“En mí, la función cívica y la función histórica adquieren,
por lo tanto, una vivencia afectiva,
que me lleva a sentir vinculado por recios lazos a esa ciudad generosa”
Mario Briceño Iragorry. (1958)
Por: María Sara Vivas Araujo
Desde la antigüedad, el ser humano abrazado a su sentir, creer, pensar, querer, ha emprendido esa búsqueda de sí mismo, intentando develar los entresijos que lo bordean para saber qué lo sostiene y qué lo contiene; en ese discurrir corre el velo de, quién soy. Desenvolvimiento inseparable de actos o manifestaciones primarias de lo sutil y lo diverso, curiosidad y perplejidad que lo han acompañado durante milenios.
De allí, que en el transcurrir de la historia, filósofos, teólogos, maestros se han ocupado de fraguar la sociedad “ideal”. De lo que se habla es de integridad y sociedad, interconexión por unas relaciones de honradez entre gobernantes y ciudadanos, entre padres e hijos, comprensión entre ancianos y jóvenes y fidelidad entre amigos. El gobernante debía ser modelo de moralidad, edificar una sociedad justa y encomendar los cargos de responsabilidad a las personas más capaces. El gobierno había de encaminar la lealtad y compromiso con la niñez y la juventud impulsando su educación y desarrollo como seres espirituales, pensantes con criticidad y valor. Estado-nación en el que la felicidad no sea patrimonio de un pequeño número de particulares, sino común a toda la sociedad. Estado responsable del bienestar y la paz de sus ciudadanos. (La República. 2005).
Conviniendo, la ética con aquella sociedad en congruencia, a razón de hechos armonizados y en sincronía con procesos de pensamiento favorecedores a acciones y situaciones sociales. Todo esto sería posible con una óptima educación donde se cumpliese el cultivo de las virtudes, valentía, justicia, lealtad, en enlace con la naturaleza; entonces, se estaría forjando la auténtica generación de relevo.
El reflexionar gira a ese lugar que provoca el vivir bajo el sol en cada amanecer y, que durante las noches bajo los sortilegios de la luna, nos cobija los sueños, la buena voluntad; este lugar es: La Ciudad. Pensar y repensar a Valera, Ciudad de las Siete Colinas, ciudad histórica, dinámica, cultural del rico y hospitalario estado Trujillo. Fundada un 25 de agosto, en tierras donadas por Doña, Mercedes Díaz de Terán, para edificar una iglesia, donde hoy, se erige la Iglesia San Juan Bautista. La cual, el excelentísimo obispo, Lasso de la Vega la encumbra a parroquia Eclesiástica, el 15 de febrero de 1820. Considerada por su atractivo arquitectónico la más exquisita de la región andina. Sus altas y bien perfiladas torres, los vitrales traídos de Alemania, ilustran la vida de Jesús desde su concepción hasta su ascensión al cielo. La parte interior es cuidadosamente labrada en la elegante y onerosa madera de cedro y caoba. Es una joya memorable de valioso arte gótico, estructura de estilo que entroniza a la ciudad. Valera, ciudad audaz por su comercio y, alucinante por el mucho más. Pequeña y hermosa ciudad, ciudad fabricada para el canto y el elogio. Valera, a 547 metros sobre el nivel del mar, ataviada de bellezas y gracias, decorada por los cielos, las colinas y el río. Estancia inspiradora para el poeta. (Pérez. 1996)
Hoy, sus moradores, evocan la Valera antañona. O, mejor así, aquella Valera que, en sus años mozos, bajo los sosegados techos rojos de sus viviendas, ornamentadas con variedad de flores primorosas y fragantes árboles frutales, señoreaba la palabra culta y edificante para resaltar las hermosas costumbres; el saludo cálido, sencillo y, que contagia salud por lo sincero y gentil; la conversación que, colmada de encanto acuciaba mente y espíritu, sublimando la gratitud, la fe, la felicidad, en fin, el amor.
