Tópicos / Revolución por Decreto

Las Utopías son fundamentalmente utopías. No hay lugar, pues no hay futuro. La pregunta que hay que hacerles no es: (Sí, ¿pero cuándo?), es (Sí, ¿Pero dónde?). Que no puedan responder a la segunda cuestión decide la primera.> R. Debray en Crítica de la Razón Política. P.58

 

 

Hace 18 años publiqué un artículo con contenidos parecidos al de hoy donde refería un texto del chileno e historiador F. Mires. Intelectual muy activo en sugerencias a la oposición en Venezuela. La referencia era a su libro La revolución que nadie soñó, o la otra postmodernidad. Habiendo hecho el esfuerzo de investigar sobre el momento postmoderno me sedujo su título. Su contenido intenta mostrar la diferencia entre una revolución orientada por los avances de la tecnología y el término revolución acuñado por el mundo político.  Hoy sabemos de los intentos del oficialismo chavista para filtrar su proyecto bajo la noción de revolución con los signos de disturbio, marcha, guarimbas, protestas, cadenas radiales o planes económicos. El resultado no es mejor calidad de vida sino miseria expandida, no es eficiencia en políticas públicas sino corrupción contaminante tanto al interior de la dirigencia oficial como en la dirigencia opositora. Cobra vigencia Mires y su texto en cuanto a la no coincidencia entre la revolución del conocimiento y su impacto en la ciencia política. Los decretos de un modelo socio-político no coinciden con sus resultados, salvo como estrategia para hacerse del poder, como el caso nuestro donde también por una parte el chavismo sepultó a la izquierda y luego el madurismo sepultó al chavismo. Claro no sin consecuencias con este desastre de sociedad conocida. En ciencia social decretar el título de revolucionario para tener la imagen del hombre de las cuevas es un lujo negativo que con la era de la información nadie desea. Hoy, cuando la revolución del conocimiento y la tecnología le dan a la práctica humana sentido real sin trascendencia, la política hace esfuerzos inútiles para ser aceptada de nuevo con ese vocablo. Sin embargo, toda verdad revolucionaria diferente a lo del conocimiento o la tecnología está agujereada. Más allá de tal o cual buena intención del término revolución se oculta la intención de hacer negocios y traficar con tal término. Es el caso de Venezuela, Rusia, China, Cuba. Principios básicos de precaución y responsabilidad invitan a cultivar la distancia frente a propuestas revolucionarias que llevan el ingrediente del dogmatismo frente a la tolerancia. No hay seguridad posible ni riesgo cero, pero ello no justifica ensayo y el error como las prácticas del político de hoy en el gobierno o en los intentos de oposición. Decretar que estamos dentro de una revolución política es un contrasentido frente a la cantidad de posibilidades complejas que se nos vino encima con los avances de la ciencia y la tecnología. Si la sociedad es un mapa, necesitamos una carta para leerlo, una plan para seguirlo, una ruta que nos diga por dónde vamos. Es aquí donde los venezolanos somos la vergüenza del mundo. Por supuesto, no falta quien me diga: <y eso no es la revolución> La depresión también es un término que acuñaron los sicólogos para uso diario de los economistas, sin embargo estar deprimido como ser es diferente en su síntoma social. Quienes saben de esto son los de la industria del espectáculo y del video para combatir tal síntoma. En este mundo complejo curiosamente resurgen mitos y dioses frente al agotamiento del término utopía, muy vinculado a revolución. Uno escucha decir: <pero nos queda la utopía> ¡Oh que ironía! Utopía, entendida como el otro lugar dominado por la igualdad, la veo hoy dentro del mayor esfuerzo del pensamiento débil para seguir produciendo ilusiones inútiles. Así como hace 18 años citaba el caso argentino, hoy como venezolano convivo con estas imágenes: la gente se bate por comida, un televisor, un aparato de sonido, un puesto de trabajo y la libreta de ahorros, una cola para el alimento ausente o la medicina cara para quien carece de recursos respecto a su compra. En las universidades venezolanas uno observa movimiento de profesores cuando pagan un bono o la caja de ahorros entrega un préstamo o dividendos, hoy no hay contrato colectivo y un titular frente a alguien sin escalafón tiene igual sueldo mínimo. He allí el sigo revolucionario aplastando el mérito.  ¿Y la utopía o la revolución?  Dos son las lecturas: la de Tomás Moro y la de Bill Gates.  ¿Cuál es la suya amigo lector?  Que una sociedad tenga seguridad, que ame su lengua, que cultive la responsabilidad y el principio de precaución y aprenda de la vida de Bill Gates posiblemente le diga a su gente que hay una revolución tangible y posible. Si ello es contrarrevolucionario, no se preocupe de tal calificativo, ese es un síntoma dominante para varios siglos del futuro. La otra revolución le interesa a un mundo donde la lealtad se pisotea, donde todo se quiebra o dobla: el mundo de la modernidad política, mundo que curiosamente cada día es más débil.

 

Salir de la versión móvil