Una historia que contar tras una taza de café | Por Francisco Graterol Vargas

 Un “vicio” de vieja data en la redacción de  Diario de Los Andes

CAFE EN LA REDACCION

 

POR FRANCISCO GRATEROL VARGAS

“Señor Graterol estamos haciendo una vaquita cuánto va a poner para comprar el cafecito”. Era la señora Dulce la encargada de la cocina en DLA. Consuetudinaria cafetera. Se encargaba de recoger el dinero para el café y el azúcar. “No sea hueso ponga otro poquito” le decía a algunos que había que darles por el codo para que se bajaran de la mula. Aquí está lo mío, gritaba desde su cubículo José Cheo Rojas el campeón de los que disfrutaban de aquel elixir inspirador. Le gustaba bien fuerte casi sin azúcar. Después desfilaba el resto del personal incluyendo los periodistas.

Lo del café es un “vicio” de vieja data en DLA. Si nos vamos a la época del Chino Julio Urdaneta lo tomaba con exceso cuando tenía guardia para no dormirse.  Pero de todas maneras el recordado también corresponsal del Diario Crítica pese a las continuas tazadas de café sucumbía en  los brazos de Morfeo.  Rafael Ángel Lujano llegaba con una bolsa de pan debajo del brazo y su porción del negrito. “Cónchale Vale me hace falta el  venenito para inspirarme”,  apuntaba el Jefe de Redacción de aquellos años cuando el corresponsal de El Nacional estaba con nosotros.

Geovanny Pérez el maestro de los diagramadores tenía en la sala de diseñadores tremenda jarra donde colaba el café. No era pichirre. Cuando el gordo hacía café tomaba todo el mundo. “Ya está el caféee” gritaba Geovanni. Para allá corríamos todos. Betty Araujo, Cheo,  Abelina, los de deportes, Frank, Miguel Ángel, el recordado Elvins Humberto, Layisse, Alexander que se hacía el duro, y hasta el Doctor Eladio si andaba por ahí en la redacción  disfrutaba en su taza de la exquisita bebida.

Es que el café además servía para darle a la lengua. Así decía la estrella del café en DLA, Blanca Nieves Villalobos.  “Para inspirarse en el chismorreo lo mejor es un negro bien caliente” apuntaba la muchachona de Santa Cruz.  En esa onda se anotaban Saba, Mirna, Rosita la del archivo y hasta Betty después de sus ocupaciones normales como jefe de información y correctora, se incluía en aquel club donde no se salvaba nadie. Lo despellejaban a uno con cuero y todo.

Doña Teresa mandaba en la noche un muchacho a vender empanadas.  A buen precio con una ración de ají para los que gustaban del picante. Hasta fiaba y eso sí, a pagar puntualmente o quebraba el negocio. “Por eso es que estoy así, estas empanadas engordan mucho” decía Geovanny mientras arrasaba con aquellos pasteles que acompañaba con dos y tres tazas del bendito café.  “El que engorda es usted no las empanadas” soplaba fuerte Montenegro  que también ya llevaba par de las sabrosas masas rellenas con carne. Él se apuntaba en el ranking de los cafeteros con su pana Onésimo Caracas el de Reporteros  Gráficos.  Eso sí siempre andaban con  la misma cancioncita especialmente Monty. “Pongan muchachos que no traje sencillo” y cuando San Juan agachaba el dedo se aparecían  cada uno  con una bolsita de café y azúcar.

Pero los verdaderos campeones en ingerir café eran los de la rotativa. Algo natural porque ellos pernoctaban con los ojos bien pelados hasta la madrugada cuando se imprimía el periódico. La espera era larga. Mientras tanto entre café y café. Sanabria, Fila y David  llevaban la batuta.  Geovanny y Fucho los auxiliaba bajo la mirada atenta del súper cafetero Ramón Bermúdez. Helen recuerda los días duros de la escasez.” Tomábamos café casi a escondidas para un grupito porque estaba muy caro jaja” rememora la diseñadora que ahora está en Chile donde añora el buen café venezolano y especialmente el trujillano.  “Café como el nuestro no lo hay es el mejor del mundo”.

Arriba en la administración los problemas del negrito estaban resueltos  pese a la fama de tacaña de Josefina que ahora es mi vecina en La Arboleda y Amelia que no se le quedaba atrás.  Eliette Parilli gozó de buena fama como cafetera y de las buenas. No movía un dedo hasta que le llevaran su negrito. Ismelda también disfrutaba con exceso de la rica bebida quita sueños e inspiradora según algunos, de buenas ideas antes de entrarle a la jornada diaria de trabajo.

Gonzalo Estrada, amigo de la infancia allá en La Plata 2  trabajó en DLA como cobrador y también publicó por cierto tiempo una columna muy amena que gustaba mucho y su nombre era El Cafecito y su presentación era “luego de un par de tazas de café estoy de nuevo con ustedes y los chismes de última hora”,  y  comenzaba a soltar sus tips muy amenos que la gente con ansiedad los esperaba todos los sábados.

Hoy cuando solo los fantasmas recorren lo que fue aquella bulliciosa sala de redacción de DLA añoramos esos días de camaradería, de mucho trabajo pero con amor y  naturalmente como lo estamos contando fue el café un protagonista principal inspirador de ideas y proyectos. Esos titulares de primera página  con un toque de humor al estilo Pérez Carmona lo hacíamos junto a Eladio, Betty, Cheo, Layisse, Alexander y el resto del equipo, inspirados  a veces con el cafecito que la señora Dulce, Blanca Nieves y hasta el mismo Geovanny nos llevaban. Ceferino, el sabihondo del diario enredado entre cables  y peroles jamás dejaba a un lado el cafecito y un par de arepas  que sacaba a escondidas para que  le rindiera la mordida, aunque siempre conmigo solía brindarme o le daba de las mías.

Hace varios días ya en la era del internet y las redes sociales Layisse invitó al equipo a una reunión de trabajo y saben qué. Apareció el negrito.   Bajo la protesta de Frank se asomó Felipe con café en buena compañía. Un pata e mula al lado. Ever Garcés, la bella Jua y Montenegro escoltaron a Cheo en cuanto al consumo del rico pan con el cafecito ese día. Así que el café es de vieja data en DLA. Desde los días de Guillermo Montilla, Romero Anselmi, café y cigarro del viejo lobo de San Cristóbal, El Chino Urdaneta, Omar Buznego, lo rendía con un palo de ron, el gordo Henry, y hasta el mismo Luis González, el cronista y redactor muchos años en el diario autor de aquella famosa columna del Ojo de la Ciudad antes de bajar a la Zona Industrial compraba un viaje de pan y su saludo era “aquí tienen muchachones para que acompañen el cafecito”. Otro que venía cargado de pan y chucherías era Frank Graterol cuando tenía guardias de deportes especialmente para seguir las Grandes Ligas, los de taller y diagramación se alegraban. “Mosca que llegó Frank con el pan”.  Y Frank la botaba de jonrón.

Mucha tela que cortar en cuanto al cafecito en  DLA, ahora  en nuestra fecha aniversario del 24 de agosto ojalá y que con las precauciones por el Covid 19  podamos reunirnos y que Amelia en su calidad de anfitriona junto a Felipe  nos brinden un cafecito con un buen acompañamiento. Eladio, el pitcher principal con rectas a 95 millas tiene la palabra.

Recordando a Vicente Fernández “Escribir un poema es fácil si existe un motivo”, Una tacita de café siempre será un motivo… Salud compañeros.

 

 

 

 

.

Salir de la versión móvil