En esta ilación con la Ciudad, Don Mario en su irrefrenable amor por ella nos dice que, como expresión valorativa, la voz ciudad ha llegado a tener categoría ontológica por donde se expresa la propia convivencia y, que entre los vocablos de mayor carga humanística figura en sitio puntero la palabra Ciudad. Ella significa conjunto de hombres unidos para la vida común, y de ella derivan, como temas de política, las palabras ciudadano, ciudadanía y civismo. (Mario Briceño Iragorry. 24-05-1958)
De cierto que Valera, ciudad ataviada de templanza, grandiosidad esta, que a sus mujeres y hombres oriundos, como también de otras latitudes, los celebra sin excepción; ciudadanos conscientes de su ciudadanía pueblan esta bondadosa urbe y a pies juntillas, se han dedicado en el espacio y tiempo a advertir las debilidades que como ciudad, la amenazan, señalando arduamente conjeturales consecuencias, que hoy, por desdicha, la rebasan. Del mismo modo, icónicos parroquianos que han mostrado las fortalezas de nuestra ciudad, en función de la solución a sus problemas y, configuran su humano desarrollo, lamentablemente muchos ya no están físicamente. Igual distinción a pobladores colmados de civilidad, que quizá, no son advertidos, pero, con su amor, tesón y vida ejemplarizantes cumplen con lo que les corresponde a carta cabal, ya en el estudio, ya en el trabajo o, asumiendo ambos roles con notable y notoria responsabilidad. Conviven lo divino de la creación y lo creado para el diarismo hacer y quehacer.
Ahora, personifiquemos a la ciudad; vamos, abramos la interrogante, ¿quién es la Ciudad? y, en una reflexiva contestación: _La ciudad soy “Yo”. En profunda mutualidad. Sí. Soy Yo con mi dignidad y verdad. Y, soy la ciudad porque “Yo” soy identidad, espiritualidad, conciencia. La ciudad soy “Yo”, todo mi ser talento, creatividad, valor y gloria; nutrido con los valores inculcados desde la niñez. Y sí, la ciudad soy “Yo”, ser social, ser educado; con presencia fecunda, voluntariosa, comprometida. ¡Útil! ¡Valiosa!. Con ese sustento me presento ante el “Otro”, ¡ante ti!, ante “Ellos”; ya en la barriada, en la vereda, en la calle, en la urbanización; ya en la iglesia, en el teatro, en el grupo deportivo; ya en la escuela, en el liceo, en la universidad. Aquí, se vale robustecer el tejido con las palabras de Don Mario, “Los saberes que ilustran la mente y alumbran la voluntad han de estar dirigidos a realizar la Ciudad, como efectiva realización de la conducta del hombre”. Proceder genuino, con sentido de servicio sin pretender solapar a los demás, porque, la ciudad soy “Yo”, diferente, generosa, solidaria, dispuesta. Virtuosismo para la emanación de la unicidad colectiva, justificando toda acción dirigida a la valoración, protección, preservación, defensa y respeto, palmo a palmo, por lo nuestro.
Polisemia de vida por los recovecos en el aquí vivir y, en un así, convivir, en la cadencia de un vaivén y un salsipuedes. El ejemplo tiene que ser de fidedigna ciudadanía que sea orgullo el gentilicio valerano. Eufóricos por la resignificación de sus Símbolos y redescubriendo los demás significados en la policromía que acicala su anchuroso horizonte. ¡Es Valera! Conocer y saber su historia, su ubicación geográfica; percatarse de los intereses del común sentir, sus alegrías, pesares, sentires y traspiés de su gente. ¡Valera! En el pensamiento y al tenor de la palabra que cuenta y narra lo vivido. Ciudad de bellezas e historia; de personajes y aconteceres para comprender su realidad, de aquí nuestra participación responsable de formar parte y actuar en consecuencia. Buen obrar. Vivificarla y entenderla a partir de sus entrañas, es de más en más, sensibilidad en la singularidad de un “Nosotros”. Por cierto, y esto a manera de memoria diáfana, sin pueblos ni ciudades no se forja nación o, expresado así, es a través de los lugares, de los espacios pequeños donde se fragua lo grande.
Mientras tanto, las Siete colinas hoy, suspiran por su suntuosidad y gloria, por su vestido que semeja la pinta que realza los picachos parameros; este relieve exhibe la fascinación de tonalidades del jaspe. Pero, hace mucho, tiempo ya, que las Siete Colinas se despojaron de estos destellos, cromáticos, divinos para aposentar a miles de valeranos que desde allí… se reinventan sus sueños.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
Mario Briceño Iragorry. (1996) Obras Completas Textos Inéditos y Ensayos Completos III. Ediciones del Congreso de la República. Caracas/Venezuela
Pérez Carmona, Antonio. 1996. Visión de Trujillo. 2da Edición.
Platón. 2005. La República. Diálogos Tomo I. Ediciones Universales-Bogotá
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