Llama a atención que los países desarrollados o de “primer mundo” son los países que tienen más número de organizaciones sin fines de lucro, ONGS y en donde la sociedad civil ejerce un papel activo en la toma de decisiones, políticas, económicas y sociales. Esa participación de la ciudadanía se ejerce de muchas maneras; mediante el sufragio, la realización de actividades permanentes, acciones de protesta, presencia en medios de comunicación y redes sociales, presión por distintas vías, entre otras cosas.
Es impresionante cómo un tejido social fuerte, bien nutrido se manifiesta hasta en las cosas más inverosímiles. En Universidades del extranjero, por ejemplo, existen comités de estudiantes para la defensa de las plantas y grama de la universidad; existen organizaciones de madres para la vigilancia de los pensums académicos que reciben sus hijos en las escuelas. Existen todo tipo de «clubes», agrupaciones, redes que se vinculan en base a objetivos comunes y trabajan de forma permanente para lograrlos. En ocasiones estos grupos llegan a tener tanta fuerza que son capaces de incentivar o frenar leyes, decretos y hasta sentencias de tribunales.
Por alguna razón, la gente se siente entusiasmada por hacer algo más que ganar dinero para sí mismos. Se sienten felices de servir de protocolo en sus iglesias, de ser entrenadores de equipos deportivos o de coordinar una barra en apoyo al equipo de su vecindario. La gente está consciente que debe participar en los asuntos comunes y guardan parte de su tiempo para tal fin.
En esas latitudes, las autoridades, bien sea un profesor en un aula de clase o alguien ejerza algún alto cargo público saben que si se equivocan, habrán muchas organizaciones y mucha gente presionando y exigiendo que se solvente la situación y cuando menos, que sean depuestos de sus cargos. Y saben que esas personas tienen derecho a exigir y gozan de libertades y garantías que los protegen.
Sin embargo, en otros países, como el nuestro, no ocurre lo mismo. Normalmente la gente es muy apática y no se siente motivada a participar en casi nada. No existen suficientes iniciativas de redes u organizaciones que convenzan a los ciudadanos que es importante pertenecer a ellas. Ni los partidos políticos, ni las iglesias, ni las asociaciones de vecinos, ni las juntas de condominio, ni siquiera los colegios han logrado que los ciudadanos ejerzan su derecho y su deber de participar de la manera activa que lo requiere un sistema democrático. Aunque eso ha ido cambiando levemente en los últimos años, todavía no existe la influencia de una sociedad civil fuerte.
Por tal razón, las autoridades hacen prácticamente lo que les da la gana. Saben que algunos ciudadanos esporádicos pueden quejarse, ahora lo hacen sólo por Twitter y redes sociales, cosa que a veces no hace ni cosquillas, pero no existen organizaciones fuertes que sean capaces de aglutinar, movilizar para exigir y lograr reivindicaciones.
La democracia no es un sistema que se da por default. No es de gratis, ni hay que darlo por sentado. Los países y sociedades no tienen la obligación de ser democráticos. De hecho no todos lo son. La democracia implica un esfuerzo individual y colectivo. Implica un compromiso y una responsabilidad por parte de cada ciudadano y por parte de sus instituciones. La democracia, del griego «demos» = pueblo y «cratus» = Gobierno, el gobierno del pueblo depende de una organización y una voluntad de parte de ese pueblo. Cada ciudadano debe trabajar para construir ese gobierno del pueblo y para el pueblo.
La sociedad civil juega un papel fundamental en toda sociedad abierta, libre y democrática. No existe una, sin la otra. La democracia implica la renuncia al poder individual y la sociedad civil implica la renuncia a la vida con objetivos sólo individuales. Es esfuerzo colectivo, organizado, bien direccionado es fundamental para que cada ciudadano pueda expresarse y pueda encontrar la mejor forma de participar y aportar a su comunidad y su país. El trabajo es de abajo hacia arriba, no se construye una pirámide desde su vértice, se empieza por la base.
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Elías Sayegh Franco
Alcalde de El Hatillo