<El intelectual está inducido a constatar cómo los valores (verdad, justicia, igualdad) pueden ser negados por un grupo o una clase social…>
L. Olivier, sobre el pensamiento de M. Foucault: Pensar en tiempos de nihilismo, 1995: 146; en Ética del intelectual.
Luego del decreto político Socialismo del Siglo XXI podemos inventariar algunos términos difundidos en la política venezolana: carisma, líder máximo, oposición legítima, falsa oposición, escuálidos, vende patria, traidores, enchufados, bachaqueros, corruptos, asesinos. Estos términos se reproducen en escenarios de miedo, terror, incertidumbre, desconfianza, crisis, ansiedad, lealtad. Reduciendo el sentido de esas señales vale identificar entre nosotros conducta política de antipatías, sin civismo y reconocimiento del otro. Los denominados actores políticos adolecen de cultura política o son reproductores de palabras colocadas una tras la otra a los fines de generar emociones o ansiedades. En esta tarea lo mediático juega rol central. La política como rencor, rabieta u odios llega incluso a niveles de histeria. Los hay dentro del gobierno y la oposición donde el pastiche ideológico se expresa en las consignas indefinibles y gana adeptos. El grito mezclado con sentimientos muestra a una multitud desesperada y defensora de medias verdades donde la táctica del dirigente es mezclar todo a ver qué sale. De allí que desde el gobierno se asumen de izquierda, solo por estar allí y en la oposición uno ignora cuál es el proyecto alternativo a ese híbrido bolivariano denominado socialismo. Por ejemplo, sociedad civil versus democracia institucional no muestra en sus defensores ni una cuartilla coherente de qué es eso para el venezolano. A ese cuadro sumemos lo que en cualquier conversación debiera ser central: hablemos de cambio.
La historiografía política, de conservadores, liberales, izquierdistas y derechas venezolanas muestra esta constante: cada vez que se discutió de cambio las organizaciones cayeron en insultos, pase de facturas, intolerancia, descalificaciones, ataques morales y exclusión. Su resultado: divisiones, y esa constante sigue vigente. El prefijo anti pareciera estar instalado en los genes del venezolano y hacia los sectores sociales va dirigido ese prefijo a los fines de garantizar que se invite al cambio, pero que eso no ocurra. Lo hacen las élites políticas, militares, policiales, religiosas, económicas, extranjeras, sindicales, universitarias; en fin, toda una red anti. Ese anti no solo va al gobierno, sino a la intención de cualquier bloque opositor. Una vez le escuché a Fidel Castro decir que lo importante no era que la gente se opusiera al comunismo, sino que no se organizara para ello. Ese es el sentido del anti. También se impone en Venezuela la ideología de aquél tango llamado Cambalache donde se habla del corrupto y lo indeseable. Yo he tenido el raro privilegio de escucharlo en la voz del corrupto, como si no oyera su letra. Pasa con los defensores de derechos humanos hoy en el gobierno, hoy no se ocupan de eso. Esto no es sino la práctica de violentar lo que se dice defender o pisotear las reglas de juego. La metáfora del alacrán, animal que dicen se come a su madre, se aplica a este caso. Se impone la idea falsa de que sin partidos políticos no hay democracia y así cualquier líder emergente tiene que inscribirse en un partido o de lo contrario queda sepultado en el camino de los escombros ideológicos. Y la más perniciosa de las prácticas: no reconocer la derrota y aceptar al otro. Cierto autoritarismo y complejo existencial muestran esas personas cuando intervienen en la política. Su autoritarismo y hasta fascismo se les refleja en su rostro, su escaso discurso democrático y ciudadano los delata. Saque sus conclusiones.
@CamyZatopec