Carla Serrano, socióloga y secretaria adjunta de la Redhnna, insiste en que se da por sentado que la familia es un lugar seguro y la supervisión se reduce, lo que incrementa las probabilidades de que los perpetradores lleven a cabo sus actos.
Caracas. “Si gritas, vas a ver lo que te pasa”, fue la amenaza directa que Fernanda* recibió de su padre antes de que abusara sexualmente de ella.
La adolescente de 12 años de edad, quien en su niñez vivió distintas agresiones físicas por parte de su progenitor, sabía que de no acatar la orden su vida correría más riesgos.
Minutos antes el hombre, de 33 años de edad, inhaló una sustancia blanquecina. “Por favor, no le digas a nadie. Yo no merezco vivir. Perdóname, hija”, le dijo a la adolescente, quien tras una hora de tocamientos y penetración seguía sin moverse ni expresar sonido alguno.

Para el hombre era una manera de “vengarse” de la mamá de la adolescente, quien terminó la relación con él. Pero para Fernanda significó destapar recuerdos de su niñez en los cuales su “persona favorita” tocó su cuerpo.
El primer recuerdo que vino a su mente fue de cuando ella tenía cinco años.
Entre agosto y enero de 2024 la Red de Derechos Humanos de los Niños, Niñas y Adolescentes (Redhnna) documentó 168 casos de abuso sexual a la niñez y adolescencia. Zulia y Miranda fueron los estados que más casos registraron.
Solo en septiembre de 2024 registraron 37 casos, de los cuales 13 fueron cometidos por padre, madre y otros familiares de la víctima.
Agredir la confianza
Carla Serrano, socióloga y secretaria adjunta de la Redhnna, explica que en Venezuela y muchos otros países la prevalencia es que los principales agresores son las personas con más proximidad física hacia los niños, niñas y adolescentes que ejercen algún tipo de autoridad
“Teóricamente el hogar es el lugar para estar seguros y confiados, por lo que el agresor, o persona cercana, siente que hay muchas oportunidades porque puede interactuar constantemente con la víctima. Además hay un tema de que se conocen las rutinas, lo que permite al agresor armar sus coartadas e identificar el mejor momento para atacar”.
Serrano insiste en que se da por sentado que la familia es un lugar seguro y la supervisión se reduce, lo que incrementa las probabilidades de que los perpetradores lleven a cabo sus actos.

Manipular el vínculo
Tras cinco meses de silencio Fernanda decidió contarle a una amiga que su papá abusó sexualmente de ella. A pesar de pedirle que no dijera nada a nadie, la otra adolescente acudió con el Servicio de Psicología del colegio en el que ambas estudiaban.
Al principio lo vio como una falta por parte de su amiga. Pero actualmente Fernanda, quien ahora tiene 30 años de edad, lo agradece porque sabe que su amiga solo trataba de ayudar.
Recuerda que cuando la directiva del colegio le contó lo que ocurrió a su mamá y padrastro ella pidió que no denunciaran a su papá, no quería que él fuera a la cárcel.
Al respecto, Serrano afirma que en muchas ocasiones el vínculo afectivo entre la víctima y agresor genera sentimientos de culpa, miedo y confusión.
“Los niños o niñas no se atreven a contarlo porque no quieren que se rompa la familia, o que ‘mi papá o abuelo vayan a la cárcel’, que ‘mi mamá sufra porque mi tío va a estar preso’. Quizá los niños y niñas no tienen el nivel de desarrollo cognitivo pero saben que algo pasaría al revelar el abuso”.
Añade que los agresores se valen de eso para manipular, sobornar, engañar o amenazar directamente.

La cultura del silencio
La socióloga asevera que existen dinámicas familiares en las cuales todo se calla o niega y por lo tanto dificultan la detección de abusos.
La falta de una comunicación abierta en las familias, agrega, sin que se pueda hablar de temas referentes a la sexualidad, así como la ausencia de Educación Integral de la Sexualidad en los centros educativos también representa un problema.
“Me ha pasado cuando he dado talleres, en donde los adolescentes dicen que no pueden hablar de sexo con sus papás. Tampoco se sienten cómodos hablándoles del tema porque no dan pie a ello, por lo que terminan aprendiendo de temas de sexualidad en redes sociales, por amigos, conocidos, o pornografía”.
Faltan políticas
María Angélica Alvarado, psicóloga especializada en la atención de sobrevivientes de violencia basada en género y otros riesgos psicosociales, concuerda con Serrano sobre la relevancia de una comunicación efectiva, así como establecer límites es clave.
“Empoderar a los niños, niñas y adolescentes sobre su cuerpo es fundamental, enseñando los nombres correctos de cada parte, cuáles toques pueden ser adecuados y cuáles no y hacerles especial énfasis en que pueden decir que “no” cuando algo no les guste o no les parezca adecuado, incluso a personas conocidas”.
Aunque existen políticas públicas como el acompañamiento a través de una ruta de atención clínica y psicológica, Alvarado sugiere otras que a su juicio podrían aplicarse con el propósito de detectar y ayudar a prevenir el abuso sexual infantil. Entre ellas están:
- Adaptación y actualización curricular en los programas escolares que incluya y garantice la educación sexual integral en todos los niveles.
- Espacios de sensibilización comunitaria para reforzar las estrategias de prevención y romper con los estigmas sobre el abuso sexual.
- Campañas educativas de prevención a través de los medios de comunicación.
- Fomentar espacios educativos con madres, padres, cuidadores, cuidadores y responsables para reforzar el establecimiento de espacios seguros en el hogar donde se procure la escucha activa, la comprensión y el acuerdo de estrategias de prevención efectivas.
- Fortalecimiento, capacitación y actualización de las instituciones de salud, los órganos receptores de denuncias y demás espacios de apoyo y acompañamiento a las víctimas en estrategias para atención digna.
(*) Los nombres fueron cambiados como medida de protección a la fuente.