Ya en otras oportunidades he escrito sobre el laberinto en el cual se encuentran las fuerzas opositoras venezolanas, no solo por todos los obstáculos que han debido enfrentar como consecuencia de las prácticas anti democráticas de un gobierno que hace uso y abuso del poder sin casi ningún escrúpulo, sino también debido a sus graves problemas internos derivados de la ausencia de una dirección única, coherente, nacida del consenso y profundamente amplia, tanto en su discurso como en su acción.
El gobierno ha sabido moverse como pez en el agua en este mar de contradicciones opositoras. Ciertamente, como lo dijimos, abusa de poder, pero también la tarea se le facilita cuando logra incidir en las grietas entre los partidos que conforman la Mesa de la Unidad Democrática, y otros que si bien no están formalmente en la coalición opositora son parte de ese conglomerado.
Las elecciones se han convertido en su dolor de cabeza. La oposición no ha podido alcanzar las condiciones necesarias para tener unos comicios libres, sin vicios en su convocatoria, con un organismo electoral realmente imparcial, con una observación internacional que le meta el ojo a todas las fases del proceso y no se limite a un acompañamiento bobalicón y por tanto inútil. No ha logrado que los recursos del Estado no estén al servicio de los candidatos oficialistas. Tampoco que los medios públicos abran sus espacios al pluralismo. Ni siquiera en las negociaciones de República Dominicana eso fue posible. El gobierno ha jugado duro, sin pararse en artículos .
Pero la oposición ha logrado que en la comunidad internacional el tema Venezuela se coloque dentro de la agenda de materias que ameritan atención. Y de alguna manera, todas las decisiones adoptadas por Estados Unidos y la Unión Europea que implican sanciones a funcionarios y restricciones a operaciones financieras o comerciales son resultado, aunque sea parcialmente, de las iniciativas de voceros opositores, entre ellos Julio Borges. Estas sanciones y restricciones son los que han dado alguna vida a los esfuerzos de lograr un acuerdo político. Pero todavía el gobierno parece tener la sartén por el mango.
La oposición no ha podido ponerse de acuerdo de forma unánime o consensuada en torno a cómo enfrentar esta coyuntura. Unos dicen que definitivamente no van. Otros siguen deshojando la margarita, y ahora se ha abierto una nueva puerta , que deja entrar una pequeña luz de esperanza sobre una posibilidad de un compromiso del gobierno, en cuanto a aceptar la mediación internacional, rodar la fecha de las elecciones presidenciales para los días finales de mayo o principios de junio, y que además del Jefe del Estado se elijan los concejales y legisladores regionales.
Esto tampoco unifica a toda la oposición o a la mayoría de los partidos,al menos por ahora. Solo le da fuerza a la tesis de la participación por parte de esos grupos que se resisten a dejar el camino abierto al gobierno y su candidato, Nicolás Maduro, y que apuestan a que más allá de las condiciones electorales hay una gran posibilidad de derrotar al oficialismo. Son muy pocas las probabilidades de que la oposición tome una decisión de consenso. Ese es su gran drama en esta difícil horas de la República.
Ir o no ir. He allí el dilema hamletiano que provoca discordia una vez más en las fuerzas anti gubernamentales. Si no se participa se renuncia al espacio de la campaña electoral para movilizar la ciudadanía en demandas de elecciones limpias. Si se participa, se corre el riesgo de bañar de legitimidad el triunfo de Maduro, y después cualquier reclamo de fraude será parecido a los gritos de auxilio de la mujer siempre golpeada por el marido y que una vez más cae por inocente ante la promesa de que habrá más palizas. Y también, si se participa, existe la opción de movilizar el descontento y darle la sorpresa a un gobierno que siente el triunfo en el bolsillo. Y si no se participa, se deja solo al gobierno con su fiesta, y se le obliga a tumbar la piñata, comerse la torta y cantarse el cumpleaños en la soledad. Se queda con todo el cotillón pero sería una celebración aguada, que le haría un daño a su deteriorada imagen internacional.
No es fácil resolver ese dilema opositor. No quisiera estar en los incómodos zapatos de los sectores que integran el desintegrado conglomerado opositor. No tienen una sola política, no tienen una organización en la cual todos se sientan cómodos y respetados. Y, vaya tragedia, no tienen un líder que los unifique.
Es poco probable que en las actuales condiciones pueda sonreírle el triunfo. Si unos participan y otros no, salvo que ocurra un milagro o un imponderable, Maduro lucirá la banda nuevamente y el descontento, que es mayoría en el país, seguirá sumido en la depresión quién sabe por cuanto tiempo. Tanto el reconocimiento de un triunfo oficialista como cualquier reclamo por presuntos fraudes o irregularidades terminarían en lo mismo, una decepción más.
Lo único que puede darle frutos a la oposición en esta hora tan peliaguda es su unidad casi que total. Apostar todos a una sola política. Lo contrario es un nuevo barranco. Tal vez lo entiendan sus dirigentes, pero la incapacidad de ponerse de acuerdo parece ser mas fuerte que el deseo de llegar al poder. Mientras tanto la crisis, la hiper inflación, el hambre, andan de su cuenta, y terminan siendo el adversario más temible para el gobierno.