De la democracia se ha escrito y dicho bastante como modelo político para vivir en paz, tolerancia y respeto. Se han reproducido textos y promovido experiencias diversas con la finalidad de sembrarla como una cultura que beneficia lo social en armonía y diálogo. En unos lugares más que en otros una buena parte de estas ideas se han cultivado, pero en lugares donde la tradición es de miseria, dependencia de los gobiernos por parte de la gente, o ausencia de educación la cultura democrática muestra un abundante déficit. Con la llegada de la Modernidad y el desarrollo de la tecno ciencia se llegó a pensar que bastaba el desarrollo económico, la industrialización y tener materias primas abundantes para darle a la sociedad una mejor calidad de vida y en ello el modelo político democrático ocuparía un lugar importante. No fue así y de allí que M. Weber utilizara el término desencanto por cuanto el mundo habiendo perdido su magia terminó desencantado y sin misterio. Algo similar, en mi opinión, habría querido decir F. Nietzsche con su frase <Dios ha muerto> al visualizar la transfiguración de los valores, de hecho este autor criticó fuertemente la idea de democracia e igualdad entre los humanos como algo vicioso y antinatural. Pero el mayor desencanto lo vivimos los venezolanos con ese modelo que ni es democrático ni es una dictadura, pues partes de eso tiene y de esa manera poco cuenta que tengamos riquezas naturales o una población que ni es demócrata ni tampoco ama la guerra aunque la predica. Algo así como un mito sin predicado. A lo más que podemos llegar en la aproximación de nuestro modelo es al disimulo, disimulamos ser demócratas y a su vez simulamos amar las dictaduras; sombras de eso arrastramos en nuestra historia y poco importa si llegó la Modernidad o la Postmodernidad. Somos un híbrido, un cruce raro si por lo menos comparamos a nuestros dictadores con los de otros lugares de América, quienes al respecto poco disimularon lo que querían y eran. Si bien Weber ubicó el desencantamiento por la práctica humana de cultivar el conocimiento y la razón contra cualquier subjetividad y mito, entre nosotros eso pasa por otra vía: pobreza, exclusión; soberbia, ausencia de tolerancia y responsabilidad social, miseria y, sobre todo, la maldita corrupción, el <no me dé, póngame donde haya que yo luego hago lo demás>. Por algún tipo de gen raro el venezolano dirigente político o de cualquier organización deja a su paso el camino lleno de corruptelas, faltas morales y de ética; siendo este signo la causa clave para no tener una sociedad del bien común. Ese gen lo podemos vincular con la palabra deseo que quiere decir potencia de gozar o de obrar como lo admite A. C. –Sponville en su Diccionario Filosófico. Esta idea de deseo entre nosotros entra confundida con carencia y la leyenda urbana es algo así: <Yo deseo eso porque carezco de ello>. Y es desde la idea de carencia que el discurso político del populismo intenta, porque a la larga no lo logra, identificar al pueblo humilde frente a las élites y grupos de poder. Pero también por ese raro gen la gente no percibe la noción de democracia como su más amplio deseo de vivir mejor y termina conformándose con las migajas y sobras del poder que el político populista le entrega para colmar sus carencias. Es la reproducción del desencanto y esto explica que en regiones donde mayores carencias existen: en educación, salud, trabajo y disfrute de lugares públicos; mayor sea la atracción del pueblo por el dominio, el autoritarismo, la dictadura y el revanchismo con muestras de exclusión y persecución política. Cambiar esas señales pasaría por una reeducación de la gente y una reconstrucción moral de la dirigencia política, algo que para muchos es incómodo e intrascendente. Saque sus conclusiones.
@CamyZatopec