Nairobi, 19 may (EFE).- Al pequeño Jaden, de 4 años, se le cierran los ojos pero mantiene bien agarrado el brazo de su madre mientras la keniana Mariana explica con ímpetu como ha mejorado su vida con el VIH gracias al lanzamiento de la fórmula pediátrica que reciben en una clínica de Kibera, uno de los mayores suburbios de Nairobi.
Más de 350 niños y niñas con VIH (virus que puede causar el sida) o expuestos al virus acuden regularmente a la clínica Lea Toto (“Criar al niño”, en suajili).
Medio escondido al final de un camino de tierra y resguardado del bullicio del barrio, el centro se levanta como un oasis para ofrecer tratamiento a estos menores y asesoramiento a sus progenitores, remando contra el estigma.
En mayo de 2021, 100.000 lotes de la primera versión pediátrica de la terapia antirretroviral que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda como primera opción, el dolutegravir (DTG) -desarrollado en 2015- aterrizaron en seis países africanos (Nigeria, Malaui, Uganda, Kenia, Zimbabue y Benín).
Este logro fue posible después de un acuerdo alcanzado por la iniciativa internacional UNITAID -socia de la OMS- para que productores genéricos puedan fabricar esa medicación a un precio mucho más asequible que el tratamiento hasta ahora disponible.
Hasta entonces, aunque la OMS recomendó en 2018 el DTG como el tratamiento más adecuado para los niños, sólo los menores que pesaban más de 20 kilos podían usarla, porque no existía una fórmula adecuada para los más pequeños.
“Antes teníamos un problema porque los niños no tomaban los fármacos o vomitaban (…) pero ahora las cosas están mejorando”, señala a Efe Caroline Marete, la doctora del centro.
UNA MEDICACIÓN AMARGA
Jaden se mueve como pez en el agua en la clínica y, con él, revolotea todo el rato una mochila amarilla, con antenas y forma de abeja. En su interior lleva siempre un minúsculo vasito de plástico, el material necesario para tomar su medicación diaria.
“Cuando me dijeron que mi hijo era positivo (de VIH), me afectó mucho. Para mí, siendo una mujer, no me importa porque puedo tomar medicación, pero empezar a darle medicación a un niño…”, rememora Mariana, que tiene 36 años y prefiere no compartir su apellido.
Cuando obtuvieron el diagnóstico nueve meses después de que naciera, el pequeño empezó a tomar el tratamiento disponible: una combinación de píldoras solubles (abacavir-lamivudina o ABC/3TC) y de otra medicación en forma de sirope (lopinavir/ritonavir o LPV/r), que tenía que ingerir dos veces al día.
Era la segunda parte de esa compleja combinación, el LPV/r, la que generaba problemas para las familias, incluso cuando empezaron a suministrarla en forma de píldoras ingeribles con comida.
“El antiguo tratamiento era muy amargo para los menores (…). Cuando le daba la medicación, vomitaba mucho (…). El niño enfermaba todo el rato y estaba perdiendo mucho peso. Cuando vinimos aquí para hacerle las pruebas, nos dimos cuenta de que la carga vírica estaba muy alta”, explica Mariana.
Tanto en forma de sirope como en comprimidos, el LPV/r provocaba vómitos, dolores abdominales y, en ocasiones, diarrea, haciendo muy difícil comprobar que Jaden había tomado la dosis correcta y exponiendo a las familias a que la comunidad se enterara de su condición.
EL RIESGO DE LA RESISTENCIA
Si los menores -y cualquier persona con VIH- no toman las dosis adecuadas, surge el riesgo de desarrollar resistencia a la medicación.
“Cuando reciben dosis subóptimas en sangre, el virus se acostumbra y puede desarrollar mutaciones. Con el tiempo, el fármaco no funcionará, el virus desarrollará resistencia y la carga vírica subirá”, detalla Marete.
Pero la nueva versión pediátrica del dolutegravir se puede disolver sin dificultad, tiene un dulce sabor a fresa -«¡los niños están felices!”, subraya la doctora- y cuenta con una única dosis diaria de 10 miligramos.
Ahora, los problemas que enfrentan ya no tienen que ver con la medicación, sino con motivos “psicosociales”, como la pobreza o el estigma.
Durante los últimos años, mejoras en la respuesta nacional, sobre todo para mujeres embarazadas que viven con VIH, han permitido que el número de menores con el virus en Kenia pasara de 180.000 en 2010 a 111.500 en 2020, según Unicef.
MÁS TRABAJO Y MENOS MERCADO
Conseguir una fórmula pediátrica no es sencillo, ya que su desarrollo requiere más tiempo que un fármaco para adultos y el mercado es más pequeño, advierte a Efe Jackson Hungu, director de programas de UNITAID.
Según Hungu, “el desarrollo del DTG para adultos contaba con un mercado en Occidente pero, en general, los menores con VIH se encuentran en países pobres así que, para las empresas (farmacéuticas) supone una gran inversión para un mercado muy pequeño”.
Por este motivo, iniciativa como UNITAID impulsan y financian el desarrollo de fármacos que son esenciales para la supervivencia de los menores nacidos con VIH, cuya esperanza de vida no superaría su segundo cumpleaños sin tratamiento.
Entre los principales donantes de esa organización se encuentran países como Reino Unido, Francia, España, Chile o Brasil.
Lucía Blanco Gracia