Kiev, 15 may (EFE).- Tania Bondarenko tiene 40 años y se acaba de convertir en soldado. Siempre había querido serlo pero fue la invasión rusa lo que la llevó a dar el paso y a dejar atrás su carrera de actriz. No entiende la ley ucraniana que obliga a los hombres a ir a la guerra mientras las mujeres pueden salir del país. “Debería ser lo mismo para hombres que para mujeres”, dice.
Tania cree que si un hombre o una mujer no quieren luchar no deberían estar obligadas a hacerlo, aunque sí a servir a su país. A su juicio hay muchas formas de trabajar por Ucrania. “Hay hombres que quizás no son capaces de matar a otra persona. Si un hombre quiere ir a la guerra, que vaya, si siente que no puede ir, que haga otra cosa, hay muchas maneras de ayudar al país. Los voluntarios hacen un trabajo maravilloso”, remarca esta soldado.
Se define como feminista y asegura haber sufrido más por los comportamientos machistas en su faceta de actriz que ahora que acaba de entrar a las Defensas Territoriales, una fuerza de reserva de las Fuerzas Armadas ucranianas. Pero al principio sentía que era vista como si fuera “un elefante paseando por una ciudad”.
“Lo que más me molestaba sobre todo es que cada vez que me veía un compañero nuevo, me preguntaba: ¿Y tú qué por qué vienes a las Fuerzas Armadas? Y yo contestaba: ¿En serio? Vengo porque quiero luchar. ¿Tú preguntas a tus compañeros hombres qué hacen en las Fuerzas Armadas?”, dice Tania, muy expresiva en su indignación.
“No puede haber otra razón para venir a las Fuerzas Armadas más que luchar y proteger a mi país”, reafirma Tania, que entendería que le preguntaran cuándo entró, pero no por qué.
Y añade: “Para los hombres, las mujeres en las Fuerzas Armadas somos algo exótico. Yo creo que es porque les cuesta un esfuerzo tratarnos como iguales. Primero tienen que pensar: bueno, ella está conmigo, está luchando conmigo, es mi compañera, para después asumir: ella es igual que yo”.
Tampoco cree que las mujeres en su país contemplen como una más de sus opciones vitales entrar en las Fuerzas Armadas. No lo ven realmente como una opción porque cree que en su país la gente de más de 40 años aún ven el mundo como un lugar donde hay trabajos masculinos y trabajos femeninos.
“Sinceramente me molesta ver mensajes de mis amigas en el Facebook en los que dan las gracias a los hombres de Ucrania por luchar por el país. Yo digo: Perdona, yo estoy aquí, soy una mujer y no estoy sola”, reivindica Tania.
Asegura que en las Fuerzas Armadas modernas no hay nada que las mujeres militares no puedan hacer. Ella constata que no es una mujer de gran tamaño, es pequeña y delgada, así que hay algunas armas que no puede coger.
“Pero no es una cuestión de ser hombre o mujer, es por tu complexión, por tu disposición, tu deseo… Porque un hombre con mi tamaño tampoco podría coger un arma enorme”, y sí podría hacerlo una mujer corpulenta.
Está contenta con sus compañeros y cree que una vez pasados los momentos iniciales la respetan y la tratan como una más, pero sí ha vivido micromachismos. Pone un ejemplo: una de las primeras noches que pasó en el campo base, una noche muy fría de finales de febrero, fue a darle el relevo a un compañero que insistió en quedarse para que ella no pasara frío.
Tania está feliz con su nuevo trabajo en un campo de entrenamiento en los alrededores de Kiev. Creció en casa con un padre militar y por eso siempre soñó con ser como él, o Policía. “De pequeña soñaba con la guerra porque, si no hay guerra, ¿cómo puede un militar ser un héroe? Luego me di cuenta de que ser madre, o ser profesora, o ser actriz como yo era antes va también de ser una heroína”.
Se apuntó a las defensas territoriales el primer día de la invasión. La despertó a las cinco de la mañana un bombardeo y ya no se volvió a dormir. En enero ya había pensado en entrar en esa unidad territorial pero no llegó a presentar los papeles. Los sacó del cajón y salió corriendo.
“A las diez de la mañana ya había entregado la instancia. ¡Tuve tanta, tanta suerte ese día! Si hubiera ido a las doce del mediodía ya no habría entrado. Había un kilómetro de gente haciendo cola y no me hubieran cogido, porque era actriz, no tenía ningún tipo de experiencia y ya tenían gente”, explica.
No sabe si sería capaz de matar a alguien o no. “Supongo que eso no lo sabré hasta que no me vea en la situación. Me asusté muchísimo cuando me dieron por primera vez el rifle Kalashnikov. Lo cogí con mis manos antes del entrenamiento y fue la primera vez que me di cuenta de que realmente puedo matar a alguien”, dice.
De pequeña quería ser militar, como su padre, pero ahora no habla con él. Él fue militar soviético y ahora mismo vive en Rusia. No han vuelto a escribirse desde el 24 de febrero, el día que estalló la guerra. “Es inteligente, pero le han lavado el cerebro. En 2014, cuando la guerra empezó, él decía que las Fuerzas Armadas Rusas no estaban en el Este de Ucrania”, lamenta Tania.
Ha aprendido que la primera misión de un soldado es protegerse y después luchar contra el enemigo, y eso es lo que espera hacer cuanto antes: salir del campo de entrenamiento y defender a su país.
Lourdes Velasco, enviada especial