yaracuyano condiciones e inquietudes literarias que podría acrecentar.
No se equivocó el editor del rotativo caraqueño, y, por su parte, Zarraga confirmó sus dotes de narrador con hechos palpables.
En 1956, regresó a su tierra; en Cocorote, editó un pequeño periódico pero de corta existencia, pues, la dictadura en sus estertores, asfixia cada vez más la libertad de expresión. Entonces, Zárraga optó por dedicarse a tiempo completo a la escritura y le fue halagüeña la sabia decisión. Publicó su primera narración, La risa quedó atrás, y ese mismo año, 1959, su cuento El nubarrón, sorprendió al ganar el XIV concurso nacional del diario capitalino. En tanto, en 1966, el XXI concurso anual lo obtiene nuevamente Zárraga con su narración La brasa duerme bajo la ceniza, un poético título que le abre las puertas al éxito.
Es cuando, Miguel Otero Silva, en recompensa invitó a Zárraga recorrer Europa y visita Austria, Alemania, Grecia, EL Líbano, Irak, Irán, Jordania y Turquía; además completó su formación humanística en las universidades de Perugia y de Ginebra, respectivamente, con una beca estudio que bajo los auspicios del autor de Casas muertas, disfrutó el novel escritor.
En 1969 a su regreso al país, Zárraga abrazó la escritura hasta el último día de su vida, y sus cuentos, piezas teatrales y poemas recorrieron las librerías del país. Su único poemario, Cuarenta nocturnos y una sinfonía, circuló en 1972; en 1977 publicó su cuento Casi tan alto como el campanario; en 1978, apareció su novela La última oportunidad del Magallanes, que es adaptada al cine; Las rondas del obispo, otra novela es de 1982; El condor desvelado, cuento, 1983; en teatro montó las obras La piedra grande, Al fondo del espejo, Cuatro ventanas hacia el miedo, La fiesta de los inocentes, Elisa morirá esta noche, El hombre y el perro, El anillo de Fanny, Aquel Faustino Parra, Urachi, Las ventajas de llamarse Juan, e inéditas dejó las piezas teatrales Cuadernos del vendido, Esperpentos y otras intenciones, El revendedor de globos, El pájaro. Le adaptaron al cine su cuento Juan Topocho, trabajo del cineasta César Bolívar y La última oportunidad del Magallanes a la tv miniserie de Rafael Gómez en 1986.
Rafael Zárraga, en su Cocorote, recibía a sus amigos que le visitaban en su pagoda, un recinto que ayudó a construir con el apoyo de la generosidad de sus admiradores que tenía en el país y su amistad y humildad eran proverbiales. Un valor de la democracia venezolana que amó y defendió entrañablemente su tierra e inventó su universo creador al calor y amor de los suyos.