<Todos los pensamientos se asemejan a los gemidos de una lombriz pisada por los ángeles> E. M. Cioran. El ocaso del pensamiento. P. 15.
De los términos conciencia y consciencia aprendimos que son como sacacorchos de frascos envasados al vacío: dependen de la ocasión presentada. De ese corcho en algunas culturas del vino se dice que conserva las propiedades del líquido envasado. La genealogía de la palabra conciencia se conoce por el estoico Crisipo, luego entra en los discursos filosóficos, sociológicos y sicológicos. Hablando desde estos tiempos postmodernos, donde la verdad existe solo a condición de ser construida, conciencia es un término a ser deconstruido (Derrida, dixit) en dos sentidos: 1-Para reconocer una cualidad o una situación; aquí es vital referirse a la ciencia en el cómo, cuándo, y en cuáles condiciones. Los aportes de la Neurociencia y Fisiología del cerebro se ocupan de este aspecto cuando desde la examinación del cerebro responden a lo complejo de la palabra conciencia o consciencia. En consecuencia, nació una tendencia: La conciencia en el cerebro, ver Damasio y Dehanae, entre otros. El tradicional sentido en la lectura de conciencia y consciencia es para suponer que los humanos tenemos un lugar desde el cual se genera el bien o el mal. Para R. Descartes era la Glándula Pineal, pero este filósofo que calentó bastante sus neuronas en tiempos de inquisición religiosa, no tuvo los instrumentos de análisis que hoy tienen los científicos: electroencefalogramas, tomógrafos, y otros. Ese tradicionalismo tiene seguidores en políticos, antropólogos religiosos, publicistas y psicólogos del discurso seguidores de Freud, para quien el asunto era poner a hablar al paciente y luego desde sus metáforas comparar mitos griegos para definir al yo, al ello y al superyo. El asunto es más serio de lo que parece y así como decimos por tradición: tengo un cuerpo o mi mente está separada de mi cuerpo, siguiendo a Descartes en su “pienso, luego existo”, lo que se plantea hoy es decir: “soy un cuerpo, soy una idea.” El debate es, aparte de seductor, interesante. Desde estas ideas parece obvio que quedan fuera de combate discursos filosóficos, políticos, del sicoanálisis y de fundamentalismos religiosos para seguir promoviendo una suerte de conciencia moral como modelo consistente de ciertas acciones humanas. ¿Qué importancia tendría eso para una actividad como la educación al conocer la fisiología del cerebro? ¿Puede ser educador cualquier sujeto en un contexto cultural dominado por la imagen y la simplificación de la existencia? Una de las conclusiones de los neurofisiólogos del cerebro es ubicar en la relación retina (ojo) y atención (trabajo del alumno) el rendimiento del conocimiento y aprendizaje. Es algo que intuimos quienes tenemos por profesión enseñar: sin atención del alumno el aprendizaje es efímero. Emerge otra reflexión: ¿Cómo genera atención el educador en un salón de clase dominado por el celular sin caer en represión? El diario de los Andes publicó un interesante trabajo de Vignolo que comparto en su idea de educación como fin supremo de la sociedad. Mi aporte aquí es desde E. Kant cuando desde su idea de Ilustración preguntó: ¿Y quién ilustrará a los educadores? Al menos en Venezuela a cualquier sujeto se le da la confianza para que eduque a las generaciones, a veces incluso como reproductor de una ideología política. Como observamos esto hay que revisarlo. ¡Exclusión, elitismo!, pensarán algunos. Sí, usted no puede seguir entregando la formación de sus hijos a cualquier sujeto que ni siquiera ha reflexionado sobre quién es como sujeto social. El debate es interesante y gracias a la muerte de los relatos, que Vignolo denomina paradigmas, en la cultura postmoderna es posible reconstruir la ciencia de la conciencia. Saque sus conclusiones.
@CamyZatopec