Por: Miguel Ángel Malavia
Nuestro mundo necesitaba un regalo como este: un papa misionero. Tras un Francisco pastor que fue un alud de palabras y gestos, siempre con el fin último de remover las entrañas de la humanidad y caldear en ellas la bondad y la fascinación por Jesús de Nazaret, la senda continúa. Y lo hace con uno de esos espíritus que se desprenden de sí mismos y se encarnan en una realidad desconocida. En el caso de Robert Prevost, ya León XIV, estamos ante un misionero estadounidense que, desde 1985, se hizo uno con los peruanos; especialmente, con los más golpeados por la vida.
Hijo de san Agustín, fue todo en su orden: párroco en Chulucanas, en la sierra norteña peruana, donde acompañó integralmente a comunidades habitualmente olvidadas por las autoridades y por todos; formador de novicios en Trujillo (donde decenas de los hoy consagrados recuerdan su capacidad de escucha y su interés por conocer sus inquietudes, mirando al alma de cada uno) y, entre 2001 y 2013, prior general de los agustinos. En esos años, recorrió los más de 40 países en los que sus compañeros están presentes y visitó todos, todos, todos sus proyectos y comunidades.
Una visión global que, en 2023, le sería clave para acometer el importante encargo de Francisco: ser prefecto de la Congregación para los Obispos y perfilar los pastores a los que, estos años, se ha encomendado una misión a lo largo y ancho del planeta. Algo solo al alcance de quien tiene una mirada amplia y aterrizada en la realidad de cada contexto particular.
Entre medias, el agustino misionero volvió a casa, a su Perú del alma, y fue obispo de Chiclayo. Ahí tampoco se le quebró la voz cuando tuvo que denunciar las injusticias que sufría el Pueblo de Dios en un ámbito dominado por la violencia y la corrupción.
Ahora, como León XIV, estamos ante un papa que no ha escogido ese nombre por casualidad: recoge el testigo de León XIII, quien, en 1891, publicó la ‘Rerum novarum’, la encíclica con la que nació la Doctrina Social de la Iglesia. El abrazo de la Iglesia a los trabajadores del mundo, reivindicando en ellos su elemental dignidad. Hoy, Prevost clamará contra los excesos de la Revolución Industrial Tecnológica y la inteligencia artificial que, cuando es mal utilizada, oculta y deforma al hombre. Un reto ciclópeo. Pero estamos en buenas manos. En las de un misionero.