Cronista Pedro Bracamonte Osuna
Érase una Valera hace 60 años, ciudad de personajes y calles de nombres ya olvidados. Dinámica y progresista, con buenos billares, retreta dominical, grandes pulperías, viejos cines, apellidos importantes y peloteros cimarroneados, todos comiendo empanadas y mondongo en el mismo mercado.
Ciudad predestinada para la apertura de la Casa Rad, en plena calle Real. Don Elías J. Rad, el patriarca, había llegado del distante Líbano en 1890 y fomentó su propio comercio y con varias generaciones a cuestas, vendieron por años en aquel negocio, los cacharros para la talabartería, incluyendo la famosa crema marca Shinola, que usaron los primeros limpiabotas.
Las esquinas de Valera tienen historias ocultas que dan para todo, de allí saltaron los primeros héroes de esta crónica, mozuelos nacidos en hogares muy humildes, salían en busca del sustento en vez de estar jugando y estudiando. Los más recordados eran los “Chicuacos” (Nelson y Alfredo Matos), junto a “Los Dongona” (Luis, Amable y Eduardo González conocidos hoy como los pepinos, El Chona, “María Félix”, Chucho “Gandola”, recordado por su enorme cajón, La Bruja, Desinecio “El Cocoliso”, Alirio “Pata e Croche” Méndez, quien trajo la primera silla para limpiabotas, el Chita y el “Mechudo” Rafael que después fue boxeador. Otro respetado limpiabotas era a quien apodaban “La Mula” en las inmediaciones del Tequendama. La mayoría de ellos se disputaba la clientela a la salida de la misa dominical.
La pulida de zapatos costaba tres lochas, limpiarlos, medio, y la tenían que hacer a las puertas de la zapatería Orinoco y de la barbería Tijeras de Oro. También afanaban al frente de la heladería Ávila, pues estaba prohibido dentro y en las aceras de la plaza.
Con su cajón a cuestas, caminaban mucho en busca de los clientes, tan sólo con la idea de volver a casa con alguna ganancia para la comida y si algo sobraba servía para ir los domingos al cine. Eran los “Panchito Mandefuá” del relato de José Rafael Pocaterra. Con el tiempo algunos fueron desertando por varias razones y unos años después y venidos del barrio La Plata, Oscar y Memo Bracamonte, también limpiaron zapatos en sus horas libres como estudiantes, teniendo como sus clientes fijos a los huéspedes del hotel Venecia, a don Luis Mancilla, Alfredo y Augusto Tognetti y al dueño de la sastrería Lombardi.
Aquellos mozalbetes eran todos unos gladiadores de la cotidianidad que se ganaban la vida decentemente. Con el pasar del tiempo, ocuparon las aceras de la plaza y brotaron nuevas historias. Apareció un personaje llamado Armando, a quien apodaron “El Cigüeñal”, junto a su hermano Carlos y otro más bautizado El Zorro. Tiempo después, se unió a la zafra diaria en la plaza Bolívar, un mocoso del barrio El Milagro que después de más de 40 años en este oficio, se convirtió en el único sobreviviente de esta estirpe que hizo del arte de limpiar zapatos una especie de universidad de la vida. Este ciudadano es Gregorio Ramón Barrios a quien cariñosamente llaman “Goyo El Rey de los Limpiabotas”.
Fuente: Conversaciones con Amable González, Elías Rad, Carlos Gil, Gregorio Barrios, Memo y Oscar Bracamonte.