Hemos comenzado un nuevo año que se presenta muy difícil y problemático. A pesar de ello, en los abrazos de fin de año, todos nos deseamos que el 2019 fuera un año feliz. ¿Fue eso meramente un saludo rutinario, o verdaderamente creemos que es posible hoy la felicidad en Venezuela a pesar de que impera el caos y los problemas nos aplastan cada día más?
En primer lugar, no debemos confundir la felicidad con pretender pasar la vida en un estado de euforia, sin problemas y sin sombras de tristeza, amargura, dolor e incluso rabia. Eso sería una ingenuidad y algo inalcanzable.
No será posible la felicidad si uno vive amargado, atemorizado, derrotado; si pasa hambre o no consigue medicinas y siente que se le ha robado el futuro para él y para sus hijos. Tampoco será posible la felicidad con una vida descomprometida y vana. Porque la felicidad no depende tanto de lo que tenemos, sino de lo que somos. No proviene de lo que nos sucede, sino del modo en que asumimos lo que nos sucede. Para ser felices, hay que tener el coraje de plantearse una meta o un ideal que le dé sentido a la vida, lo que supone hacerse una serie de preguntas fundamentales y responderlas con valor: ¿Cómo me propongo vivir el 2019? ¿Qué estoy dispuesto a hacer por Venezuela? ¿Qué actitudes de mi conducta ocasionan daño a otros o generan pesimismo y, en consecuencia, debo corregir? ¿Voy a seguir quejándome y lamentándome por todo lo que no funciona, o voy a dedicar mi vida a transformar esta situación que nos agobia y trabajar con coraje para que el 2019 sea el comienzo de la reconstrucción de Venezuela?
Los seres humanos somos los únicos que podemos elegir el destino de nuestras vidas. Podemos vivir amargados y amargando a los demás, o vivir felices para hacer felices a los demás. Podemos ser agresivos o amables, violentos o pacificadores, destruir las vidas de otros o vivir para dar vida.
Yo cada mañana doy gracias a Dios por la vida y por las oportunidades que me brinda el nuevo día para crecer hacia adentro, para servir y trabajar por Venezuela y me repito con convicción: “Hoy no voy a permitir que los amargados me amarguen; que los pesimistas me contagien su miedo; que los violentos me quiten la paz; que los derrotados me hagan claudicar. Hoy, voy a tratar de vivir como un regalo para los demás. Todas las personas con las que converse, que de mis palabras salgan animadas, comprometidas a trabajar por Venezuela. Si muchos se dedican a sembrar desánimo y división, yo voy a sembrar esperanza, compromiso y unión”.
Y cuando trata de abatirme el pesimismo, hago mío este texto de Eduardo Galeano: “Nosotros tenemos la alegría de nuestras alegrías y también tenemos la alegría de nuestros dolores y estamos orgulloso del precio de tanto dolor que por tanto amor pagamos. Nosotros tenemos la alegría de nuestros errores, tropezones que muestran la pasión de andar y el amor al camino: tenemos la alegría de nuestras derrotas porque la lucha por la justicia y la belleza valen la pena también cuando se pierden. Y sobre todo, tenemos la alegría de nuestras esperanzas, cuando el desencanto se ha convertido en un artículo de consumo masivo”.