¡Siempre vivirá!

100 Años Hubiese estado celebrando el pasado 4 de mayo. Ana Enriqueta Terán ilumina el cielo con su bella y radiante poesía.

Sus palabras como aromas desplegaban alas que hacían conducir por pájaros hasta el centro de su canto, donde la maravilla está al alcance de los ojos y en donde el sueño se erige soberano

… Y NO PUDO CONTAR LOS CIEN… La niña buena cuenta hasta cien y se retira/La niña mala cuenta hasta cien y se retira/La poetisa cuenta hasta cien y se retira. Del Libro de Los Oficios escrito por AET en 1975. Solo faltaron cinco meses para que estos versos proféticos se pudieran cumplir. El pasado 4 de mayo hubiese estado celebrando sus 100 años de nacimiento. Nació en Valera el 4 de mayo de 1918. Los destinos de Dios quisieron otra cosa. Aunque no pudo contar hasta cien y retirarse, aun así Ana Enriqueta Terán, siempre vivirá. La poetisa se elevó en busca de nuevos paisajes que se convirtieran en musa para su lírica.

En la mañana de aquel 18 de diciembre en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, fallecía esta gran poetisa valerana, una de las voces de mayor rigor dentro de la poética venezolana y continental, llamada por los dioses a ejercer el divino oficio de las palabras.

Formación de hogar

La formación intelectual de Ana Enriqueta Terán comenzó desde el hogar, enclavado en las cordilleras andinas, desde Valera a Jajó. Es por eso que la poeta nunca perdió oportunidad para destacar la importancia que tuvo su madre, Rosa Madrid de Terán, quien la puso en contacto con los poetas clásicos. “En mi casa, de sus labios, aprendí a disfrutar del Siglo de Oro”, afirmó orgullosa en 1998 con motivo de sus 80 años de vida.  Para ella eso fue un momento apoteósico, único e irrepetible.

Su padre, José Manuel Terán y su progenitora, Rosa Madrid de Terán le brindaron todas las herramientas para su crecimiento cultural.

De esa temprana fragua surge una creadora apegada a los cánones de la poesía bien rimada. Garcilaso la acompañó en las derrotas amorosas; Santa Teresa le enseña cómo desear a Dios; Góngora se volvía licor de libertad en sus liras, tercetos y sonetos. El verso fue para ella una rayadura perfecta en lámina de oro.

Palabras con aroma

Sus palabras como aromas desplegaban alas que hacían conducir por pájaros hasta el centro de su canto, donde la maravilla, está al alcance de los ojos y en donde el sueño se erige soberano.

Pero, Ana Enriqueta Terán, aunque fue muy valerana, no obstante supo elevarse a lo universal, y con esa gracia coloquial conservar un vuelo con sus amigos, los poetas.

De esta ilustre trujillana, de las grandes e importantes que ha parido esta tierra sagrada, hay que valorar muchas cosas, entre ellas, sus aportes al enriquecimiento de la poesía en lengua española, en la que su palabra recia sobresale, porque es el reflejo de una vida creativa asumida con honestidad y dignidad.

Admirar su palabra es admirarla a ella. Ambas son ejemplo de integridad, en estos momentos en que el afán de lucro debilita los valores fundamentales del gentilicio trujillano.

Este reconocimiento – hoy cuando aún se llora su partida y a su vez se celebra 100 años de su natalicio – es un aporte al fortalecimiento y dignificación de la identidad del valerano.

De interés

Ana Enriqueta Terán siempre se caracterizó por ser una mujer radiante que al verla hacía recordar al inmenso Rilke en su poema “Oh tu, entronizada rosa, para los antiguos/eras un cáliz de borde sencillo/ para nosotros eres la flor plena e infinita/ un objeto inagotable”.

Logró cumplir una exigencia

Cuando fallece Ana Enriqueta Terán, a la primera persona que consultamos para que nos hablara de ella fue a Doña Lourdes Dubuc de Isea, intachable mujer trujillana quien acaba de celebrar 90 años de vida. Ese 18 de diciembre de 2017 en horas del mediodía, Doña Lourdes nos ofreció un repaso por la admiración que sintió siempre por la poetisa, una descripción de ese extraordinario ser humano, de su experiencia cuando le tocó presentarla el día que era exaltada como Miembro del Centro de Historia de Trujillo. Ese relato nos lo guardamos para hacerlo público en una fecha especial como esta,  los 100 años de nacimiento de Ana Enriqueta Terán.

Presentamos parte de ese testimonio narrado por Doña Lourdes:

Eternamente está entre todos nosotros

En el año 1990 tuve el gratísimo honor de ser quien presentara a la poetisa Ana Enriqueta cuando fue  exaltada como Miembro del Centro de Historia de Trujillo. Ese día se incorporaba a la poeta por excelencia de la tierra trujillana. Fue un día inolvidable. Ese día era mi primer encuentro con su presencia real. De ella sabía que vivía entre bestezuelas que la mimaban y confortaban. Sabía de una casa solariega donde habitaba, en cuyos espacios el viento ronda y el canto de los pájaros entra y sale con libertad y gracia. Sabía de un loro amistoso cuyo verde esmeralda ella detalla en su mínimo esplendor. Sabía que cosía y bordaba y recibía a visitantes en mecedora de esterilla frente a una colina por donde vaga la neblina. Y supe que en alguna gaveta de esos muebles sonorosos que incitan sus caricias, reposaban inéditos poemas que aluden al ser y al devenir.

¿Qué hacer para definirla desde la perspectiva del observador que solo a distancia ha podido descubrirla en su poesía? Pienso que haciendo mía aquella expresión de León Felipe: «Los grandes poetas no tienen biografía, tienen destino. Y el destino no se narra, se canta».

Ana Enriqueta logró cumplir una exigencia. De esa tensión interior que no cesa su reclamo y la mantiene en vigilia, bromará la canción. Su melodía quedará flotando en el aire, sin utilidad ni uso. Los hombres en la noche la escucharán y sonreirán atrapados por su encanto intangible. La canción cumplió su cometido. Indefinible y segura vagará hasta encantar a otro que llegue y sea herido una vez más por la saeta para que surja un nuevo rapsoda. Y seguirá, diciendo con Netza¬hualcóyotl: «No soy más que un cantor / flor es mi corazón / ofrezco mi canto».

Ese es el toque de la gracia. Ana Enriqueta le ha sido fiel invariable, recogió sus túnicas y se apartó para luchar con el ángel en una soledad diáfana.

Su poesía pura, escueta, dura como piedra tallada es refulgente y definitivamente identificada con su yo.

Leer hoy a Ana Enriqueta en su dimensión de rapsoda que al recordarla es un regreso al lar de sus ancestros, herida para siempre con la salmodia de las leyendas, los encuentros, los desvaríos y las imágenes de hombres y mujeres entrañables que la acunaron con lecturas de Cervantes o lucharon contra fantasmas que los agobiaron y abrumaron.

El reconocimiento llega o no llega. No es esa la cuestión. Se trata de permanecer atento a la palabra que podrá ser un susurro o una oleada ardiente a la que hay que asistir y responder con una trasmutación.

La que enfiebró a Netzahualcóyotl tanto como a Borges o a Rimbaud y que en Ana Enriqueta se despoja de acicalamientos y se hizo tersa, como esas casas que tenemos en Los Andes con techumbres, corredores y vertientes que se escuchan rumorosas caer sobre piedras azules.

Recibió al verbo como don sagrado y recreó el mensaje dirigido a alimentar el Espíritu.

Lourdes Dubuc de Isea

Cronista de Boconó

 

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