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Valores democráticos | Alí Lameda | Por Ramón Rivasáez

por Ramón Rivas Sáez
26/11/2024
Reading Time: 4 mins read
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Por Ramón Rivasáez
Dedico a María de los Angeles, nieta del poeta, hoy detenida política
El poeta, traductor y diplomático Alí Lameda, nació en Carora, estado Lara, el 12 de junio de 1924 y falleció en Caracas el 30 de noviembre de 1995, tras sufrir un largo calvario como prisionero político en un campo de concentración
de Corea del Norte.
Muy joven en su lar nativo, Alí Lameda, recibió el influjo fraternal del intelectual caroreño don Cecilio Chío Zubillaga, quien le hace leer a los escritores franceses, ingleses y alemanes de los siglos XVIII, XIX y XX, que le nutren por el resto de sus días y le modelan como futuro hombre de letras.
Concluyó su bachillerato y marchó a Colombia, donde comenzó sus estudios de medicina, que luego prosiguió en la UCV; empero, no los terminó.
Muy pronto fue seducido por el periodismo y entre 1944 y 1948 trabajó para el periódico humorístico «Fantoches», que reunía a los escritores que rechazaron las dictaduras militares de comienzos de siglo XX y simpatizaban con la naciente democracia.
Ya por esos días Lameda escribía para el diario El Nacional; traducía a los franceses Rimbaud,Baudelaire y Valery, entre otros, e ingresó al grupo artístico Contrapunto, de la mano de Héctor Mujica, Andrés Mariño Palacio, José Ramón Medina, Rafael Pineda, Antonio Márquez Salas, Ernesto Mayz Vallenilla.
Su primer libro, «Polvo en el tiempo», apareció en 1949, bajo los auspicios del Instituto Cultural Mosquera Suárez que fundó en Barquisimeto la mecenas churuguareña,  Casta J. Riera, quien también editó a Rafael Cadenas, Ramón Querales, y a Antonio Urdaneta y otros escritores larenses.
Posteriormente, Lameda publicó el extenso poemario El corazón de Venezuela, que es un canto general a los orígenes de ésta tierra de gracia, cuya historia evoca con la pasión del hijo deslumbrado por su belleza derramada en cada confín y parajes de su increíble territorio. De este libro, el poeta y ensayista Juan Liscano, señaló «su aliento epopeyico y gran poder imaginistico, dominador de las más variadas formas preceptivas». Otros escritores suman sus elogios por el libro de Lameda, entre ellos, los humanistas Mariano Picón Salas y Edoardo Crema.
Entretanto, en 1965, residiendo en Berlín, es contactado por escritores norcoreanos que le ofrecen trabajo como intérprete y traductor en el departamento de español del Ministerio de Relaciones Exteriores de Corea del Norte, donde labora hasta 1967 cuando es arrestado a mediados de ese año bajo los cargos de contrarrevolucionario. El delito, un comentario que formuló durante una recepción oficial, y al poco tiempo fue conducido a prisión y sometido a torturas en un campo de concentración donde se le privó de alimentación, calefacción, electricidad, papel, lápiz y no recibía luz solar.
Sufría interrogatorios hasta de 12 horas, fue golpeado; se le acusó de trabajar para la CIA; se le pretendió sentenciar a veinte años de trabajos forzados.
En Venezuela, amigos del poeta como Pompeyo Márquez Millán, solicitaron su libertad ante el presidente Caldera, pero éste no recibió respuesta de su pedido a Kim Il Sun, el dictador norcoreano, padre del actual tirano.
Sin embargo, en 1974, por gestiones del presidente Carlos Andrés Pérez, que, valiéndose de su condición de líder de la Internacional Socialista, y de su amigo, Felipe González, el 27 de septiembre de ese año, el poeta Ali Lameda sale en libertad, con un tumor en la espalda y una lesión en una pierna, dolencias producto del largo cautiverio.
El presidente Pérez le atiende y le envía en misión diplomática a Praga, La Asunción, y finalmente Atenas, donde puso punto final a sus labores en el servicio exterior venezolano.
Al poco tiempo, editaron su libro Los juncos resplandecientes que  circuló en Caracas bajo el sello de editorial Arte, con prólogo de Carlos Díaz Sosa y en 1975, editaron su poemario El juglar de las torres moradas, en homenaje al poeta y dramaturgo de Granada, Federico García Lorca. Este libro fue reeditado en 1980, con prólogo del escritor Luis Oropeza Vásquez.
Sobre Alí Lameda, se debe insistir en que en sus inicios de su carrera literaria abrazó la militancia del PCV, luego se fue decantando, y su contacto con la realidad norcoreana, causó tal impacto que su primera reacción fue la amarga autocrítica que todo era una farsa, mentira, y esa reflexión tardía, fue detectada por sus verdugos que de inmediato le condenaron a un campo de concentración. No obstante, el poeta, resistió, su memoria poética le ayudó a sobrevivir el terrible atropello a la dignidad humana; salió de la cárcel, gracias a la solidaridad internacional, de los demócratas del mundo.
Este poeta singular, que abandonó las sombras de Norcorea, sin odios ni resentimientos, escribió esta bella glosa a Lorca, «Lo evoco así en su florida/ traza de lucero humano/ surge un espejo arcano/su sombra resplandecida/y entre la muerte y la vida/ de acoso y escaramuza/ su forma que un duende azuza/ tuvo en sus líneas morenas/ brillo gitano de Atenas/ aire de Roma andaluza/.
Hombres como Alí Lameda, son los que fortalecen, revitalizan el espíritu democrático de una sociedad pensante, que busca el porvenir luminoso de las ideas y el pensamiento crítico.

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