Noel Álvarez
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En nuestro devastado territorio se libran, diariamente, múltiples batallas en el campo de la guerra posmoderna, es decir, centradas, más en el ámbito de la imaginación, que en el de la realidad. Informaciones y desinformaciones surcan velozmente las redes sociales y el simple mortal carece de la capacidad tecnológica y política para diferenciarlas. A pesar de todas estas circunstancias, me queda meridianamente claro que este es un conflicto de carácter geopolítico que atraviesa transversalmente el ámbito de las fronteras y las nacionalidades para situarse en el terreno de las afinidades ideológicas o crematísticas. En último término, las damas más ultrajadas en este proceso son: Constitución, Frontera y Soberanía.
De todas las situaciones concomitantes en nuestro territorio solo me gustaría referirme al caso específico de Rusia, país en que devino la otrora poderosa URSS. Con su inoportuna presencia en Venezuela, Vladimir Putin, está tratando de hacerle ver a sus connacionales que él tiene suficiente poder para plantarle cara a la primera potencia del mundo y además, obligarla a sacrificar algunas piezas que han venido siendo defendidas por ella, con este comentario, me refiero al caso específico de Crimea.
Desde tiempos remotos, Crimea es considerada como la joya de la corona para los rusos. Es una península situada al norte de la Mar Negro, poblada por múltiples grupos étnicos. Este territorio presenta una magnífica geografía, excelente clima e ingentes recursos terrestres y marítimos. La historia moderna de Crimea comenzó con su anexión por el Imperio ruso en 1783 durante el mandato de Catalina II quien venció a los otomanos. Muchos años después tomó el poder el zar Nikolái II Aleksándrovich Románov quien fue derrocado por el golpe de Estado de 1917 donde apareció Lenin con su Partido bolchevique.
En 1921 se creó la República Socialista Soviética Autónoma de Crimea. Esta república se disolvió en 1945, y la Crimea se convirtió en una provincia, primero de la RSS de Rusia, y luego de la RSS de Ucrania. Desde 1991 tiene el status de una república autónoma dentro de Ucrania hasta su anexión por la Federación Rusa en la crisis de Crimea 2014. La propaganda del Kremlin, justificó esta anexión, afirmando que el territorio fue un regalo que Nikita Jruschov hizo ilegalmente a Ucrania en 1954.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Crimea estaba devastada y despoblada. Dependía del suministro de energía y agua de Ucrania. La clave para el traspaso de Crimea a Ucrania fue la reconstrucción de la economía de esta península. La decisión fue tomada colectivamente, al contrario de lo que Moscú afirma. Tras la caída de la Unión Soviética, Crimea pasó a ser parte de Ucrania. En 1992, el Consejo Supremo de Crimea adoptó una Constitución por la cual su territorio se convertía en una república asociada a Ucrania mediante tratados.
Hoy en día, Crimea se ha vuelto a convertir en un campo de batalla entre Rusia, que se empeña en restaurar su antiguo imperio por la fuerza, y Occidente, con el que Ucrania desea construir su futuro democrático. Coincidencialmente, al igual que algunos otros países, el futuro de esta tierra y de su comunidad multiétnica no lo decide su gente, sino las consecuencias de otro choque de civilizaciones. Putin ha desafiado los llamados de Occidente a retirar sus tropas, insistiendo en que Rusia tiene el derecho a proteger sus intereses en Crimea y en el resto de Ucrania. Ante el argumento utilizado por Putin para justificar su intervención en Crimea, uno podría preguntarse ¿Tendrá Occidente el mismo derecho a proteger sus intereses ideológicos y económicos en América Latina? La historia demuestra que sí.
En 2014, Obama sostuvo una conversación telefónica con Putin, expresándole en ella su “profunda preocupación” sobre la clara violación rusa de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. Obama le advirtió que si Rusia seguía infringiendo las leyes internacionales eso la llevaría a un mayor aislamiento político y económico. Putin desechó las recomendaciones manifestadas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y sus tropas, aun hoy, continúan en Crimea.
Como se puede percibir, los intereses de Rusia están claramente demarcados y anda en busca de obtener un mecanismo de presión y posiblemente de intercambio para quedarse con un territorio que es sumamente estratégico para sus intereses. Las paradojas de la vida nos permiten contrastar que mientras los rusos, a principios del 2019, criticaron la creciente presencia militar de la OTAN en las zonas aledañas a Crimea, su país muestra y pasea sus cañones y aviones en América Latina. ¿Acaso los venezolanos no tenemos derecho de invocar ese mismo principio?